Finalmente, después de varios días de profusas discusiones en las redes sociales (único espacio donde tiene cabida la libertad de expresión en un país de medios de comunicación cercenados y censurados), el 5 de enero la mayoría opositora decidió poner fin al gobierno interino presidido por Juan Guaidó, eligiendo una nueva junta directiva presidida por Dinorah Figuera y creando una comisión para administrar los activos en el exterior. Una medida polémica, sin duda, pero que solo hizo dar cuerpo a una realidad: el desdibujamiento progresivo del interinato y su notoria incapacidad para cumplir las ambiciosas y maximalistas metas que se propuso desde un principio, resumidas en el fatigado mantra: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.
Una de las cosas más sorprendentes que rodearon a este pequeño vía crucis fue la defensa casi apasionada que hicieron del interinato variadas personalidades y grupos, muchos de los cuales lo habían denostado e incluso desahuciado desde hace tiempo. Uno no puede menos que preguntarse si sucedió aquí algo que se da con cierta frecuencia en todas las sociedades y las comunidades políticas, como es el apego a ciertas instituciones pese a que ya no tienen mayor sentido o no cumplen ninguna función, o si se trató sencillamente del miedo al vacío, a carecer de una representación sólida y corpórea, así esta haya perdido toda fuerza y posibilidad de materializar los fines para lo que fue creada.
Por otra parte, se entiende hasta cierto punto el fuerte cuestionamiento desde los lados de los hombres de leyes, ya que quizá la salida encontrada no fue la más ingeniosa ni valedera, pero el hecho es que no hay nada virtualmente en este país, si metemos la lupa, que tenga un viso de legalidad, pues casi todas las decisiones y actuaciones del Estado desde hace un par de décadasE parten de interpuestos instrumentos, leyes y reglamentos que son violatorios de la Constitución (no pocos, incluso, han cuestionado la legalidad de la misma Asamblea Nacional legítima, al haber culminado su período, formalmente, en enero de 2021).
Por tanto, eso de ser campeones de la legalidad en un país donde esta ha sido borrada por completo, no es lo más plausible ni realista. Sí, lamentablemente, hay que decir que desde hace tiempo estamos en el terreno más crudamente hobbesiano: “Donde no hay poder común, no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia” (Leviatán)”, y por consiguiente todo pasa por la política en sus términos primarios y originarios: ir construyendo, paso a paso y con tesón, consensos y acuerdos básicos, al tiempo que se impulsan el empoderamiento de los ciudadanos en la defensa de su calidad de vida y la lucha por sus derechos.
Y aquí está el punto, precisamente. En verdad, como lo acaba de reconocer en sus poco afortunadas declaraciones Leopoldo López, la conformación del interinato nunca fue producto de un acuerdo entre las fuerzas opositoras: fue fruto de un arrebato -audaz, indudablemente- de la organización política que le tocaba presidir ese año el Parlamento, Voluntad Popular. Aunque los detalles de esa operación no se conocen -y probablemente nunca se conozcan- todo apunta a que hubo una conjunción de pareceres entre VP y sectores de la administración Trump, pues un paso tan importante no podía darse sin el visto bueno de este, que se había involucrado de manera muy directa y apasionada con la crisis venezolana. El interinato fue producto, por consiguiente, de la coincidencia coyuntural de visiones y perspectivas con respecto a nuestra crisis de sectores específicos de la oposición con la administración Trump o, expresado de otra manera, de una concertación parcial entre actores nacionales y actores decisivos de la escena internacional. Y ahí está el detalle de lo que sería su devenir, a la postre no muy afortunado: de lado y lado existían no pocas dosis de voluntarismo y maximalismo, a la par de no reparar mayormente, a saber, en la opinión de los técnicos y de los aliados, a los cuales no les quedó más remedio de sumarse al audaz pero arriesgado proyecto.
