El pasado domingo 8 se celebró en Buenos Aires el segundo y último debate previo a las elecciones presidenciales que tendrán lugar en Argentina el 22 de octubre. Si ningún candidato obtiene más del 45% de los votos o más del 40 con una diferencia de 10 puntos respecto al segundo, se realizaría el balotaje el 19 de noviembre. Pero, cuando aquí se habla de ningún candidato solo se alude a Javier Milei, el único que según las encuestas podría ganar en primera vuelta, aunque no le resultará nada fácil.
Si bien, como suelen decir los especialistas, estos debates no determinan el resultado electoral, sí pueden tener un fuerte impacto en la opinión pública. Uno de los puntos estrella del programa de La Libertad Avanza, el partido de Milei, es la controvertida dolarización. Al día siguiente del debate televisivo, y tras una serie de críticas lanzadas por sus adversarios, el candidato libertario dijo que «el peso no vale un excremento» e instó a no renovar los plazos fijos en pesos, una de las escasas formas de ahorro de muchos argentinos.
Sus palabras provocaron una fuerte reacción en el mercado cambiario y disparó el valor del dólar un día más. La repercusión de sus dichos aumentó ante la grave crisis económica que se vive en el país (la inflación podría llegar al 150% anual, el dólar paralelo roza los 1.000 pesos, los salarios se deterioran permanentemente, la pobreza aumenta de forma descontrolada), a lo que se suma el estallido de dos impactantes casos de corrupción y la incertidumbre electoral, ya que la falta de fiabilidad de las encuestas lleva a pensar que cualquiera de los tres candidatos centrales: Milei, Sergio Massa, el actual ministro de Economía (Unión por la Patria) y Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio) puede ganar.
Este nuevo paso en dirección al abismo no fue impulsado solo por Milei. La gestión económica de Massa, obsesionado en ganar por cualquier medio, lo ha llevado a empeñar el futuro argentino aumentando el gasto público de forma alegre y desmesurada (mantenimiento de subsidios, rebajas fiscales, conversión de trabajadores estatales temporales en fijos, aumento de sueldos y pensiones). De esta forma, gane quien gane, tendrá un serio problema de gobernabilidad, especialmente en lo que se refiere a la gestión económica. Desde esta perspectiva, un problema no menor será el de la inconclusa y, siempre difícil, negociación con el FMI.
Como se señaló, a la vista del ajustado resultado de las PASO, elecciones primarias celebradas en agosto, y de lo imprevisible de las encuestas, el enfrentamiento en la segunda vuelta no está nada claro. El electorado tiene que disipar una serie de interrogantes y dependiendo cómo se decante podrá afectar a unos u otros.
Está claro que el deterioro económico castigará al gobierno, pero, en un contexto de crisis total, ¿se mantendrá vivo el relato casi mítico de la dolarización que propone Milei? ¿Será capaz el incombustible Massa de reponerse a los golpes que la corrupción está danto al entramado político del peronismo/kirchnerismo? ¿Podrá Bullrich reponerse a la confrontación cainita de las primarias que casi parte a la coalición de macristas y radicales después del serio error de cálculo cometido por Mauricio Macri y remontar la tercera posición a la que la condenan las encuestas?
Cualquiera sea el ganador la gobernabilidad será una de sus máximas prioridades. No será sencillo. Frente a un creciente déficit fiscal habrá que contener el gasto público. Hace ocho años atrás lo intentó Macri, que se enfrentó al dilema entre el gradualismo y el ajusto duro y optó por el primero y fracasó. Hoy las cosas son mucho más difíciles, pero el margen para aplicar una «cirugía sin anestesia», como en su día dijera Carlos Menem, es pequeño. Cualquier ajuste que intente ir más allá podría tener serias repercusiones sociales y políticas, sin excluir estallidos violentos.
El nuevo o nueva presidentea tendrá que hacer política con mayúscula, algo que no será fácil. Habrá que tocar demasiadas teclas de forma simultánea, negociando con unos y otros. Habrá que hacerlo en el Parlamento (dependiendo del juego de mayoría y minorías que dé a lugar), con el poder territorial (partiendo de un fuerte retroceso del control peronista en provincias y municipios) y la judicatura. Pero también con sindicatos, movimientos sociales y sociedad civil.
El desafío es mayúsculo. Si una semana antes de las PASO emergía un panorama casi definitivo, con un sonado triunfo de Juntos por el Cambio que no se concretó, a una semana de la primera vuelta parecería que Javier Milei será el seguro ganador, pero esto tampoco podría ocurrir. El futuro argentino está marcado por la crisis y la incertidumbre y la duda estriba en si el ganador (o ganadora) de las elecciones sabrá y podrá estar a la altura.
Artículo publicado en elEconomista.es