Lo ocurrido en las elecciones del 28 de julio no es secreto para nadie. Coinciden las encuestas previas, los exit polls y más del 83% de las actas oficiales que pudo rescatar la oposición, en que ganó por paliza Edmundo González Urrutia. La página https://resultadosconvzla.com/, en la que se han publicado estas actas, registra que 67% de la votación fue para él y sólo 30% para Maduro. La inmensa mayoría del país y, en particular, decenas de miles de testigos de mesa, muchos del PSUV, como los militares del Plan República, están claros en que así se expresó la voluntad popular. Gobiernos democráticos, aun sin abandonar muchos la prudencia diplomática, saben, también, que el resultado es ese. Experticias independientes han corroborado la autenticidad de la información publicada en esas actas, blindadas, como debe ser, por sus códigos de seguridad.
La proclamación de Nicolás Maduro como ganador, sin las actas que lo certifiquen, no se sostiene por ningún lado. En absoluto sirve la irresponsable y criminal sanción de una sala electoral del tsj que no tiene competencia alguna para certificar quien fue ganador. Eso lo decidió el pueblo soberano y el CNE tiene las actas que registran la victoria de EGU, pero no las publica. Y no lo hará, pues ratificaría que Maduro no tiene pueblo, que la inmensa mayoría de los venezolanos lo rechaza y claman por un cambio.
Pero no. Fiel a sí mismo, el fascismo quiere obligar al mundo a aceptar el triunfo de Maduro, así por así. Entre sus partidarios, muchos de ellos conscientes de que es falso, debe asumirse como un artículo de fe, por la “revolución”. Para el resto de los venezolanos es una orden, un ukase, a ser acatado forzosamente, so pena de terribles castigos. En estos términos, señalan que no estamos solo frente a un fraude para robar unas elecciones, sino ante un intento totalitario por imponer una “realidad” alternativa caprichosamente dictaminada por la fuerza, en contra de la fuerza de la verdad.
En su afrenta a la realidad, Maduro rompió relaciones con Chile, Argentina, Costa Rica, Perú, Panamá, Uruguay y República Dominicana por pedir la publicación de las actas que sustentarían su supuesta proclamación como ganador y ordenó la expulsión de sus diplomáticos acreditados en el país. A la par, desató una de las olas represivas más severas que ha conocido el país contra la justa protesta de los venezolanos, indignados por un robo tan descarado de su voluntad. 27 muertos, más de 2.000 detenidos arbitrariamente, la mayoría de los sectores populares, decenas de ellos adolescentes, desapariciones y otros atropellos, son “justificados” fabricando acusaciones de que son terroristas, delincuentes, sediciosos que atentan contra la patria, pagados por el imperio (¡!) Y, negándose ya definitivamente a presentar las actas para sostener la Gran Mentira de Maduro, el fiscal Saab dictamina que las publicadas por la oposición, certificando a Edmundo González Urrutia como presidente electo, ¡son falsas!
Pero donde la locura llega a los extremos es en la respuesta de este Torquemada a la carta que le hizo llegar el abogado de EGU. Declara, por televisión, que “marca un precedente muy negativo para el derecho venezolano. Este sector se cree por encima del derecho, de la ley, de la religión”. Luego, invirtiendo las tablas, como si EGU y no Maduro fuese quien busca robarse las elecciones, añade:
«Este sector minoritario pretende colocarse en una atmósfera supraterrenal, quieren pretender vernos como sus tontos útiles. No podemos aceptar que después de los resultados usted tumbe la mesa y, junto a su grupo minoritario, usted cante fraude” (¡!).
Y, con base en semejante exabrupto, libra auto de detención al presidente electo bajo acusaciones que son, cada una –como lo señalado arriba–, proyección de los delitos cometidos por el propio madurismo:
- Usurpación de funciones, claramente intentado por Maduro, al declararse (falsamente) electo;
- Forjamiento de documentos públicos, intentado de la manera más chapucera por Amoroso;
- Instigación a la desobediencia de leyes, de parte de la sala electoral del tsj;
- Conspiración del comando fascista contra las bases de sustento de la República;
- Sabotaje a sistemas públicos al esconder las actas y el sobre N° 1 en manos del Plan República;
- Asociación para delinquir, la que realizan Jorge Rodríguez, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, Tarek Saab, Maduro y otros, para ejecutar un golpe de Estado contra la soberanía popular.
