El mundo entero atendió el domingo -algunos con enorme emoción- al discurso de investidura presidencial de Javier Milei en Buenos Aires. Para todos no era un secreto que en esta ocasión el ahora mandatario debía concentrarse en hacer un esbozo claro de las dificultades encontradas en todos los terrenos para proponer un cambio de timón doloroso y hacerle digerir por adelantado a sus compatriotas argentinos los duros momentos que todos tendrán que enfrentar para reconducir al país hacia un derrotero económico liberal y de libertades que le devuelva a Argentina la prestancia que tuvo en épocas pasadas.
No prometió milagros este singular político de estilo atrabiliario, pero sí esbozó la ruta de sacrificios a emprender para instaurar un régimen de libertades en las que el peso del grueso de la transformación lo lleve el Estado y no el sector privado. Así lo aseguró.
Al fin del acto y al cesar el entusiasmo propio de una colectividad que ve abrirse ante sí una opción de salida al desmadre que ha sido la economía y la política nacional, comienza la enorme lista de preguntas sobre la manera en que una propuesta de cambio radical afectará cada hogar y a cada ciudadano que le benefició con su voto. Milei le abrió la puerta a la esperanza, pero la realidad del país de las pampas es dura, durísima, y la tarea que hay que acometer es ciclópea. Pasa siempre así cuando la rebelión colectiva contra el presente surge del hartazgo, de la incapacidad de enfrenar más las dificultades, de ver cerradas todas las puertas a soluciones viables.
Al “ya basta” lo suplanta la esperanza, pero la esperanza es corta en cualquier lugar del planeta. La senda del sacrificio que tienen frente a sí los argentinos debe estar anclada en una madurez que no se da por descontada después de años de estrecheces. La población será manipulada en esta nueva etapa por la novel oposición que tiene décadas de torcido accionar político en su morral y larguísima experiencia sindical y socialista. Las cuotas de poder que se armaron en el pasado se concentrarán en disminuir el capital político con el que Milei consiguió los votos a su favor. Cuanto más rápido sea el cambio, más duro será el ejercicio de tolerancia para la ciudadanía porque la disminución del tamaño del Estado requiere de la aceptación popular del fin de una justicia social basada en prerrogativas y prebendas sociales. A la pobreza sucederán nuevas estrecheces.
Esa es la lucha entre liberalismo y el socialismo que vivirá la Argentina en adelante. Algo del mismo corte -mucho peor quizá- en cuanto a sacrificio nos tocará exigir en Venezuela a la población depauperada y harta de promesas, de corrupción, de saqueo y de desgobierno. Más sacrificio… mientras se pavimenta el futuro con trabajo y más trabajo.. pero es el fin de la sumisión y el inicio del ejercicio de la libertad.
A mirarnos en ese espejo.
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