La sociedad civil sigue siendo uno de los pocos puntos de resistencia a la deriva autocrática que vive España. Por eso me alegró mucho asistir el martes por la tarde a la presentación de la nueva etapa de la revista Política Exterior que a partir de su número 216 –ahora se publica seis veces al año– ha quedado bajo el amparo de la Fundación Análisis de Política Exterior, que preside Gaspar Atienza Becerril y la dirección de José M. de Areilza Carvajal. Ellos toman el relevo del proyecto que fundó Darío Valcárcel en 1984 y que en el año 2000 asumió Josep Piqué hasta su fallecimiento hace siete meses. Durante veinticinco años he tenido el honor de ser accionista y consejero de la sociedad editora, ahora disuelta y sucedida por la nueva fundación.
Cuento todo esto porque acudí a la presentación del número que inaugura la nueva etapa de la revista, en el que hubo un diálogo entre el autor del artículo de portada, Gideon Rachman, analista jefe de Internacional del Financial Times y Nacho Torreblanca, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations. El tema de conversación fue el de portada del nuevo número de la revista: «La revancha de los líderes autoritarios». Todos íbamos ahí a escuchar hablar de Putin, de Trump, de Orbán de Kaczynski –ya fuera de su cargo– y de alguno más, como Andrés Manuel López Obrador, del que muchos se olvidan con toda intención cuando hablan de dirigentes autoritarios salidos de procesos democráticos. Bueno, admito que lo de Putin y el régimen democrático es cuestionable, pero como recuerda Rachman, entre el 31 de diciembre de 1999 y la Conferencia de Seguridad en Múnich en enero de 2007, Putin era un socio de Occidente de quien Clinton había dicho en 2000 que preservaba «la libertad, el pluralismo y el estado de Derecho». A partir de su invasión de Georgia en 2008 el mundo empezó a entender con quién trataba.
A mí me ha parecido notable la atención de Gideon Rachman hacia otro de esos líderes autoritarios que me ha hecho reflexionar mucho sobre lo que estamos viviendo en España en estas horas. Se trata del presidente turco Recep Tayip Erdogan y de él dice Rachman:
«Erdogan tardó un tiempo en adoptar el estilo del hombre fuerte. En Occidente al principio se le consideraba un reformador liberal, pero durante más de dos décadas en el poder, Erdogan se ha vuelto cada vez más autocrático, encarcelando a periodistas y rivales políticos, purgando el ejército, los tribunales y el funcionariado, construyéndose un enorme palacio en Ankara y desarrollando una visión del mundo paranoica y conspiradora.»
Estas palabras de Rachman me hicieron pensar en Pedro Sánchez, de quien ya hemos dicho que va por la vía venezolana a paso acelerado. Dentro de la autocracia que el autor atribuye a Erdogan, todavía no me consta que Sánchez haya encarcelado a periodistas y rivales políticos, ni que se haya construido un palacio. Bastantes espectaculares residencias le ofrece Patrimonio Nacional, aunque en realidad se suponga que son para la Familia Real. Pero donde Sánchez entra en la misma liga que Erdogan es en las otras acusaciones: ha purgado el Ejército, aunque sin éxito (teniente coronel Pérez de los Cobos), los tribunales (no hay más que escuchar al Consejo General del Poder Judicial) y el funcionariado (Manuel Fernández-Fontecha). ¿Hacen falta dar ejemplos de su paranoia conspirativa?
La deriva autoritaria en las democracias es creciente. Creo que en Polonia ha tenido un frenazo. Pero el peligro es que cuando se está produciendo un derribo tan acelerado como el que padecemos en España con los órganos de la Justicia, podemos llegar a un punto que, a corto plazo, sea sin retorno.
Artículo publicado en el diario El Debate de España