OPINIÓN

Ascenso y caída de António Costa

por Ángel Rivero Ángel Rivero

El 7 de noviembre pasado, António Costa presentó su dimisión como primer ministro de Portugal, que le fue aceptada por el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa. Antes se habían reunido personalmente dos veces esa misma mañana, en la sede de la presidencia, en Belém. La razón de la dimisión es que Costa estaba siendo investigado por un caso de corrupción vinculado a la minería del litio en el norte del país y a la producción de hidrógeno verde en Sines. La investigación se inició en 2019 y personas muy vinculadas al dimitido han sido detenidas: su jefe de gabinete, su mejor amigo y el alcalde de Sines, entre otros.

Como consecuencia de estos hechos el país se encuentra en estado de ‘shock’, porque Costa, aunque ha afirmado tener la conciencia tranquila, está imputado y su casa, la vivienda de la que disfrutan los primeros ministros portugueses junto al Parlamento, fue registrada por la Policía. En la comparecencia de ese día negro en su biografía, Costa anunció su retirada de la política, justo en medio de la legislatura, en la que gozaba de una estabilidad parlamentaria apenas sin precedentes para los socialistas. Costa, al comparecer ante los medios el día de su dimisión, enfatizó que los procesos judiciales son largos y que no se puede ser primer ministro bajo la sombra de la sospecha. Si este retiro es definitivo o habrá una vuelta en el futuro es un enigma que se resolverá con el tiempo. Salvo en las elecciones de 2005, en las que José Sócrates alcanzó por primera vez el Gobierno, en ninguna otra elección de la etapa democrática del país el Partido Socialista había alcanzado una mayoría absoluta en la Asamblea de la República. Por cierto, José Sócrates también se vio envuelto en casos de corrupción muy graves.

Hábil negociador, Costa llegó al Gobierno en 2015 tras perder las elecciones, al hacer caer al segundo Gobierno de Passos Coelho y formalizar un acuerdo de legislatura con el Partido Comunista Portugués, su satélite, el Partido Ecologista, y el Bloco de Esquerda. El Parlamento portugués tiene 230 diputados y la alianza del PSD y el CDS-PP, el centro derecha, obtuvo 107 diputados, esto es, se quedaron a nueve escaños de la mayoría absoluta. Sin embargo, el PS de Costa, que solo obtuvo 86 diputados, fue capaz de formar gobierno con el apoyo de un acuerdo de investidura y legislatura con los partidos de la extrema izquierda. Gracias al mismo sus escaños se convirtieron en 122. Este Gobierno en minoría con el apoyo parlamentario de la extrema izquierda fue bautizado como la ‘geringonça’, es decir, como algo incomprensible y mal hecho destinado a estropearse pronto, pero duró la legislatura completa.

En la lógica parlamentaria, el candidato con más apoyos en el Parlamento es el que alcanza el Gobierno, y pareciera natural que si la izquierda tenía una mayoría en la Cámara, el Gobierno fuera de izquierdas. Pero esta separación entre izquierda y derecha, que puede parecer la división política básica en otras sociedades, no lo era en Portugal. El proceso de transición a la democracia de Portugal se inició con un golpe de Estado y estuvo protagonizado en su fase fundacional por los militares, una parte de los cuales se radicalizaron en contacto con los llamados movimientos de liberación nacional del tercer mundo, es decir, con movimientos marxistas leninistas, lo que sumió a Portugal en una deriva autoritaria de tipo izquierdista denominada el PREC, proceso revolucionario en curso.

Esto produjo que los partidos políticos portugueses se dividieran desde el principio entre los partidarios de una revolución que instaurara el socialismo en Portugal y los que defendían que el país debía tener un régimen congruente con su posición en el mundo, esto es, debía ser una democracia liberal. Como demostraron las primeras elecciones de abril de 1975, la inmensa mayoría de los portugueses se manifestaron a favor de la democracia y en contra del comunismo. Entre los revolucionarios estaban, sobre todo, el PCP y también los partidos de obediencia maoísta o trotskista, que se agruparían en el futuro en el Bloco de Esquerda. En el segundo, el Partido Socialista y los partidos de la derecha, el PSD y el CDS-PP. Esto explica que todos los gobiernos de coalición del Portugal democrático hayan tenido a estos tres protagonistas con exclusión de la extrema izquierda. Las elecciones de 2015 rompieron de alguna manera la tradición porque gobernó el segundo partido más votado; y porque lo hizo con el apoyo parlamentario de la extrema izquierda.

A diferencia de España, es el presidente de la República quien nombra al primer ministro en Portugal, tras consultar con los líderes de todos los partidos con representación y luego, con el Gobierno ya formado, es el Parlamento quien le otorga su confianza. Como acabo de señalar, en la historia democrática portuguesa siempre había gobernado el partido más votado y era un axioma que los gobiernos en minoría se formaban con el concurso de los partidos democráticos y no de la extrema izquierda. Las circunstancias de la elección de 2015 fueron peculiares porque Passos Coelho se presentó ante el presidente con sus apoyos y António Costa únicamente con los del suyo. Naturalmente, el jefe del Estado, Aníbal Cavaco Silva, nombró a Passos Coelho primer ministro, pero cuando éste sometió su Gobierno ya formado al Parlamento, la mayoría de izquierdas lo tumbó.

Fue entonces cuando Costa, ante las nuevas consultas del presidente de la República, comunicó los apoyos con los que contaba para ser apoyado en el Parlamento, fue nombrado y refrendado por la Cámara. Este acuerdo parecía trastocar por completo el sistema de partidos portugués, porque nunca los partidos de la extrema izquierda habían apoyado a gobierno constitucional alguno. Sin embargo, en las elecciones de 2019 Costa consiguió que su partido fuera el partido más votado y se quedó a ocho escaños de la mayoría absoluta, pero esto no fue óbice para que formara un Gobierno libre de acuerdos con los radicales. En 2021, cuando éstos bloquearon la aprobación de los presupuestos, el presidente de la República disolvió el Parlamento y convocó elecciones.

La extrema izquierda acusó entonces de connivencia electoralista al primer ministro y al presidente de la República, porque el resultado fue una victoria total del Partido Socialista, que alcanzó los 120 diputados sobre 230 y redujo a los antisistema a una docena de electos. En suma, la trabajosa ascensión de Costa, mérito de su habilidad política y su sagacidad como negociador de apoyos imposibles, acaba de finalizar de una forma abrupta e inesperada en su momento de mayor gloria.

Artículo publicado en el diario ABC de España