OPINIÓN

Árboles

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Lo que jamás haría es armarme de una sierra eléctrica y cortar el tronco de un árbol mas que centenario. Me habría considerado a mí mismo como enfermo de la cabeza, carne de cárcel por el monstruoso delito ecológico o sopa de manicomio por la perversidad del acto, del aniquilamiento de un vida espléndida y elevada.

Jesús Hugo Fernández, biólogo y botánico, describió para la Sociedad  de Ciencias Naturales La Salle 378 árboles autóctonos y exóticos. Yo apenas conozco los nombres de 6 o 7.

Existen los leñadores que suministran árboles talados para alimentar la industria de la madera, pero cuando no operan de manera ilegal, ¡que los hay y muchos!, están sujetos a normas y disposiciones, por ejemplo, sembrar uno para sustituir el que acaban de derribar.

Sin embargo, la deforestación está acabando con buena parte del verdor del planeta. Bosques enteros han desaparecido víctimas del desenfreno y de la voracidad humana, aunque haya quedado intacto para gloria de la literatura al menos un guardabosque que H. D. Lawrence enredó con Constance Clifford, la aristócrata británica mejor conocida como Lady Chatterley.

La primera de las ramas simbólicas del árbol o de sus llamadas líneas de interpretación es su imponente verticalidad, la altiva suficiencia de su crecimiento y la ostentación de su corpulencia. Sube, se remonta cada día que pasa, sin hacerse sentir, en perfecto silencio, sin alterar la aparente serenidad del bosque o del cerrado lugar donde crece buscando el cielo mientras sus raíces no solo se afincan en la tierra, sino que van adquiriendo la misma longitud del árbol; este, en su noble y tenaz intento por acariciar las nubes y las raíces en su inevitable encuentro con Satanás, el Ángel caído porque en un tiempo muy alejado del nuestro se decidió confinar a Satanás en el centro de la Tierra suponiendo que era un lugar apropiado para que reinase. Pero resultaba extravagante confinar al Diablo en las profundidades de la Tierra para que sembrara de oprobios el camino de las raíces mientras el árbol convertido en divinidad seguía subiendo hacia el Cielo.

(Los que enviaron al Diablo al centro de la Tierra ignoraban que el Demonio, cuyo apellido es Legión, vive y se remueve dando dentelladas de cólera y rencor dentro de cada uno de nosotros. Cuando logra escapar se pone a trabajar con narcotraficantes que  atormentan desde el poder político).

A la verticalidad y ambiciosa aspiración del árbol de rozar las nubes se suma el carácter cíclico de su desarrollo: hay vida y muerte en los árboles pero mueren y renacen; caen sus hojas pero vuelven a encontrar el verdor de la vida que se reanima. Algunos países creen morir arrasados por la violencia o los desaires y despropósitos de algún déspota militar o de un autocrático caudillo civil, pero sus víctimas recuperamos la savia que navega en nuestras almas y nos sublevamos con el mismo ardor que impulsó al Ángel caído cuando se rebeló contra el poder que lo sojuzgaba.

El árbol conecta tres niveles del Cosmos. El Inframundo donde las raíces exploran desconocidos horizontes; la Tierra que ve nacer el árbol con su tronco y sus alegres ramas mecidas por el viento y el Cielo que observa los intentos del árbol por rozar las nubes.

Pero hay también una vida que se arrastra entre las raíces; hay pájaros que vuelan sobre las copas y ocultan sus nidos en el follaje y hay agua y aire en el bosque y el fuego puede producirse por el inesperado roce de las ramas secas y dar muerte a toda la espesura, pero el bosque volverá a ser porque las raíces al descubrir otros caminos sentirán agitarse en ellas el vigor de una nueva vida. Y de igual modo lo sentiremos nosotros cuando liberemos nuestra dignidad sepultada por las desconsideraciones del poder.

En líneas generales, el árbol poderoso y vertical; imperturbable en su desafío al tiempo es un símbolo glorioso porque sus raíces y su copa conectan y enlazan a la Tierra con el Cielo.

Por eso se habla de un Árbol Cósmico y se venera al Árbol de la Vida que se encuentra en el centro del jardín de donde brotan los cuatro ramales que se desprenden del río que se menciona en el Genésis; un jardín donde crece también el Árbol de Ciencia del Bien y del Mal, cuya fruta era prohibida a pesar de que no cometíamos ninguna falta al comerla. Por el contrario, al degustarla descubríamos la desnudez de nuestros cuerpos y se iluminaba nuestro entendimiento.

El Árbol de la Vida puede invertir su figura. Entonces las raíces suben buscando el Cielo y las ramas se adentran en la Tierra porque todo lo que se invierte o muere renace transformándose.

El país puede semejarse al Árbol de la Vida cuando está invertido y sentirse el venezolano patas arriba, humillado y ofendido por el autoritarismo civil o militar pero volverán su raíces a hincarse en la tierra mientras nos elevamos, nos fortalecemos, nos hacemos tronco robusto y ramas reanimadas y sin dejar de ser árbol resistente también podemos transformarnos en águilas poderosas para volar y rozar los cielos más altos.