Venezuela, una vez uno de los países más prometedores de América Latina debido a sus vastas reservas petroleras, ha atravesado una metamorfosis brutal en las últimas décadas. Desde la presidencia de Hugo Chávez y la consolidación del chavismo, hasta la actual administración de Nicolás Maduro, el país ha visto cómo sus instituciones democráticas se han deteriorado. El clientelismo político, la corrupción institucionalizada y la represión constante, son características predominantes de un gobierno que ha perdido el apoyo de muchos de sus ciudadanos, en el cual la realidad actual refleja una profunda desilusión con respecto a las promesas de igualdad y prosperidad, que alguna vez hicieron soñar a los venezolanos.
Pero para entender nuestra realidad, hay que retroceder unos años, con la llegada al poder de Hugo Rafael Chávez Frías en 1999, que marcó el inicio de una nueva era en la política venezolana. Chávez capitaliza el descontento popular hacia los partidos tradicionales y promete profundas reformas bajo la bandera de la revolución bolivariana. Su retórica antiimperialista y su promesa de redistribuir la riqueza resonaron fuertemente entre las clases populares.
No obstante, la implementación de políticas económicas poco ortodoxas y la centralización del poder, empezaron a erosionar las instituciones democráticas del país. Hugo Rafael impulsó numerosas nacionalizaciones y expropiaciones, buscando un reparto equitativo de recursos, pero estas medidas resultaron en la disminución de la inversión privada y la eficiencia productiva. Además, el uso de los ingresos petroleros para financiar programas sociales y repartir subsidios, creó una dependencia peligrosa del precio del petróleo, el cual es volátil por naturaleza.
Tras la muerte de Chávez en 2013, Nicolás Maduro asumió la presidencia. La administración de Maduro se ha caracterizado por una profundización de las políticas estatistas y una aguda represión de la oposición. Enfrentado a una crisis económica global, una caída dramática en los precios del petróleo y sanciones internacionales, el gobierno ha recurrido a la emisión descontrolada de dinero, desatando una hiperinflación devastadora.
La centralización del poder en el Ejecutivo y la erosión de los mecanismos de control y equilibrio han llevado a que las próximas elecciones que se realizarán el 28 de julio de 2024 sean vistas con creciente escepticismo, tanto dentro como fuera del país. Este contexto histórico y político ha llevado a un clima de desencanto y desesperanza. Lo que una vez fue una promesa de transformación y justicia social se ha convertido en un paisaje de represión, pobreza y migración masiva. Sin embargo, la tenacidad del pueblo venezolano y su deseo de cambio, siguen siendo fuerzas poderosas que podrían vislumbrar un futuro diferente para la nación.
Aun así no podemos dejar de lado la economía que, al parecer, muchos vengadores escarlatas, vampiros y bigotes disfrazados no entienden. Voy a explicarles de nuevo. La economía venezolana ha experimentado un colapso sin precedentes. La hiperinflación, la escasez de bienes básicos y la devaluación galopante de nuestro signo monetario han empujado a millones de compatriotas a la miseria. Las políticas económicas erráticas, las expropiaciones y la caída de la producción petrolera han exacerbado esta crisis. Las sanciones internacionales, aunque destinadas a presionar al régimen, también han contribuido a agravar la situación económica.
Ahora bien, hay que ser realistas, la revolución bolivariana no inventó el agua tibia, es decir, la dependencia del petróleo y políticas económicas intervencionistas las veníamos arrastrando desde el 18 de febrero de 1983, durante el gobierno de Luis Herrera Campins, cuando por presiones fiscales se abandonó la paridad cambiaria y se optó por la devaluación de la moneda para cubrir el gasto excesivo del Estado.
Volviendo a la historia, durante las décadas de 1970 y 1980, los altos precios del crudo, permitieron al país desarrollar un estado de bienestar robusto. Sin embargo, esta dependencia creó una vulnerabilidad sistemática. El ciclo económico de Venezuela comenzó a mostrar signos de quiebre, cuando los precios del petróleo cayeron, exponiendo la debilidad estructural de una economía que no había diversificado sus fuentes de ingresos, pero sí su clientelismo político. ¿Les suena la frase «hay que sembrar el petróleo»? Fue pronunciada por el escritor y político venezolano Arturo Uslar Pietri en 1936, publicado en el diario Ahora de Caracas, parece que a muchos se les ha olvidado. En ese artículo, Uslar Pietri expresaba su preocupación por la dependencia de Venezuela del petróleo como única fuente de ingresos, en pocas palabras, nunca nos preocupamos en diversificar la economía.
Regresando a nuestro presente para volver a 1999, las políticas económicas implementadas por el gobierno de Hugo Chávez y continuadas por Nicolás Maduro, agravaron los problemas. Las nacionalizaciones masivas, los controles de cambio y de precios, y la expropiación de propiedades privadas, socavaron la confianza del sector privado y disminuyeron la inversión, lo que produjo una caída de la producción nacional, incrementando la dependencia de las importaciones para cubrir las necesidades básicas de la población.
Esto condujo inexorablemente al colapso, representado por la hiperinflación. La impresión descontrolada de dinero para financiar el gasto público, en lugar de recurrir a formas más sostenibles de financiación, llevó a una depreciación monstruosa del bolívar, la moneda nacional. Los ciudadanos vieron cómo sus ahorros se evaporaban y los precios de los bienes y servicios se multiplicaban de forma exponencial. La hiperinflación, que ha alcanzado tasas de millones por ciento anuales, ha hecho prácticamente imposible, para la mayoría de los venezolanos, acceder a bienes básicos como alimentos y medicinas.
