OPINIÓN

Autogoles comunicacionales en la cobertura de la Copa América

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Usted ve el partido de la Vinotinto contra Ecuador en una señal panregional, pero escucha solo un relato, la narración de dos locutores del segundo país.

Buscará en vano una segunda versión de los hechos del juego, según las voces de expertos nacionales.

Venezuela no existe como referente mediático, a pesar de la cantidad de buenos periodistas de nuestro país que operan y trabajan para los mismos canales internacionales.

Recuerdo que antes no era así.

Hoy los programas han descuidado la presencia de reporteros venezolanos en el torneo, para dar cabida a diferentes periodistas ecuatorianos que cubren el evento.

No es el único caso. La regla es que los multimedios, llenen sus parrillas con analistas argentinos, quienes monopolizan la agenda a través de su mirada, generalmente egocéntrica, ombliguista y populista.

Una suerte de demagogia de conductor gritón y despectivo, de mediana edad, que suele tratar con displicencia y condescendencia al resto de las selecciones en competencia.

Converso con una fuente experta en la materia del periodismo venezolano.

Me asegura que ellos no tienen la menor intención de cambiar, que el sensacionalismo y el show es lo que vende, que las generaciones de relevo están aún más confundidas y mal formadas, pensando que así es que se debe comentar un partido de fútbol.

Con la llegada de podcasts y streamers, podemos pensar que hay alternativas. En efecto, vimos que la cobertura del pospartido de Venezuela contra Ecuador fue mejor en las redes sociales, gracias a los empeños de conocedores como Ignacio Benedetti, Peter Bozo, Federico Rojas, Milena Gimón y tantos otros, cuyos mensajes compensaron la ausencia de perspectiva venezolana en los multimedios internacionales.

Pero de igual modo, el panorama de la cobertura futbolera por la web y Twitch, suele ser un desierto o un terreno estéril de imitadores del Chiringuito, desde la visión epidérmica, chauvinista y de barra brava de un conjunto de perfectos desconocidos, de autodesignados dueños de la verdad, que manejan a su audiencia como flautistas de Hamelin, dándoles el potaje de bajas calorías que demandan por la web.

Lo que cambia es la apariencia, el decorado: en casa, con luces fosforescentes, un clásico micrófono de pie, unos audífonos y un scroll de comentarios.

Por supuesto que la interactividad es factor para que el público migre y empodere a nuevos referentes, ante su vacío de contenidos y de gente informal que hable como ellos.

De ahí surgen fenómenos como Ibay Llanos.

¿Pero son la auténtica respuesta frente a la frivolidad comunicacional que se ha instalado en el periodismo deportivo de las grandes cadenas?

Seguramente que no, que hay problemas, vicios y defectos en común, entre el mito de la excepcionalidad argentina a la hora de hablar de fútbol y la impostura del arrogante que pontifica desde su casa, sin haber tocado un balón, ni tener la más mínima idea de lo que se llama balance, profundidad, crítica o ética profesional.

La pelota se ha manchado por la influencia tóxica de un no periodismo, altamente posfutbolero, en el que importa poco o nada lo que acontece en la cancha, sino la posverdad y la emoción pendenciera y binaria con que se comunica.

Una tribuna, un circo maniqueo que explota la subcultura del entretenimiento y la evasión.

Así redoblan la apuesta con pronósticos y lecturas, cada vez más exageradas y absurdas, como que Ecuador ganó el partido antes de jugarlo con Venezuela.

Luego, cuando el resultado se les estrella en la cara con la contundencia de una derrota, pues o huyen hacia delante con las predicciones locas o se montan en el bus del triunfo, mea culpa mediante.

¿Tiene futuro el medio?

No si sigue por el mal camino que hemos señalado, priorizando a los algoritmos, de manera complaciente, en lugar de hacer el trabajo de informar y opinar con propiedad, independientemente de ir a la contra o no gustar al espectador promedio.

Tampoco se conseguirá recuperarse, en las actuales condiciones de precarización mediática, bajo control de auspiciantes truchos y dudosos, como un cartel o una dictadura de casas de apuestas electrónicas, que después terminan en una serie de Netflix como casos de fraude, minería de data o una red antisocial de esquemas Ponzi.

Si ellas son las que van a editorializar, a bajar línea, pues olvídenlo y cambien de canal.

Es una pena que por eso la crisis de Venezuela empañe y condicione su presencia en los canales internacionales.

Parece que no damos rating o que no hay interés en potenciar nuestra imagen, porque aportamos pocos anunciantes y nos hemos rayado por culpa del régimen.

Estimo que los cuestionamientos que hago, se puedan subsanar.

Pero es complicado.

Los usuarios tendremos que buscar alternativas por nuestra cuenta, levantar nuestra voz cuando haga falta, exigir mejores coberturas y con diversidad de voces, que refrenden lo que vemos en la cancha, un juego de dos, un torneo como la Copa América de un continente con 16 selecciones muy distintas.

Las escuelas de comunicación deben mantenerse despiertas, proponer debates y orientar a los futuros comunicadores.

Enseñar que la democracia y los valores comienzan por casa, y que transmitir significa curar como corresponde, ofrecer una línea editorial a la altura de una audiencia multicultural y panregional.

De lo contrario, se impondrá una dictadura de la comunicación que segrega y discrimina, comprometiendo la libre expresión.