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Árbol que crece torcido…

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El teatro político venezolano, con actores tan peculiares como los que exhibe, con simuladores genuinos pero bufones también, aunado con guiones anfibológicos  y galimáticos, sorprende al mundo por la compulsiva sordidez de los histriones de planta, que van desde la primitiva primera vicepresidenta del simulacro de Asamblea Nacional que resultó del fraude decembrino, la señora Iris Varela, cuya conducta es reacia a cualquier diálogo, por agresiva, displicente, insolente y acaso civilizada. Aunque destacan igualmente otros comediantes, como el primer actor Nicolás Maduro, retórico, falaz y cínico. Bastó escucharlo explicar el orden de las prioridades para recibir las poquísimas vacunas que su competentísima gestión ha logrado, para encarar la pandemia en  Venezuela.

La sensible Delcy, el siempre pendenciero Diosdado o, acaso, el hombre que calculaba lo que de todos le quedaba. Jorge, el delfín, candidato a la sucesión, para que todo sea como es hoy y para siempre.

El drama consiste precisamente, en su permanencia en la cima, cuyas resultas y ejecutorias son la tragedia de una patria agónica, del dominio de la muerte, el sinsentido y la impiedad.

Regresan a mi espíritu estas consideraciones, a propósito de las inhabilitaciones dictadas por un órgano, la Contraloría General de la Desrepública que al hacerlo, viola la Constitución y la ley. ¿Quién puede decidir la suspensión de los derechos ciudadanos? Yo pienso que la autoridad judicial y previo un proceso que salvaguarde los derechos de aquel que imputado, sea condenado pero,  no en la Venezuela, en sistemática desconstitucionalización.

En realidad, se trata de acabar de entender que no puede esperarse sinceridad y muchísimo menos seriedad, en quienes desde el comienzo de sus actuaciones públicas y tal vez privadas, mostraron la ausencia total de escrúpulos. Golpistas y refractarios ante cualquiera de las obligaciones que les exigían sus aspiraciones y ambiciones, surfearon en las turbulencias de un asalto al poder que coronó, como una maldición que a si mismo se destinó, la penosa mediocridad de un pueblo desleal y frívolo, manipulable y quizá, demasiado ingenuo o artero, ladino y envilecido por la antipolítica. Hay que seguir investigando para saberlo.

Diálogo con ese oficialismo que solo gana tiempo para seguir medrando, plantean, quienes no asumen la verdadera naturaleza de los susodichos dignatarios de un auténtico aquelarre, incapaces de cumplir ningún acuerdo ni de mostrar por nadie el más mínimo respeto. Admito no obstante que cuesta mucho creerles una sola palabra.

Invariablemente se comportaron de la misma manera. Sin cuidar nada que no fuera sus personales intereses que sabemos ya, no son los del colectivo y más bien en desmedro de la cosa pública. Sin la más elemental impronta ética, han acabado y no hay exageración, con el país que parecía tener las mejores posibilidades macroeconómicas de Suramérica.

La comunidad internacional los conoce, pero no los padecen como nosotros, compatriotas de estos felones. Gracias debemos darles a Colombia y a Duque por metabolizar la llegada de muchos de los nuestros y no siempre sosegados y serenos inmigrantes.

Igual con Chile, Brasil, Ecuador y Perú, a pesar de evidenciar ya la fatiga, de un arribo que no cesa, hasta devenir en un problema, en una carga, en un lastre inclusive aunque nos duela y nos laceré el sentimiento y el orgullo.

Diáspora desesperada que se lanza la aventura del desarraigo y la natural resistencia a los extraños que a menuda se degrada y pasa a ser rechazo y xenofobia.

La disolución de la nación la trajo con su fracaso el chavismo y la sostienen hieráticos, inconmovibles, impertérritos los que están por el contrario, llamados a brindarle su sostén, su devoción, su sacrificio, pero son esos compatriotas de uniforme parte del problema y no de la solución, triste y vergonzosamente.

El tránsito vital, convertido en laberinto, en crisis de todas las crisis, revolución de todos los fracasos sin responsables, es la oferta que no podemos rechazar…para evocar el clásico de Mario Puzo, El padrino y por cierto, zaga extraordinaria llevada al cine por Francis Ford Coppola. Ese es el credo de esta promoción de nulidades engreídas y no lo cesan de repetir.

Quisiera equivocarme y que sanciones y presiones convencieran a los aludidos de permitirle a este conglomerado precario, desfigurado, desvencijado que somos los venezolanos, encontrar una salida cívica y democrática, pacífica y electoral pero, el solo escribirlo, me hace sentirme cándido, inocentón. Hay que construir una salida. ¡Hay que podar la rama que nunca se endereza!

[email protected]

@nchittylaroche

 

 

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