OPINIÓN

Armas para la paz

por Albert Geovo Albert Geovo

La cultura de la paz debería ser la cátedra desde el Kindergarten hasta los niveles más altos de la universidad, tan importante o más que la lengua y literatura, las matemáticas con todas las ciencias y donde se enmarcan todos los acuerdos nacionales e internacionales.

Se sabe que hay unos que conocen muy bien todas las reglas de puntuación de la ortografía; los hay muy bien dotados en la ciencia y tecnología; pero con conocimientos no muy sobresalientes en las normas de convivencia y ciudadanía que son esenciales para la ciencia de la paz, es decir, para la sana  convivencia.

Ya es conocido  que la palabra paciencia se compone de paz y ciencia, aunque sean estos conocimientos básicos, no dejan de ser fundamentales para la ciencia de la vida y la conservación de la humanidad.

Por otro lado, no debe causar ningún asombro, que todos los análisis, pronósticos, estudios den como resultado una guerra imaginaria, alentada por una cultura contraria a una saludable convivencia; que sólo existen en la mentalidad de los subjetivos análisis limitados del pensamiento humano.

De manera que, cuando un sistema de pensamiento esté cercado por límites, es razón suficiente para empezar a dudar de dicho método, pues sin duda alguna está mostrando claras debilidades aquel modelo, el cual requiere ineludiblemente la cooperación de otros sistemas, incluso los opuestos al mismo, es por tanto que hoy no exista ningún sistema de pensamiento que no esté sujeto a revisión, enmienda, reforma y evolución del mismo.

En ese sentido, encontrarse anclado en las corrientes del pensamiento del pasado o de cualquier época, incluyendo la presente, es no estar en la onda de la evolución del ser humano; ya que todo está sujeto a cambios, nada es inmóvil, todo vibra y se mueve; no es casualidad que a Galileo se le sometiera a juicio por estas disertaciones, de una perenne armonía; así que de no respetarse este principio en los métodos, no sólo se pierde la armonía y la ciencia, sino el sentido de la vida.

En definitiva, la educación ciudadana de cara a una sana convivencia en paz y armonía con el mundo, cuestión que ha de ser una cátedra medular de las enseñanzas de la educación universal en todos los niveles, tan importantes como las matemáticas o el idioma; no dejando estas cualidades humanas a los dotes naturales, sino que se refuercen, alienten y promuevan en todos los acuerdos y las etapas evolutivas del ser humano como cualquier otra ciencia o disciplina.

Y a pesar de que las cualidades para la convivencia, la paz y la armonía son propias de toda la creación, no quiere decir que las mismas latentes en todo lo existente tengan que darse por realizadas; si no que no tendrían que haberse manifestado las grandes enseñanzas de los importantes mensajes a la humanidad; como aquel mensaje célebre del Mesías cuando enseñó que el amor al Creador con todo el corazón y con toda el alma y con toda la mente; junto amarás a tu semejantes como a sí mismo;  están fundamentando la ley y los profetas. Esto es así en todas las cosmovisiones de todas las latitudes, tiempos y épocas.

Para terminar las guerras se  deben trascender primero en la dimensión mental, es decir, en el mundo de las ideas, y más aún en la dimensión espiritual para como en forma de cascadas sean trascendidas en la dimensión física, es decir en el mundo de las voluntades y acciones de las individualidades.

Dado que todo lo existente primero se desarrolló en la dimensión mental y el ejercicio más potente que se tiene al respecto, es el desarrollo en la ciencia y la tecnología de todos los siglos, igual sucede con la paz, una vez conquistada en las dimensiones superiores al mundo físico, en específico el mundo de interrelaciones humanas, es un efecto de la misma dimensiones superiores, como resultado directo de lo que se piensa, siente y luego se hace como consecuencia, es decir, el individuo, la sociedad o individuo masa, es un resultado de los distintos modelos de pensamiento, es decir del mundo de las ideas o fe que se tengan, que paradójicamente están concebidas por el sujeto como camisas de fuerzas, los cuales   terminan incidiendo en los comportamientos acertados o erróneo de la sociedad.