En Nueva York conocí a Rigas Kappatos, poeta cefalonio, cuyos versos traslucen la crónica de los muelles y los navíos en un acaso de travesía por la historia, la mitología y el destino humano, que, tras haber surcado varios mares había decidido quedarse, quizás para siempre, en aquella vasta ciudad de esplendor y desdicha, y ocupaba un pequeño piso del East Village, que compartía con un gato, Athinulis, y durante varios veranos con Enrique Lihn.
Como se sabe, Lihn (Santiago, 1929- 1988) fue uno de los poetas chilenos más afectos, junto a Neruda, a las candidaturas del Frente de Acción Popular que llevó a Salvador Allende a la presidencia. Su primer libro de poemas fue publicado en París con traducciones de Jean Michel Fossey, un periodista cultural muy conocido en esos años y con ilustraciones de Roberto Matta. Una beca de la Unesco le llevó a París, donde escribió Poesía de paso, un libro que ganó el Premio Casa de las Américas de Cuba, donde vivió e hizo amistad con Roque Dalton y Heberto Padilla, dos de los cientos de miles de mártires de ese embeleco revolucionario. Siendo presidente de Estados Unidos Gerald Ford, visitó New York bajo los auspicios de la Fundación Rockefeller, que fomentaba el desprestigio del gobierno cubano; hizo lecturas de sus poemas en universidades como Yale, Rutgers, Maryland, Stony Brook, The City University of New York y el Center of Inter-American Relations y Pedro Lastra le hizo invitar como profesor en otras varias. Murió de cáncer de pulmón. Jorge Edwards se inspiró en la vida de Lihn para crear el protagonista de una de sus novelas.
Quienes han vivido en metrópolis, saben, en el fondo de sus almas, que la substancia que teje la vida en esos parajes es la soledad. Kappatos tuvo por única compañía, durante catorce años, a ese gato que adoptó en una tienda para animales y que poco a poco fue convirtiéndose en su room mate, sólo interlocutor luego de las eternas horas de vigilia y trabajo, de lucha por sobrevivir a la injuria del tiempo.
Conocí a Athinulis durante las visitas que hice a Rigas, pero nunca reparé en los gestos del gato, a quien muchos elogiaban como un ser excepcional. En cambio, Enrique Lihn, quien tuvo con él más horas y días de trato en sus varias residencias en casa del poeta griego, alcanzó su amistad y escribió textos a su gracia en vida y a su memoria, en la muerte, aparte de dibujarle con preciosismo.
Kappatos y Lihn publicaron luego, con un tono de innegables giros biográficos, un volumen en su honor, como atestigua este texto del primero:
Athinulis aprendió a jugar al escondite.
Cuando me oculto, le grito:
¡Athinulis!
Y él corre a encontrarme.
Después, desbordado de alegría,
se esconde en el sofá, bajo la cama, en la cocina.
Si no puede hallarme, maúlla, lastimero.
No soporto oír su dolor,
salgo y le alzo en mis brazos;
pero cuando le pongo de nuevo en el suelo,
¡como un relámpago, corre, otra vez,
a esconderse.
¡Y qué sorpresa deparan estos poemas productos del amor y la fraternidad con un gato! En este homenaje a Athinulis se hace la historia de su vida y el relato de su relación con el poeta, pero Rigas también celebra los gatos que conoció en Atenas durante su niñez, los míseros gatos perseguidos por los hambrientos durante la Segunda Guerra Mundial y a todos los gatos del mundo y sus estirpes en una elegía: Felinos Domesticus.
No hay duda de que Rigas Kappatos, durante su amistad con Athinulis, llegó a convertirse en gato y que su alma de felino domesticado ha sido la amanuense de estas memorosas exaltaciones a los de su linaje. ¿Cuántas veces hemos debido ser uno de los animales que van por el mundo llenos de virtudes y sin la mácula de haber vivido para dar muerte y dolor a otros?
Un fragmento del final del extenso poema a la memoria de Athinulis, escrito por Lihn, reza:
Mientras el gato envejece
sus congojas y reservas
son signos, que reviven,
a Rigas, sus ausencias
entre el puerto secreto
que hace que Athinulis
confunda a Manhattan
con un cosmos de gatos,
omitiendo que su casero
lucha lo inalcanzable
para inaugurar El Festín de Esopo
un restaurante abrumado
de empleados de Columbia University,
que nada tienen que ver
con la espera de Athinulis
que tras recibir su puchero
arquea su cuerpo y menea su cola
posando sus patas sobre el pecho
de ese mortal que fue siempre suyo.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional