La rabieta contra la red X de La Vanguardia y de The Guardian británico es síntoma de la aguda crisis que sufren los periódicos tradicionales. No hay más que ver la generalizada reacción de cachondeo a su abandono de esta red social. Que es lo peor que le puede pasar a la prensa, que se rían de ella, que no le otorguen credibilidad alguna, que a nadie le importe que dejen X. Y que los consumidores de información política se rían a carcajadas de su argumento para el abandono, que X desinforma y publica bulos. Lo dice La Vanguardia, altavoz de la manipulación nacionalista y ahora también de la de Sánchez. Y lo dice el Guardian, experto en manipulación progresista.
Los viejos periódicos se están muriendo, pero no solo por el papel, que sigue funcionando en los libros, pero no en la prensa. Se están muriendo porque han perdido sus dos grandes columnas, la credibilidad y el pulso de la sociedad. Y los pobres ni siquiera se han enterado, aún piensan que son referencia. Cuando la percepción mayoritaria de los consumidores de información y opinión política es que La Vanguardia hablando de desinformación es como Pedro Sánchez y Begoña hablando del fango, de los bulos y de los seudomedios. En eso ha quedado su credibilidad, tras años secundando todo tipo de manipulaciones nacionalistas, y ahora también las mentiras de Sánchez.
Y es que estos viejos periódicos también han perdido el pulso de la sociedad. La semana pasada contaba aquí mismo cómo Trump ha ganado de nuevo con la oposición de la inmensa mayoría de los periódicos estadounidenses que pidieron el voto para Harris. También allí, los medios tradicionales están perdiendo credibilidad aceleradamente. Pero, además, la están perdiendo sobre todo entre los votantes republicanos, que, en 8 años han pasado del 70% que confiaba en esos medios en 2016 al 40% en 2024, mientras que su confianza en las redes ha subido al 37% (encuesta del Pew Research Center). Y es que los viejos periódicos, la gran mayoría dominados por la izquierda, no se han enterado de que hay una sociedad en pleno cambio, en protesta y movilización contra los dictados del progresismo. Que se va a otros medios de información para huir de la desinformación progresista. En América y en Europa.
Hace algunos años, Alistair McAlpine, asesor de Thatcher y escritor, definió con ironía y brillantez la relación del periodismo y el poder, cuando escribió que «los barones de la prensa, que son generalmente mucho más listos que los políticos, han descubierto que pueden tener el éxito financiero que viene de vender periódicos y el poder que viene de ayudar a un político a llegar a primer ministro. ¿Cómo se hace eso? Es simple. Los barones intentarán descubrir la intención de voto de los ciudadanos, y después les animarán. Por lo tanto, de una extraña manera, la democracia funciona después de todo».
Es ese olfato el que han perdido los viejos periódicos. Aún creen que los ciudadanos se mueven por esas consignas progresistas que compraron la mayoría de ellos, incluidos algunos de los más conservadores. Y les ocurre lo que a La Vanguardia y a The Guardian, que denuncian la desinformación de X y tan solo provocan pena e hilaridad.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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