Maduro desprecia los llamados de sus antiguos aliados Petro y Lula y, para agraviar aún más la relación con el segundo, ordena a su canciller, Yván Gil, desconocer la autorización del gobierno de Argentina para el custodio de Brasil de su embajada, rotas las relaciones con Venezuela. El tal Gil aparece, además, anunciando la realización de un encuentro mundial contra el fascismo para finales de septiembre en Caracas. ¿Se condenarán a sí mismos? ¡Proyección más autoincriminatoria, difícil! Y, conocido el exilio en España a que se vio forzado el presidente electo, Edmundo González Urrutia, ante la cacería en su contra, Torquemada Saab declara que fue negociada con el gobierno, cosa que inmediatamente desmiente el canciller de España, José Manuel Albares. Menos aún se trata de que EGU abandone la lucha por defender su triunfo. Pero está obligado a hacerlo desde donde no corre peligro su vida.
La manera escogida por el fascismo madurista para enfrentar la verdad de su derrota es, simplemente, negarla. Es una postura claramente sociópata, en la que se invierten los términos de la realidad como lo planteara, premonitoriamente, George Orwell en su novela, 1984. Ya que no pueden comprobar que ganó Maduro y tampoco pueden digerir la verdad de que se les acabó la manguangua, que el pueblo los rechaza y votó por el cambio, se refugian en una burbuja en la que, a causa de repetir una y otra vez acusaciones tan absurdas como las comentadas antes, se convencen a sí mismos de ser las víctimas. Construida esta única “verdad”, la convierten en grito de guerra desafiante ante el mundo para galvanizar a su secta en defensa de lo que consideran es su posesión exclusiva, el Estado venezolano. El problema es que eso los desenchufa del marco conceptual que sirve de referencia al manejo político del mundo actual. Precipitan una disonancia cognoscitiva que impide comunicarse con los demás, salvo con sus amigotes de Nicaragua, Cuba, Irán y Rusia, porque China no cae en semejantes desvaríos.
Robert Paxton, en su libro Anatomía del fascismo, señala la importancia que le otorgan los líderes fascistas a sostener entre sus partidarios una tensión de combate. El enemigo siempre acecha. Se vive para la lucha y se debe estar prestos a ello. Lo irracional, como lo muestra el caso de la oligarquía militar / civil que pretende cogerse el país, es que tal atrincheramiento se hace desde una postura cada vez más precaria, de gran vulnerabilidad. Deslegitimadas como nunca las instituciones en las que debería apoyarse su gobierno, desprovistos de credibilidad internacional, aislados y sin recursos, con un pueblo hastiado en su contra, en vísperas de una inevitable corrección cambiaria (devaluación) que agravará, aún más, la situación de los asalariados, ampliadas las sanciones en su contra y con el acecho, cada vez más amenazante, de ser procesados por crímenes de lesa humanidad, cavan -con la prepotencia y soberbia de siempre- un agujero en el cual resguardarse. Puede convertirse en su tumba.
Pero quizás lo que más extraña es que toda esta ruptura, que compromete seriamente su existencia futura, la hacen para apuntalar a quien les ha asegurado fracaso tras fracaso. Con Maduro perdieron la base de apoyo chavista, se arruinó la economía, se vino abajo el ingreso petrolero, quedaron aislados financieramente, aumentó la conflictividad social, colapsaron los servicios y, ahora, distanciaron a antiguos aliados. La comunidad internacional los rechaza y coloca bajo la lupa por el golpe de Estado tan chapucero contra la democracia, así como por la comisión de crímenes de lesa humanidad.
Según describen las películas, las mafias procuran ganar respetabilidad y lavar sus dineros malhabidos incursionando, primero en casinos y, luego, en negocios de bajo perfil. Se desprenden de sus rasgos más violentos para eventualmente ser aceptados como ciudadanos corporativos. Conservan sus fortunas. Las mafias venezolanas, embriagadas por su prédica fascista, se empeñan en perderlo todo.