OPINIÓN

Autoestima y juegos de guerra

por César Tinoco César Tinoco

En The passionate state of mind, Erick Hoffer (1955) afirmaba que el individuo independiente solo es estable en la medida en que posea autoestima. El mantenimiento de la autoestima es una tarea ardua y continua, que requiere de todo el poder y los recursos internos del individuo. Tenemos que demostrar nuestro valor y justificar nuestra existencia de nuevo cada día. Cuando, por cualquier razón, la autoestima es inalcanzable, el individuo independiente se convierte en una entidad altamente explosiva. Se aleja de un ser “poco prometedor» y se sumerge en la búsqueda del orgullo, el sustituto explosivo de la autoestima. Según Hoffer, todos los disturbios y trastornos sociales tienen sus raíces en las crisis de autoestima individual, y el gran esfuerzo en el que las masas se unen más fácilmente es básicamente una búsqueda del orgullo.

Prosigue Hoffer, adquirimos un sentido de valor ya sea al darnos cuenta de nuestros talentos, o al mantenernos ocupados o al identificarnos con algo aparte de nosotros, ya sea una causa, un líder, un grupo, posesiones o cualquier otra cosa. Sin embargo, el camino de la autorrealización es el más difícil. Se toma solo cuando otras vías para alcanzar el sentido de valor están más o menos bloqueadas.

La acción es un camino alternativo hacia la autoconfianza y la estima. Cuando la acción es posible, todas las energías fluyen hacia la misma. La acción llega fácilmente a la mayoría de las personas y sus recompensas son tangibles. En cambio, el cultivo del espíritu es esquivo y difícil de alcanzar y la tendencia hacia él rara vez es espontánea, mientras que las oportunidades de acción son muchas.

Afirma Hoffer que la propensión a la acción es sintomática de un desequilibrio interno. Estar equilibrado es estar más o menos en reposo. La acción en estos casos consiste en un balanceo y agitación de los brazos para recuperar el equilibrio y mantenerse a flote. Y si es cierto, como Napoleón le escribió a Carnot: «El arte de gobernar es no es dejar que los hombres se oxiden», entonces, gobernar en circunstancias totalitarias es un arte de desequilibrio. La diferencia crucial entre un régimen totalitario y un orden social libre radica, quizás, en los métodos de desequilibrio mediante los cuales sus pueblos se mantienen activos y luchando.

Nicholas Morrow Williams es profesor asistente en la Escuela de lo Chino, en la Universidad de Hong Kong (HKU) y editor de Tang Studies. Llegó a HKU en 2016, habiendo enseñado previamente en la Universidad Bautista de Hong Kong y la Universidad Politécnica de Hong Kong. Sus intereses de investigación giran en torno a la tradición poética de China, particularmente las Seis Dinastías y los períodos Tang, pero también se refieren a las interacciones del budismo y la poesía, la traducción literaria y la literatura chino-japonesa. En la Escuela de Chino imparte cursos de pregrado como «Introducción a la literatura clásica china», «Poesía shi hasta el siglo XIX» y «Lectura de textos chinos clásicos».

En el portal Clásicos de Estrategia y Diplomacia, Morrow escribió un ensayo titulado Sun Tzu, el Arte de la Guerra (500 a 300 a.C.). Una de sus últimas ideas, a lo largo del extenso ensayo, es el desafío que presenta el comandar hombres para la batalla.

De acuerdo con Morrow, Sun Tzu vivió durante una época de grandes intereses en la guerra que requirió la profesionalización de los militares y su liderazgo. La gestión eficaz del ejército se convirtió en un punto focal de las asesorías de Sun Tzu, siendo su elemento crítico el espíritu, técnicamente conocido como «dao», la energía vital de la vida. Este espíritu permitirá a las tropas luchar más y depende no solamente de las provisiones materiales (añado: y del armamento sofisticado o no) sino también de la claridad del propósito del liderazgo. Para Sun Tzu, comandar hombres es una combinación de miedo y respeto. “Si un general consiente a sus tropas pero no puede emplearlas; si los ama pero no puede hacer cumplir sus mandamientos; si las tropas están desordenadas y él no puede controlarlas, pueden ser comparadas con niños malcriados y son inútiles», dice Sun Tzu. Esta advertencia y la teoría del mando de Sun Tzu se relacionan con una anécdota que refiere Fernando Puell de la Villa (2000) en su edición de El Arte de la Guerra.

Allí está escrito que cuando Sun Tzu obtuvo la atención del rey de Wu, le dijo que podía entrenar a sus concubinas para luchar. Luego llamó a las concubinas y las entrenó. Sin embargo, en dos oportunidades seguidas no logró que se materializara correctamente la orden que les dio. En consecuencia, procedió a decapitar a las concubinas que había colocado al mando de los grupos que entrenaba. Luego de la decapitación, volvió a repetir sus órdenes las cuales fueron materializadas con exactitud y éxito.

Esta historia insinúa la cultura de mando que Sun Tzu estableció durante un tiempo en que la guerra exigía victorias rápidas entregadas por soldados intrépidos y un líder que enfatizaba la psicología de la guerra.

Mi conclusión es que, teniendo en cuenta lo afirmado por Hoffer y los logros de Sun Tzu, sin autoestima y sin el dao, el principio que garantiza la sintonía de la mentalidad popular con su gobernante, a punta de bolsas CLAP y de fracciones de petro, y de juegos de guerra sin siquiera enemigos simulados, nunca podrían alcanzar victoria alguna, ello aun cuando rueden miles de cabezas de milicianos.