I
Mediante un brevísimo artículo de opinión que publicaron los diarios Clarín [Buenos Aires] y El Nacional (Caracas, 1982), deploré que a Jorge Luis Borges le negaran el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de los Andes. Fueron días de extrema tensión política-cultural-universitaria para la nación venezolana, porque el castro-comunismo dominaba en nuestras casas de estudios superiores que fueron autónomas [en la actualidad se tolera que el socialismo del siglo XXI nos mantenga vejados]. Con la amenaza de su hoz y martillo, al personal de las academias venezolanas mantienen sin paga, desabastecidos, en situación precaria que próxima a la indigencia, en el corredor de la muerte. Quienes no reciben auxilio financiero de familiares que emigraron, sobreviven, penosamente, con los mendrugos depositados en moneda devaluada y digital. Cajas o bolsas cuyos productos alimenticios son de pésima calidad cuando y suelen estar dañados. Recuerdo que, luego del suceso cultural Borges, tuve la ocurrencia de fomentar en un Consejo Universitario [presidido por el rector Néstor López Rodríguez] que se le concediera el Doctorado Honoris Causa a Sofía Ímber: algo que le pareció magnífico al honorable profesor. Ello empeoró mi imagen en el alma mater donde, en tres ocasiones, pujaron para destituirme tras redactar ridículas e insustanciales exposiciones de motivos que violaban mis derechos laborales y constitucionales [Según los ñángaras, yo “generaba problemas inter-institucionales” a la venerable]. Don Guillermo Morón y el premio Nobel don Camilo José Cela bromearon conmigo respecto a esos asuntos que afectaban la reputación internacional de la Universidad de los Andes. A Cela le impidieron dictar una charla en la Escuela de Letras.
II
Cuando apareció la primera edición de El amor en los tiempos de cólera (1985), escribí un texto mediante el cual expresé mis nada favorables observaciones sobre esa novela. Mi crítica fue publicada por los diarios El Nacional [Caracas] y El Tiempo [Bogotá] No tengo los ejemplares a mano para escanearlos, pero recuerdo increpé a García Márquez por cuanto parecía más interesado en figurar junto con Fidel Castro Ruz que corregir los originales de sus libros. Una mañana, el rector Pedro Rincón Gutiérrez me llamó a su despacho próximo al mío para mostrarme un ejemplar del libro dedicado por su camarada e intelectual colombiano.
—«Al Gabo le molestó algo que has dicho sobre su nueva obra –infirió, preocupado, el famoso médico y máxima autoridad académica de la Universidad de los Andes. Lo dice en la dedicatoria, lee […] ¿Cómo supo que trabajas en Prensa de la Universidad de los Andes? Me lo reprocha, mira […]»
—Lamento eso, rector: nunca imaginé que pudiera interesarle los [pre] juicios de un joven hacedor –le respondí–. No debió enfadarse. Es un Nobel de Literatura. Qué importancia tiene que alguien opine respecto a un libro suyo. Los escritores debemos aceptar que nuestras obras gusten o desagraden.
—¿Qué le respondo?, Alberto
—Que me has destituido por ácrata.
III
Para atenderlos y dialogar con ellos, enviado por las autoridades de la Universidad de los Andes, busqué a los poetas Ernesto Cardenal, Juan Liscano, Juan Sánchez Peláez, José Ramón Medina, Juan Calzadilla. Los narradores Umberto Eco, Oswaldo Trejo, Mempo Giardinelli, Denzil Romero y Luis Britto García. Ensayistas Alexis Márquez Rodríguez, Alfredo Pérez Alencart, Alfonso Ortega Carmona, Teódulo López Meléndez, Manuel Bermúdez, Domingo Miliani. Los artistas cinéticos Carlos Cruz-Diez, Jesús Soto. A damas de la intelectualidad Marisol Marrero, Lidia Salas, Rosana Rodríguez Moreno, Sofía Ímber. Los busqué en los hoteles Chama, Oviedo, Belensate o Prado Río de Mérida, donde solíamos hospedar a personalidades relevantes. La temática política era preliminar, luego discerníamos sobre libros, leyendas, religiones, desencantos, amores, anhelos, adhesiones doctrinales, licores. El conocimiento, Baco y la nada divertían, pero eran la yesca que encendía polémicas. Apuro la restitución de la prosperidad y retórica en nuestra confiscada, por matones, república. Retomaré la costumbre de pasear por las instalaciones de la Universidad de los Andes, para conversar, de nuevo, con profesores, estudiantes y turistas en el Rectorado.
@jurescritor
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