OPINIÓN

Arrogancia

por Freddy Marcano Freddy Marcano

La arrogancia luce tan inherente al ejercicio público y privado del poder que son contadas las excepciones de quienes no la han sufrido a pesar de ejercer altísimos cargos de Estado o en una firma mercantil. En la más alta magistratura pública los hubo y hay obnubilados con los oropeles presidenciales que a la postre aburren, porque fortalecen más el ego la esmerada adulancia de aquellos que lidian por un jugoso contrato, jurando descubrir virtudes en el benefactor donde simplemente no las hay ni habrá. En la tradición hispanoamericana, son muchísimas las fortunas labradas a punta del halago, la lisonja, la alabanza hacia el mandatario que no resiste ni media hora con un terapeuta. Pero el asunto tiene su equivalente en el sector privado, y muchos de los ascensos gerenciales han dependido del culto hacia los accionistas y ejecutivos de la empresa, aunque el fenómeno está más limitado por las realidades del mercado cuando realmente hay mercado competitivo. La vanidad llega a la estratosfera con los porteros que sufren el mal del ciclista: le bajan la cabeza al de arriba, y patean al de abajo, porque solo los poderosos acceden a su jefe.

La peor de las arrogancias es cuando no se tiene poder. Este ocurre con mucha frecuencia en la vida política, y el síndrome tiene una característica muy extendida: la que marcan aquellos que cuentan los pollitos antes de nacer. El problema está en que después arrastran a los más inocentes en su fracaso. Supimos hasta hace poco de un liderazgo opositor que creyó que ya el mandado estaba hecho y le rindió culto al llamado interinato. Preservándole la ilusión, el gobierno les hizo creer que ya estaba rendido pero se fue comiendo al elefante poco a poco. Insufló el narcisismo por aquí, le quitó un poquito por allá, apretó la situación más acá, la aflojó en las adyacencias y sólo se hablaba de tres o cuatro opositores que, entre sí, rivalizaban por la declaración más destemplada, el gesto más aventurero, la nota más extravagante: lo importante eran los grandes letreros en las redes con el nombre del más osado.

Cuando se trata de regímenes de fuerza, arbitrarios y extravagantes, no se puede confiar en nadie. En este país hay que hacer campaña todos los días, dejar que los expertos electorales de la unidad opositora afronten y neutralicen las maniobras y ardides del oficialismo y permitir que se hagan sentir los liderazgos locales y regionales. La megalomanía nada aporta a la tarea común de superación del régimen, añadidos los extraños que confían en que pueden meter gato por liebre y colarse. Faltando todavía mucho, porque por más descontento que exista, no están las cartas echadas. Es urgente recuperar para nuestro país la confianza dejando a un lado la arrogancia, sobre todo por parte de la clase política que nos gobierna y la que pretende gobernar, pero no sólo por ella, la mesura, la capacidad de llegar a acuerdos, la honestidad, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace y, sobre todo, el respeto al contrario.

La política actual representa el fracaso de los líderes, pero también el de toda la sociedad aunque la capacidad de rectificar y  mejorar es casi infinita, siempre y cuando exista la voluntad de hacerlo para el beneficio no solo personal sino de toda la colectividad.Tenemos que mantenernos en el trabajo en conjunto. La arrogancia destruye la insistencia y  la resistencia que nos ha llevado a persistir durante estos largos casi 25 años. No desfallezcamos cuando estamos a la vuelta de la esquina de alcanzar la meta.

@freddyamarcano