Increíblemente, el régimen de Nicolás Maduro se arrastró hasta el último año de funcionamiento legítimo de la Asamblea Nacional. Esa Asamblea en la que muchos venezolanos, la mayoría, ciframos las esperanzas de una ruta pacífica para la transición en el país.
Lamentablemente, ha corrido tanta agua y de tan mal color, olor y sabor todo este tiempo que se diluyeron los posibles alcances: ha habido la jura por el cese de la usurpación, despropósitos como el de La Carlota, diputados vendidos y, por tanto, comprados; negociaciones dialogadas y mesas de patas quebradas. Esto además de los anuncios permanentes de que todas las cartas continúan sobre la mesa. Sumadas las cartas (¿serán de brujos?) a las ofertas monetarias más sólidas que sobre las cabezas de venezolanos algunos hayan pendido. No han parado de llover las sanciones a personeros de la tiranía. Ha habido la indudable presión militar con operativos «antinarcóticos» rodeando las fronteras, especialmente marítimas. Pero nada, ahí siguen los felones reblandecidos, pero colgados al poder. Tocan las elecciones legislativas nuevamente. «Y el negro ahí». Según reza el estribillo de alguna ya también antigua canción popular.
Algunos partidos de oposición se han pronunciado oficialmente por no acudir al fraude electoral. Al escribir esta nota, uno de los rectores, nada menos que el vicepresidente del fraudulento CNE fraguante de fraudulentos comicios habría renunciado; mientras otros, entre ellos un exrector universitario, no saben siquiera aparentar neutralidad y fijan desde dentro de un ente arbitral posición política que simula ser opuesta a los opresores. Se acaban los cartuchos de Juan Guaidó como presidente encargado. El país entra en una mayor deriva política. Ha faltado firmeza. La endeblez ha devenido de posturas políticas diversas, complejas, en momentos que urgían y urgen mayor determinación. El llamado de la Asamblea Nacional ha debido ser definitivo. Todavía puede serlo. A todos los factores políticos adversos a liquidar la opresión. Si no habrá cumplido su tiempo, pero no sus funciones. Las fintas no bastan.
Ha circulado mucho dinero. Mucha compra de conciencias. Mucho interés que ha dado sombras a algunas actuaciones y mucha intriga que ha contribuido a la solidificación del régimen en el poder. Su debilitamiento ha sido más interno que externo. Se percibió en la cadena nacional de radio y televisión esta semana, aquella de Maduro Moros tratando de dar fortaleza electoral a su partido de plastilina. Nadie reconocerá unas votaciones que parecen encaminadas a ser pospuestas con alguna argucia. El coronavirus creciente es el argumento más sólido que pueden acarrear desde la chistera. ¿Y luego qué? El mayor debilitamiento institucional. ¿A eso se juega? ¿A la profundización del caos?
Con ayuda internacional, queda fortalecer la formación de un gobierno de coalición que propicie la indispensable contribución para barrerlos del poder (fin de la usurpación), comienzo de la transición y entonces, sí, un llamado a diáfanas elecciones múltiples. Pero urge la acción sin más dilaciones, con garantías certeras de continuidad verdadera hasta el final. Esto producirá los necesarios respaldos internos y el acompañamiento mundial. Pero: ¿Votar así? Jamás. Llevamos años diciéndolo. Parece haber mejor tiempo para un más general entendimiento y accionar verdaderamente opositor.