OPINIÓN

Aún es tiempo

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

Foto EFE

Escribir sobre la barbarie que asola Ucrania supone una tentación, casi una obligación pero, a la vez, puede ser una excusa para eludir otros asuntos de la realidad más inmediata. La política española demanda también una atención especial; conviene evitar, en lo posible, el peligro de que los árboles no nos dejen ver el bosque. La situación aquí, en Celtiberia, es lo suficientemente preocupante, como para no perderla de vista. El señuelo de la guerra, invasión o como gusten llamarla, no puede justificar tantos desaguisados, como los que venimos padeciendo, más por la gestión de nuestro «gobierno» que por los misiles rusos.

En esta coyuntura la herencia de Casado sitúa el PP ante un horizonte similar al que, según las viejas historias, se encontró Witiza al comienzo de su reinado: incierto y tenebroso; aunque lo peor estaba por llegar. A su muerte, su hijo Agila parecía destinado a sucederle en el trono, pero una parte de los nobles proclamó rey a Don Rodrigo. Los seguidores de Agila buscaron el auxilio de los sarracenos y así acabó el reino visigodo. Las fuerzas de Don Rodrigo, aquella jornada de julio del 711, a orillas del Wad-Becce eran más numerosas que las de sus adversarios. Pero muchos de los hombres que las mandaban carecían de fidelidad a su rey, de un plan conjunto para la batalla y del espíritu necesario para vencer. Demasiadas dudas y contradicciones.

Mientras, la morisma se movía unida a impulsos eficaces, a fuer de repetidos: combatir al infiel, difundir el nombre de Alá y llegar al paraíso, si perecían en el empeño, y si no, también; cambiando en este caso las huríes imaginadas por las prebendas ciertas. Claro que algunas de sus tropas, como las huestes sindicales en estos días, acreditaban méritos sin dar un solo paso, enriqueciendo su hoja de servicios a la espera de las recompensas, logradas con tan escaso esfuerzo y riesgo.

La imagen que ofrecen hoy los principales cabecillas del PP es, salvando todas las distancias, una muestra preocupante de caos y desorientación. Aunque en el próximo Congreso Nacional Extraordinario, que se celebrará en Sevilla dentro de dos semanas, se aplicara el canon I del XI Concilio de Toledo, según el cual «todos los que asistieran observarán gran modestia en acciones y palabras, silencio y decoro y cuando hubieran de hablar fuese con palabras medidas, sin alteraciones, ni injurias, ni insultos, …» cosa que hasta ahora no han hecho, ni nada que se le parezca, hará falta algo más que ratificar la elección de un candidato ungido a toda prisa.

La falta de liderazgo que viene padeciendo la principal formación política de la derecha española (no sabemos hasta cuándo durará lo uno y lo otro) puede que se corrija, o no, con la designación de Núñez Feijóo. Pero se necesitará algo más importante todavía: un programa cohesionador e ilusionante, con un objetivo común, claro y definido, para impulsar la indispensable acción de conjunto. Para esto urge recobrar un discurso propio, sacudiéndose el mal disimulado complejo de inferioridad, más allá de algunas expresiones retóricas, que se vienen manifestando en la práctica.

¿Cómo es posible que el PP repita el mismo mantra que el PSOE y sus adláteres? La condena a VOX, su demonización absoluta, resulta comprensible en el interés del presidente Sánchez y sus acólitos; pero requiere otra modulación en boca de Núñez Feijóo y de quienes encabecen desde su partido cualquier autonomía. A VOX no le abre el PP la puerta a las instituciones representativas ni a un gobierno autonómico, por primera vez. Ahí le llevan sus votantes, tan respetables como los demás. El PP está obligado a recuperar su relato, con la unidad de España como seña de identidad. Últimamente divaga en exceso a este respecto confundiendo, o anteponiendo, la diversidad reconocida a la unidad; lo adjetivo a lo sustantivo. Por este camino acabará colocando el carro delante de los bueyes. Además, la incoherencia entre la completa descalificación del aliado inevitable, en pactos futuros, y la firma de acuerdos con él, a los pocos días, daña la imagen de cualquier partido.

Esa incongruencia permanente, con la mentira como recurso, puede permitírsela el presidente del gobierno, pero no quienes pretenden ser su alternativa; porque entonces nunca llegaran a encarnar la esperanza en algo mejor; sino, a lo sumo, una simple copia de diferente color. Hace falta un mensaje comprensible por su veracidad, a fin de evitar confusiones, y sobre todo para rechazar la falsedad de las expresiones torticeras de otros. Un lenguaje que, según apuntaba K. Krausse, no es el aya sino la madre del pensamiento.

La izquierda recurre sistemáticamente a la desinformación y dispone de recursos más que suficientes para difundir su propaganda. Una práctica, «a la venezolana» donde Maduro aprovecha hasta los medios expoliados a sus legítimos propietarios, como los locales del periódico El Nacional, para llevar a cabo la ideologización paralizante de la población. Frente a eso ¿puede plantearse el PP llegar a la petición de amparo ante el PSOE, antes que negociar con VOX? Cuando ya el «casipresidente» del PP declara que solo gobernará si gana las elecciones, ¿se refiere a la onírica esperanza de una mayoría absoluta? Hasta entonces recuerde, con Wittgenstein, que: «los límites de su lenguaje significan los límites de su mundo».

Artículo publicado en el diario La Razón de España