Uno de los refranes más conocidos por su múltiple sentido hasta la contradicción. Mona puede significar que luces muy bien, estás en plena borrachera, deliras por drogadicción o no puedes ocultar tu auténtica naturaleza por muchos disfraces que uses. A este último concepto se refiere el título de esta nota.
Desde su génesis hasta vísperas de su elección, Hugo Chávez Frías mintió públicamente muy compuesto en flux y corbata jurando que su programa no era comunista ni tenía el menor vínculo con Cuba. Ya presidente vistió de militar para asumir su jefatura de la Fuerza Armada Bolivariana revolucionaria. Fingir fue su especialidad, es la de su partido y funcionarios que siguen el modelo del embuste cotidiano como sello dictatorial. El honor no es su divisa ni su accionar es la verdad predicada.
No importan evidencias visibles audibles, tangibles ni pruebas contundentes que de ser admitidas les darían apoyo doméstico y foráneo. Vale sólo el discurso culpabilizador con montajes falsos. Su patraña es cierta porque su Estado son los castrochavistas. Alegar, discutir, reclamar, implica pedirles pruebas. Contestan con represión terrorista, delitos de lesa humanidad.
Veinticinco años de simulacros, engañifas, trampas. Los hechos desdicen lo que afirman. Odian el capitalismo salvaje pactando sin reservas con China y Rusia. Detestan al imperio «yanqui» mientras le suplican de rodillas que no retiren del país sus empresas petroleras porque sus regalías les aseguran permanencia en el trono.
Admiten ser católicos, hasta se persignan, y al mismo tiempo son despectivos y sordos a las advertencias de autoridades eclesiásticas vaticanas y locales. Declaran su admiración y total alianza política y comercial con los religiosos teocráticos del Irán islámico radical.
Populistas de raíz, decretan el comienzo de la Navidad tres meses antes de la fecha tradicional prometiendo al pueblo desnutrido y mendicante el regalo revolucionario de un lechoncito, el día cuando convenga al repartidor de limosnas.
Sus primeras damas y funcionarias visten lujosos trajes de firmas internacionales en contraste con la modesta vestimenta de las profesionales públicas y privadas que laboraron hasta su jubilación en democracia. Cuando Nicolás Maduro usa el uniforme militar la pantomima alcanza su tope. Ningún simulacro puede ocultar quién está en la cresta de la cadena de mando. Queda claro que el ministro de guerra, Vladimir Padrino López, y un sector de su generalato son quienes dan estrictas órdenes criminales a su obediente y ridículo payaso. Mientras esta omisión persiste, incluso en los más determinantes informes de la ONU, tardará más tiempo derrocar la tiranía.
Adoran la paz. Se jactan de su armamento, incluidos los atómicos, mientras disfrutan su pacifismo recluidos en mansiones y cuarteles subterráneos protegidos por alarmas terrestres, aéreas y acuáticas. Usan parte de ese arsenal para mostrar presuntos hallazgos que revelan intentos de magnicidio fraguados desde casas y ranchos de sus opositores, puesta en escena de sainetes sin público presente ni creyente.
El teniente bien narcorganizado que se sirve del mazo en vez del garrote vil, de lenguaje soez en su espacio televisivo, usó esa herramienta como identificación y amenazas. Cayó en la trampa de sus compinches uniformados, adversarios temerosos, que lo eligen ministro del Interior para que mientras huyen le caiga todo el peso de la ley constitucional en un próximo evento liberador. Su franela de gorila sigue intacta bajo su smoking o terno cuando, ahora sí, cuida cada palabra y gesto para lucir decente constitucional. Por las finas costuras sale el ordinario, cruel dictador, engañado no precisamente por el dios de su equivocado nombre. Satandado le corresponde, a la luz de sus fechorías.
La actuación política en pantallas, emisoras y tablas oficialistas está en apogeo. Si no fuera tan trágico su efecto para la población que solo dispone de canales oficiales y si no fuera tan peligroso su desconocimiento del resultado electoral el 28J, merecen aplauso mundial que premie a la mejor pieza teatral en vivo, diseñada sobre los mecanismos de la propia mentira, por su libreto simulador y sus mascaradas que promueven asco, rabia, miedo y llanto en el espectador.
Los venezolanos secuestrados junto a los diaspóricos, hartos de esta tragicomedia cuyo origen es castrense, sacan fuerzas de su flaqueza y lucharán hasta el final contra esta gigantesca, sanguinaria farsa.
La mentira sustenta sus presiones y coacciones. Responde la inviolable, sagrada Constitución.