La realidad es tan terca, insondable e inasible que por más que la ficción haga lo que haga jamás podrá darle alcance. En algún párrafo de la vastísima obra literaria de Jorge Luis Borges, leí que lo más real procede del mundo de la imaginación. Según cifras de organismos internacionales que coinciden plenamente con las estadísticas que llevan en sus registros organizaciones no gubernamentales el número de venezolanos esparcidos por todo el globo terráqueo supera los 5 millones. Por las razones que fueren y la índole que sea; hay que verle la cara a una oleada migratoria de 5 millones de venezolanos. En todos los continentes del planeta, hasta el último país del universo mundo hay un grupo de connacionales que por las más heteróclitas e insólitas razones decidieron abandonar su país y sentar plaza en lejano exilio, lejos del espanto insufrible que representa la revolución bolivariana: esa desolación sin precedentes que instauró el infierno aquí abajo en la tierra.
Hace apenas una semana Nicolás Maduro tildó a los venezolanos que desesperada e inútilmente intentan ingresar a Venezuela de «armas biológicas», usadas como escudos humanos y avanzada desestabilizadora de la revolución socialista por parte de la ultraderecha fascista, proimperialista representada por los gobiernos de Iván Duque (Colombia), Jair Bolsonaro (Brasil) y Lenín Moreno (Ecuador). La insólita, por descabellada y desternillante acusación por parte del parecido en facciones faciales al tenebroso y tristemente recordado carnicero eslavo Iosif Stalin, se basó en un ciertamente lamentable suceso ocurrido con un autobús que venía de la ciudad colombiana de Barranquilla con destino a Cúcuta lleno de compatriotas venezolanos que por alguna razón pasaron por alto los protocolos sociosanitarios de detección y descarte del covid-19 en la hermana nación suramericana.
De lo anterior se puede colegir que unido al imaginario bloqueo, que cuales gallinas cluecas prochinas, también la revolución proletaria y socialista encabezada con el camarada Nico ahora pasa, ex aequo, a estar asediada por los cuatro puntos cardinales por amenazas de guerras bacteriológicas de cuarta generación compleja y extraordinaria. La hipótesis salta a campo traviesa y toma el proscenio del teatrito latinoamericano: Venezuela está a punto de convertirse en el Vietnam suramericano del siglo XXI. Cada connacional que intenta cruzar el Rubicòn o la línea fronteriza de la frontera viva brasileña o de las incontables trochas distribuidas en los más de 2.000 kilómetros de frontera colombo-venezolana ipso facto es sospechoso de ser considerado una bomba biológica; esto es, un vector de contagio pandémico por virus chino o virus de Wuhan. La nomenclatura de nueva clase tecnoburocràtica bolivarera; o la partidarquìa filotirànica chavista-leninista del PSUV por más que se trepane los pocos sesos que pueblan su masa craneoencefálica no han podido rebatir la egipcíaca verdad del tamaño de la Muralla china: el coronavirus es un virus chino, pues se originó en China, en la provincia de Wuhan y con la anuencia del jurásico y plúmbeo régimen comunista chino se extendió por la tierra enfermando y diezmando a la especie humana convirtiendo la esfera terráquea en un pandemónium global.
Los venezolanos que aún caminamos por calles, avenidas, poblados y caseríos de este desvencijado y destartalado país sí somos en estricto rigor potenciales armas biológicas; pues con un sistema inmunológico precarizado y altamente vulnerable, aunado con ello la falta total o parcial de agua y la mala alimentación convierte a Venezuela en un experimento neomalthusiano de incalculables proporciones que pudiera encender la pradera reseca del hemisferio dando pie a un conflicto auténtica escala mundial. ¿Es eso lo que desea el Foro de Sao Paulo y la izquierda comunista latinoamericana de cara a la nueva normalidad pospandemia?