Todo viajero culto que se precie de haber ido a España y visitado el Museo Lázaro Galdiano, ubicado en Madrid, en la calle Serrano del Barrio de Salamanca, tiene que haberse extasiado observando El Aquelarre, portentoso cuadro de Francisco Goya. La obra en cuestión registra la figura de un enorme buco (cabrón, macho de la cabra) de poderosos cuernos que, bajo la luz de la luna y con mirada ambigua, avanza sus patas delanteras al momento de recibir de dos brujas la ofrenda de niños que tanto le agradan. De ese modo se evoca al proceso de las Brujas de Zugarramurdi de 1610, dos hermanas -María Presona y María Joanato- que mataron a sus hijos para satisfacer al demonio.
Cambiando lo que haya que cambiar, la revolución que se lleva a cabo en Venezuela está impregnada de maldades y perversiones que se acercan a las de El Aquelarre, las cuales han destruido la economía del país y la vida de un importante número de venezolanos. Como consecuencia de tan nefastas acciones, son numerosos los compatriotas que se han visto en la necesidad de emigrar, viéndose así compelidos a comenzar sus vidas de nuevo.
Pero lo anterior no es todo. La maldad revolucionaria se ha extendido hasta los más pequeños rincones del país. Producto de ello, han aparecido sinvergüenzas de toda especie que cometen todo tipo de tropelías en provecho propio e incurren en inmoralidades a granel. Las acciones en cuestión se llevan a cabo de manera grotesca y con sumo desparpajo, al punto de que sus actores sienten ser parte de un circo en el que es aceptable cualquier tipo de comportamiento ignominioso. La guinda del frasco en un país donde el hambre campea, la minúscula casta revolucionaria hace ostentación de sus costosas prendas de vestir y los lujosos automóviles que conducen, poniendo así de manifiesto la magnitud de la riqueza, fundamentalmente mal habida, de sus propietarios.
Como consecuencia del desastre que se ha generado, la Venezuela profunda padece todo tipo de necesidades. En las pocas noticias que hoy día se propalan se repite la misma letanía: serios problemas con el suministro de agua y luz; ingresos que no son suficientes para acceder a la necesaria alimentación diaria; imposibilidad de contar con los servicios médicos requeridos; maestros y profesores que han emigrado en virtud de los irrisorios sueldos que tenían; y pare usted de contar.
En Caracas la situación aparenta ser mejor. El fuerte movimiento vehicular genera la impresión de un mayor bienestar. Mas lo cierto es que la nublosa percepción que tenemos es producto de un considerable número de carros y enormes transportes que van y vienen del oriente y el occidente de Venezuela. La realidad que se vive en los barrios caraqueños, al igual que en muchos hogares de la Gran Caracas es tan dramática como la que se experimenta en la Venezuela profunda. Ello explica entonces que la emigración de nuestros compatriotas mantenga su ritmo imparable.
Según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, para finales del 2023 teníamos 7.722.579 migrantes en el mundo. Se explica entonces el enorme descrédito que hoy tiene Nicolás Maduro y las mil marramucias que su régimen pone en práctica para entorpecer la candidatura de María Corina Machado. Nadie lo duda: la revolución coja que heredó el conductor de Miraflores ya no da para más. El aquelarre revolucionario tiene sus meses, días y horas contados: Tic Tac, Tic Tac…