El Ballet Teresa Carreño es, hoy por hoy, la única compañía profesional activa en Venezuela. Su creación data de 1979, cuando se conformó el cuerpo artístico estable llamado inicialmente Ballet de la Fundación Teresa Carreño, bajo la dirección de Rodolfo Rodríguez, que debutó al siguiente año. Este hecho fundacional, incorporaría a este maestro argentino establecido en Caracas en 1971 a la historia de la danza escénica nacional.
Circula la autobiografía del destacado bailarín, profesor y director cercano a los 90 años de edad, que lleva por título Vida privilegiada, cuaderno de memorias, publicada en Buenos Aires por Balletin Dance bajo el cuidado editorial de la periodista Agustina LLumá. Se trata de una suerte de autorrelato, de una singular mirada a su formación e inicio profesional en el Teatro Colón de Buenos Aires, sus largos años de primer bailarín y partenaire de Alicia Alonso en el Ballet Nacional de Cuba, en los cuales se hace énfasis, así como sus referidos aportes a la consolidación del ballet venezolano. Esta reveladora publicación motiva y hace oportuno un reconocimiento al trabajo artístico y docente cumplido por Rodolfo Rodríguez en nuestro medio dancístico.
La primera etapa del Ballet Teresa Carreño (1979-1981), bajo la conducción de Rodríguez, tuvo como objetivo crear un conjunto de orientación clásica, conformado por cuerpo de baile y solistas, destinado a participar en las temporadas de ópera y acompañar a primeras figuras internacionales invitadas en la interpretación de los títulos del repertorio académico.
La compañía actuaba generalmente en el Teatro Municipal de Caracas y eventualmente en el Poliedro capitalino. En distintos momentos presentó a figuras mundiales de la dimensión del astro Rudolf Nureyev, al igual que de Ekaterina Maximova y Vladimir Vasiliev, pareja emblema procedente del Bolshoi de Moscú. También Fernando Bujones del American Ballet Theatre de Nueva York y Verónica Tennat del Ballet Nacional de Canadá.
Rodolfo Rodríguez sintetizó lo alcanzado por el Ballet Teresa Carreño durante ese periodo inicial, en una entrevista concedida a Carmen Sequera, bailarina integrante de su elenco fundador: “Creamos los ballets Giselle, El lago de los cisnes (cuatro actos), El espectro de la rosa y El príncipe Igor. Al final de ese tiempo, se abría un futuro para la compañía. Sucedieron situaciones muy buenas y otras…además de muchas anécdotas que les voy a deber, eso porque caería en el riesgo de parecer un de ‘chismerólogo’ en vez de alguien que vivió esa interesante etapa y la relata. Me tocó ser su director artístico, pero absolutamente todos fuimos los responsables de poder crearlo con éxito para que continuara y funcionó”.
La autobiografía de Rodríguez está estructurada en seis capítulos: «Argentina» (Teatro Colón de Buenos Aires), «Cuba» (Alicia Alonso y Ballet Nacional de Cuba), «El regreso» (Ballet del Teatro Argentino de La Plata), «Venezuela» (Ballet del Teatro Teresa Carreño), «El Festival» (Regreso a Cuba) y «La coda» (Agradecimientos).
La editora Agustina LLumá caracterizó sutilmente al maestro en el prólogo del libro:
“Rodolfo Rodríguez no cree en la suerte, ya lo verá usted a continuación. Ni en el destino. Él cree en Dios. Pero su vida está signada por momentos especiales, señales afortunadas, a los que aún no ha conseguido ponerle nombre y que, sin embargo, a muchas personas les parecerá suerte. Aquello que no tiene nombre quiso que mucha gente “buena” se cruce en su camino para ayudarlo (de los otros no recuerda nada, asegura irónicamente), y que muchos acontecimientos afortunados lo llevaran a sembrar el ballet en Latinoamérica”.