OPINIÓN

Armas biológicas

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

El representante especial de la ONU, Eduardo Stein, dice en entrevista con @CELIAMENDOZA25 que es «una interpretación bastante peligrosa y perversa que se estigmatice a los retornados venezolanos, acusándolos de ser armas biológicas».

En el cuento “La casa de la bruja” de José Rafael Pocaterra, leemos:

—¡La bruja! ¡La bruja!

Y eran gritos y pedradas; voces de todos los granujas. Si la acosaban y un guijarro iba a golpear su pobre armadijo de huesos, sacaba del manto un dedo muy largo, señalaba el cielo y regonzaba una especie de protesta monótona como una oración.

—¿Por qué no busca un trabajo? Póngase a servir en una casa; usted está ¡buena y sana!

Sin responder, echaba ella a andar calle abajo ondulando su verdoso manto, como una bandera de miseria.

El gobierno de facto en cuyas garras está hoy el Estado, a través de sus envalentonados voceros de chillidos acusatorios y arengas de mal agüero, nos toma como a la pobre mujer del aludido cuento los habitantes de aquel pueblo.  No solo nos llama “escuálidos”, “enemigos de la revolución”, “la derecha parasitaria y golpista”, “apátridas”, “pitiyanquis” y un sinfín más de epítetos que no son del caso repetir, sino que ahora nos consideran “armas biológicas”, impedidos de volver al país por disimiles razones, entre las cuales destaca no poder continuar viviendo en otros países por causa de la pandemia del covid-19.

Por si fuera poco el rosario de penurias que padecemos: la falta de agua, gasolina y otros “vitales líquidos”; las farmacias convertidas en refugios de oración; los hospitales desabastecidos; falta de comida, lo que conlleva hambre y desolación; la moneda por el suelo o más abajo y los crematorios y cementerios esperando por nosotros, a la barbarie no se le ocurre otra cosa que añadir el impedimento a tantos connacionales que se fueron de Venezuela víctimas de la diáspora, buscando algún refugio afuera con mejores condiciones de existencia, que prohíbe o imposibilita su retorno a la patria. Son paisanos que quieren (y tienen derecho) regresar al país, después de probar suerte en otros lugares del mundo.

No hay impedimento legal que se les pueda oponer para restringirle o prohibirle a ningún paisano volver a su casa, si es que dejó alguna en este lado del mundo, en el norte de la América del Sur, en plena zona tórrida.

Bueno, resulta imposible olvidar al entonces ministro de Educación, hoy flamante gobernador de Miranda, Héctor Rodríguez, cuando aseguró: “Dentro de la campaña para erradicar la pobreza se pretende establecer políticas sociales para sacar a los ciudadanos de esa condición. No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos».

Así las cosas, los que aquí seguimos y los que quieren volver, seguimos siendo la bruja del cuento. La peste se empeña en seguir lapidando nuestra dignidad, empobreciéndonos cada día más, insultándonos sin razón alguna, desconociendo la realidad de cada venezolano que sufre y padece las tragedias que significó elegir –en mala hora– a aquel desquiciado milico golpista, hace ya veintiún años, tres meses y veintisiete días.  A nuestra pesada carga, esa cosa aposentada en Miraflores no se cansa de poner más piedras en nuestras espaldas.

Se equivoca la barbarie como equivocado estaba el pueblo aquel del cuento de Pocaterra, al considerar a una pobre y humilde mujer, madre de un enfermo, una bruja. Un pueblo que “para acrecer aquella superstición del lugar, observábanse en ella detalles que la acusaban, pruebas que en la edad media hubieran bastado a dar con sus huesos en la hoguera”.

—¡Un lázaro! ¡Un lázaro!

Y dejando caer el candil que se apagó en un silbido de tragedia, huyeron enloquecidos por el espanto.

Sí, un lázaro; un desgraciado a quien la enfermedad antigua y tremenda iba devorando lentamente a pedazos sobre la yacija de su miseria; un atacado del viejo mal de la Escritura, que martirizó a los profetas y a los santos; otra víctima del remoto contagio asiático, que los cruzados llevaron a Europa, y a los barcos negreros trajeron a la América desde el litoral africano.

Toda la brujería de la bruja era aquel pobre leproso, aquel hijo infeliz que ocultaba en el fondo del casucho, riñendo con el más sagrado de los heroísmos, una diaria batalla contra el hambre, las enfermedades y los hombres… A esa bruja horrenda que llenaba de odio y de pavor a los niños de la ciudad, su enfermo, su hijo, en las cóleras inmensas de la desesperación, en el negro humor de su desgracia, la tiraba de los cabellos, la golpeaba brutalmente, la estrechaba contra sus carnes hinchadas para contagiarle el horrible mal”.

¿Se dan cuenta? ni bruja ni armas biológicas. Es la ignorancia y la maldad; la fiebre por el poder; esa terca manía de querer mandar a todo trance y sentirse con un poderío para dominar el destino de todas las almas que pueblan esta tierra, y las que quieren volver a ella, a pesar de las circunstancias.

Hoy el país está claro, eso creo.  El gobierno de facto debe sacar bien sus cuentas, como bodeguero de pueblo con su lápiz y libreta. Ya la mayoría no está de su lado; atrás quedaron las consignas mortuorias de “patria, socialismo o muerte”; nada de rojo rojito para etiquetar las sumisas e incondicionales solidaridades.

¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos.

Más serviles y menos independientes, más lacayos y lambucios, además de tristes servidores del militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido en Venezuela. Ahí están las verdaderas brujas con sus perversiones y malandanzas que se han apropiado de los poderes públicos en franca violación a la división que consagra la Constitución.

¿Qué clase de democracia es esta que quiere imponer por la fuerza una mentalidad única, para lo cual cierra medios y amenaza a otros, además de perseguir a los comunicadores y a quienes tengan ideas divergentes y críticas frente a un régimen militarista que quiere guerra con todo el mundo, menos contra la pobreza, la miseria y la inseguridad?

Hasta de ministro de la Salud –hace algún tiempo– han puesto a un militar y quieren manejar los hospitales como si fueran cuarteles.

Hoy en mi país, al parecer, las campanas son también de piedra. Cuando el silencio de la muda voz retumba aún más que el tañido, no repican las pesadas campanas, doblan una sola vez, mientras el dolor se hace añicos.

Duro dolor de piedra, campanas que vuelan un solo vuelo de pena de ave herida. Cada tañido del corazón colmado de angustias y una seca campanada da el portazo cerrando la iglesia que llevamos dentro.