Lo anterior condujo a nuestros compatriotas a la malnutrición y la falta de acceso a servicios de salud, proliferando enfermedades que antes estaban controladas, como la malaria y la tuberculosis, han resurgido debido a la falta de medicamentos y equipos. No podemos dejar de hablar que la deserción escolar ha crecido, ya que los niños y adolescentes deben trabajar para ayudar a sus familias a sobrevivir.
Sin embargo, otros optaron al sacrificio mayor, que fue migrar, en la búsqueda de bienestar que su propio país estaba imposibilitado dar. Millones han abandonado la nación en busca de una vida mejor en países vecinos y más allá. Esta diáspora ha tenido implicaciones tanto para Venezuela como para los países receptores, que se enfrentan a desafíos en la integración de estos migrantes.
Por lo tanto, el colapso económico de Venezuela ha sido una espiral descendente, que ha sumido a la nación en una crisis profunda y multifacética. El país está ávido de liderazgo visionario y cambios profundos, por eso apelamos de nuevo a la esperanza, para poder encontrar el camino hacia la recuperación y ofrecer a sus ciudadanos un futuro más prometedor.
Pero, nunca falta un, pero, hay que erradicar la estigmatización que ha sido la base de la política represiva y de criminalización en Venezuela. Desde los más altos niveles del Estado, se ha estructurado un sistema para desprestigiar, acusar, amenazar y señalar a quienes defienden los derechos humanos y los que profesan otras ideologías. Esto se ha realizado a través de declaraciones públicas, medios de comunicación y redes sociales. La coordinación entre estas estigmatizaciones y las detenciones arbitrarias, es un indicador de la política sistemática de represión y apunta hacia el crimen de lesa humanidad de persecución, que, en su momento, debe ser investigado por la justicia, tanto nacional como internacional.
Estamos conscientes, que el panorama actual es sombrío, además, que el futuro de Venezuela no está escrito. El porvenir de la patria está en nuestras manos, por lo cual a los venezolanos nos tocará jugar un papel crucial en apoyar diálogos inclusivos, que busquen una solución pacífica y democrática.
El empoderamiento de la sociedad civil, la reconstrucción económica y la restauración de las instituciones democráticas, son pasos necesarios para el renacimiento del país. La esperanza de un cambio genuino, reside en la capacidad del pueblo venezolano para resistir la opresión y reclamar su derecho a un destino favorable.
A pesar de las buenas intenciones, no debemos olvidar que seguimos sumidos en la desolación, bajo un régimen autoritario que oprime a su pueblo, con una economía devastada y una sociedad al borde del colapso. Por esta razón, otro factor a considerar para impulsar el cambio es la comunidad internacional, que, a través de organismos multilaterales, no puede permanecer indiferente ante esta tragedia. Es crucial tomar medidas concretas para ayudar al pueblo venezolano a restaurar la democracia, reconstruir su economía y recuperar la esperanza en un nuevo amanecer.
De todos modos, no debemos olvidar para no repetir la historia, que tras dos décadas de «revolución bolivariana», el chavismo, liderado por Hugo Chávez y posteriormente por Nicolás Maduro, ha dejado una profunda huella en la nación, representado por la polarización política, la crisis económica y la precariedad social, la criminalización de la oposición, el encarcelamiento de disidentes y la utilización del aparato judicial del Estado para reprimir.
Los puntos mencionados previamente, han generado un entorno propicio para el incremento de la violencia en nuestro país, constituyendo una grave amenaza que afecta a toda la sociedad. Las tasas de homicidios se encuentran entre las más altas del mundo, y la inseguridad ciudadana se ha convertido en un problema generalizado, que impacta a todos los sectores de la población. Esta situación se agrava, debido a factores como la pobreza, la desigualdad y la impunidad, que fomentan la proliferación de la violencia.
No hay que olvidar, que uno de los logros de la revolución bolivariana, es el aumento de la desigualdad social, que se ha convertido en otro de los grandes problemas de la nación. El chavismo, a pesar de su discurso socialista, no ha logrado reducir la brecha entre ricos y pobres, como tanto pregonaba, gritando a los cuatro vientos que ser rico es malo. De hecho, la crisis económica ha acentuado aún más la desigualdad, dejando a millones de personas en una situación de extrema pobreza.
Por lo tanto, los éxitos revolucionarios se miden por los altos índices de desesperanza y pesimismo, que son el credo y sentimiento generalizado entre la población venezolana. Tras años de crisis, muchos venezolanos han perdido la fe en el futuro y no ven una salida a la situación actual.
Entonces, la pregunta obligada es la siguiente: ¿Hay esperanza para Venezuela? Reitero de nuevo, sé que es molesto, pero no hay que olvidar que con un cambio de gobierno no es suficiente para mejorar la realidad del país, es solo el inicio, porque la situación es sin duda alguna, compleja y preocupante. Pero por algo hay que comenzar.
Pese a lo cual, aún hay esperanza para el país. La clave para salir de la crisis pasa por un cambio político indudablemente, enfrentar el desafío económico y comenzar a realizar cambios sociales profundos. Además, es justo y necesario que la nación se encamine hacia la democracia, la libertad y la justicia social.
Como expresé anteriormente, Venezuela no debe sentirse sola en la lucha para rescatar su democracia. Por eso, la comunidad internacional, la sociedad civil y los ciudadanos en particular, tienen un papel importante en este proceso. Es necesario que se ejerza presión sobre el gobierno venezolano para que respete los derechos humanos, celebre elecciones libres y transparentes, e implemente políticas económicas que permitan la recuperación del país.
Así y solo así, el camino hacia la recuperación de Venezuela a pesar de que será largo, tortuoso y difícil, con el esfuerzo y la unidad de todos los venezolanos, podremos construir un futuro mejor para la patria.