«Pero no a todos nos entra la tristeza al mismo tiempo» (ÁNGELES MASTRETTA)
Temprano me despierto, caliento café y me siento a ser siervo del smartphone. Curioseo noticias, fotografías y vídeos en redes sociales. Me detengo al encontrar una que parece el recorte de una película argentina. Me maravilla el acento del crío triste que narra la vida de los otros por dentro. Va detrás de un niño conocido suyo a la salida de la escuela. Cuenta cómo todos los días le espera la madre, le deja su cartera (el crío le llama valija) y no se dirigen la palabra. Él piensa en voz alta y se dice a sí mismo que se imagina hablándole a su mamá durante el camino de vuelta a casa.
Intento ponerme en la piel del crío y creo que quizás ha perdido a su madre. Creo que esa es la razón del dolor de la nostalgia. De repente se abre el azul. La claridad de la mañana comienza y siento pena. En ese momento sentí pena por el crío y por mí. Sentí pena por el sufrimiento con el que cargamos a diario. Me alegró saber también que el narradorcito había aprendido quizás una lección de vida cuando le oí decir: ‘hay gente que tiene todo y no lo disfruta; … hay gente que parece como si no viviera o no le da uso a la vida’. Y entonces tuve la sensación de ver el arcoíris en el cielo.