Su magisterio en periodismo activo es múltiple y al decir hasta luego deja sembradas varias generaciones de profesionales altamente calificados dentro y fuera de las aulas. Pero parejo a su enorme talento para editorializar con textos y manchetas, Argenis Martínez cultivó el arte de la bonhomía sensible y generosa.
Le recortó varios años de vida física tener que presentarse durante demasiado tiempo y quincenalmente ante mafiosos funcionarios judiciales para certificar que no huyó. ¿Pecados? Buscar, verificar, clasificar y publicar verdades que esos delincuentes, muchos seudotogados y bien pagados ocultan. La humillación continua ante lo injusto deprimió al dinámico Argenis Martínez al punto de escribir poesía que detectaba ese largo sufrimiento, otro método fascista para eliminar adversarios.
Mientras, el país que tanto amó, fatigado, desconfiado, que rechaza por igual a la cruel cresta militarista y a los partiditos políticos personalizados, sucumbe brincando, bailando, cantando sin advertir o sin importarle que su trabajo refuerce la propaganda de un supuesto arreglo para olvidar crímenes imperdonables. Si al menos pudieran intercalar en sus funciones en vivo de millares de asistentes algún grito que diga, por ejemplo: “Suelten a todos los presos políticos ya”, “eliminen la censura a los medios de comunicación”, en fin, “¡Libertad!”, quizás no dispararían como antes tantas veces porque saben que el fiscal general de la Corte Penal Internacional los vigila. Entonces, sería el momento apropiado para que el arte en todas sus maneras ayudara a la liberación primaria, dando paso a todo lo demás. Votaciones, diálogos, convenios con criminales conducen solo a su permanencia en el poder.
Argenis Martinez representa a cabalidad esa posición radical, civilista, constitucional, insobornable, capaz de romper los muros que aprisionan y desangran a la otrora Venezuela.
Que su nombre completo sea recordado y bendito para siempre.
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