Venezuela entró al siglo XXI bajo el signo aciago del militarismo retrógrado, con toda su carga de demolición institucional, robo y atraso.

El recurso “tiempo”, no renovable, ha sido dilapidado inmisericordemente en naderías, salvo el súbito nivel de vida alcanzado por la claque ignara y depredadora.

Mientras el mundo gira y avanza con sus científicos en descubrimientos que favorecen a la humanidad, aquí condenamos a los niños a la desnutrición y falta de escolaridad, que le anula su futuro.

El ecosistema criminal que nos asfixia convirtió al país en una isla rodeada de opacidades y mentiras, de hambre y miseria.

Quiero compartir el relato cargado de hondo significado del obispo de Petare, oriundo del Pilar, golfo de Paria. Le tocó visitar en el barrio más grande de Caracas a una comunidad asentada de migrantes internos. Observó casas de barro, sin puertas, con sistema eléctrico precario, con cables que habían botado y eran para televisión. Pululaban niños cundidos de alergias, víctimas de la pobreza.

El obispo confiesa que no había visto unas carencias tan profundas en un terreno tan precario, ni siquiera 60 años atrás en su lar sucrense. Los ocupantes abandonaron sus regiones interioranas porque allá los matan los colectivos y el pran de la zona. Se vive bajo una permanente zozobra. Se fueron para evitar que condenen a sus hijas al futuro de la trata o que los hijos menores caigan en el narcotráfico y el crimen, como únicas opciones de sobrevivencia.

En Venezuela existen comunidades enteras secuestradas por grupos violentos y no tienen otra opción que el desplazamiento forzado. Huyen con apenas un bolso y dejan atrás conucos con sus instrumentos agrícolas. Se trata de una ida sin retorno y esa historia real que relata el obispo de Petare es recurrente en las zona rurales de 14 estados del país.

El obispo se reunió con el asentamiento de desplazados en una cancha que llaman de gallos, pero que carece de esos animales. De 25 niños observó que 22 no habían comenzado a estudiar, luego de 2 años de haber llegado. Sin zapatos ni papeles, por un régimen que hasta les conculca la identidad.

En el magnífico y bien trabajado proyecto “Tierra de Gracia” hay que abrir un capítulo especial para estos casos de la vida real, cruda y dura. Hay que proveerles educación de emergencia a estos niños nuestros. Son 3 millones de ellos que no reciben los bienes esenciales de la educación básica y preescolar.

Necesario es partir de la verdad y desde allí comenzar a planificar. No se puede tratar en igualdad a los que están en completo estado de vulnerabilidad. No podemos evadir la realidad porque nos deprime. Hay que partir siempre de ella por muy dolorosa que sea.

¡Libertad para Javier Tarazona y Emilio Negrín! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!


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