Ahora bien, una empresa de este tipo puede haber sido concebida, efectivamente, de manera poco consultiva y sin mayor racionalidad estratégica, pero en el camino podían haberse subsanado, quizás, estas deficiencias, con un manejo prudente y esclarecido, que integrara la mayor cantidad de fuerzas y sectores de la vida nacional, y matizara de alguna manera los ambiciosos objetivos proclamados. Pero no fue esto precisamente lo que sucedió. Tan pronto como en febrero de 2019 ocurrió el desastroso y oscuro evento en la frontera, en Cúcuta, que tan mala propaganda generó. Y posteriormente vino el burdo evento del 30 de abril, un conato de alzamiento más hollywoodense que otra cosa, que inició prontamente el declive en el prestigio de Guaidó y su liderazgo, incierto pero prometedor en ese momento. Para terminar con la desventurada Operación Gedeón en 2020, que rayó en lo tragicómico. El colofón, pues.
En todos estos eventos se observó a un Guaidó totalmente desdibujado, al punto de que puede decirse que esa opacidad fue el sello que lo definió a lo largo de estos 4 años. Sería egoísta negarle, cierto, su firmeza y pundonor en toda esta travesía, arriesgando constantemente su libertad y su seguridad personal. Pero, en definitiva, la responsabilidad del interinato le quedó grande, y esto no era de extrañar cuando estamos hablando de un político joven e inexperto. Un reto semejante necesitaba a un líder integrador, con mucha autoridad y prestigio, que fuese puente de equilibrio en momentos tan endemoniados, pero él nunca tuvo a su cargo, realmente, la conducción del proceso, actuando siempre como una simple ficha de su partido y de López, alguien que -sin negar sus méritos en años anteriores- ha mostrado una acusada propensión personalista y mesiánica, y que ha hecho de la búsqueda de atajos improvisados y desafortunados casi que su rasgo definitorio.
Ahora bien, el fin del interinato fue posible porque se produjo una nueva alineación de lo nacional con lo internacional, frutos de los notorios cambios producidos en ambos escenarios en los últimos 4 años. En lo que respecta a la nacional, el señalado agotamiento y pérdida de popularidad y prestigio de Guaidó, fenómeno acompañado simultáneamente por la fragmentación de la oposición, y el relativo fortalecimiento del régimen de Maduro, gracias, particularmente, a la mejora de algunos guarismos económicos.
En lo referente a lo internacional, la conjunción de la nueva política exterior de Biden, manteniendo las sanciones pero con un enfoque más diplomático y de filigrana (lejano de las cañoneras verbales de Trump) con los conocidos efectos de la pandemia y posteriormente la Guerra ruso-ucraniana, que aumentó el interés por el petróleo venezolano, y por último -y no menos importante- el desplazamiento de América Latina hacia la izquierda.
Este último factor se nos antoja decisivo, pues todos los nuevos mandatarios de corte socialista han restablecido relaciones con el régimen de Maduro, y vieron al gobierno de Guaidó como un obstáculo que impedía emprender nuevos tratos y acuerdos con el país. Lo paradójico es que todos ellos mantienen una prudente distancia de Maduro, y, en el fondo, juegan a que este abandone sus políticas más atrasadas y se acerque a los caminos democráticos y del Estado de Derecho, esperando que de esa forma Venezuela salga del hoyo económico y social que ha empujado a millones de compatriotas a sus naciones, con las respectivas tensiones que se han incubado.
A tenor de lo sucedido hasta el momento, los pronósticos que visualizaban daños incalculables para el país y el liderazgo opositor por la decisión de poner fin al interinato, están lejos de cumplirse. Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia y Alemania, han reiterado, cada uno con sus matices, que seguirán trabajando con
la AN legítima y la oposición democrática, con el fin de lograr que se realicen las elecciones libres, plurales y democráticas. No ha habido ninguna señal de que Citgo y las reservas de oro del Reino Unido estén en peligro de perderse. Es posible, lógicamente, que haya algunos costos menores, pero lo fundamental, el reconocimiento político, se mantiene incólume.
Esto no garantiza, ciertamente, que todo lo que venga en esta nueva etapa será mejor. Está por verse si esta oposición tiene por el fin el pulso y el temple de mantenerse unida e impulsar una alternativa que integre a la inmensa mayoría del país que rechaza al régimen, al tiempo que logre mantener el apoyo internacional y conduzca con firmeza y habilidad estratégica el proceso negociador.
@fidelcanelon
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