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¡Apunten!… ¡Fuego!

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¡Atenciónnn… Firrrrr!

Los militares son formados y capacitados para la guerra. El primer enemigo del soldado en el campo de batalla es el miedo. Muy bien lo señala uno de los artículos de la ley orgánica “no puede ser militar el cobarde…”. El miedo puede tolerarse en el campo de batalla y controlarse con el liderazgo en el sitio. La histórica bofetada del general George Patton al lloroso soldado recluido en la enfermería da cuenta de cómo se apela al extremo para evitar que el virus de la cobardía se propague y contamine. Otro enemigo grave lo es la deserción que hace combo con la traición, el espionaje, el asesinato, el motín y el espionaje a favor del enemigo. En todos esos casos frente a alguna de las dos actitudes de la guerra –la ofensiva o la defensiva– la medicina necesaria en el combate, para levantar la moral de las tropas desplegadas es tomar una decisión ejemplarizante para resguardar de forma sumaria e internamente hacia la cohesión de la unidad: el fusilamiento. Este es parte de las decisiones que toma un comandante en la soledad de su puesto de comando a conciencia de la repercusión, pero en la seguridad que va a ensamblar la imperiosa y eficiente estructura de su maquinaria de guerra. Lo hizo el Libertador frente a la sedición y los intentos de división que adelantó el general Manuel Piar, también el general Guzman Blanco se atribuyó “ese muerto es mio” con el paredón del general Matias Salazar; y el general Cipriano Castro tiene en el inventario de sus ejecuciones al general Antonio Paredes. Los dos primeros mientras estuvo vigente en Venezuela la pena capital. Antes de los disparos del pelotón con el correspondiente tiro de gracia, la confiscación de las propiedades, la anulación de las condecoraciones y otros honores, la eliminación del empleo militar y su despojo ante una unidad militar, todo eso formaba parte del paquete que se le entregaba al acusado antes de la ejecución. En secuencia se enfrentaba a la muerte en dos ocasiones. La primera cuando era degradado frente a sus compañeros de armas era el fusilamiento moral, y la segunda cuando recibía los impactos de la orden de fuego dictada por el comandante del pelotón. El tiro de gracia era una ñapa que en ese momento se quedaba en el mostrador. El paramilitarismo guerrillero ha tenido también sus episodios de fusilamiento. Roque Dalton en El Salvador fue fusilado por sus compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y en Venezuela los fusilamientos en la década de los sesenta en el frente del Turimiquire de Nicolás Beltrán, o de alias Arístides, o de Conchita Jiménez o del estudiante de la UCV Miguel Sosa Borregales por una unidad táctica de combate (UTC).

Los países que han eliminado de su legislación la pena de muerte han mantenido la degradación y la aplicación del máximo de presidio. La primera muerte. La que se arrastra hasta el cementerio. Hay muchos ejemplos históricos. En Francia al mariscal Philippe Pétain, un héroe de la Primera Guerra Mundial –el vencedor de Verdun– con la distinción militar y el honor más alto que concede el estado francés a un militar, Mariscal de Francia. El tribunal habilitado después del final de la II Guerra Mundial lo encausó por el asunto ese del régimen colaboracionista de Vichy, lo condenó a la pena de muerte que después fue conmutada por la cadena perpetua y confinado en la isla de Yeu donde murió sin ningún tipo de privilegios y sin que el Estado francés fuera asediado por la opinión pública para un sobreseimiento. Otro caso emblemático, también en Francia, lo es el del capitán Alfred Dreyfus. Acusado de espionaje en un entorno antisemita, por un asunto que conmocionó a la sociedad gala de finales del siglo XIX y la dividió en la opinión, fue condenado al cese de su empleo militar, a la degradación militar y a la deportación perpetua en recinto fortificado. Su destino final fue la isla del diablo en la Guayana Francesa. La misma que albergó en el tiempo a Henry Charriere (a) Papillon. Después fue reivindicado.

¡Al hombro… Arrrr!

El último evento militar del país ha colocado nuevamente en un primer plano a los cuarteles venezolanos. En esa panorámica de protagonismo político de los uniformados, la opinión pública y sus vanguardias -periodistas, influencers, redes sociales, militarólogos y especialmente el liderazgo político- frente a la degradación de los 33 profesionales militares acusados de participar en la nueva conspiración denunciada por el propio Nicolás Maduro en su programa y ejecutado en iniciativa y libertad de maniobra en un acto interno presidido por el ministro de la Defensa, el general en jefe Vladimir Padrino López, se ha evidenciado en el más absoluto y rotundo desconocimiento de cómo funciona la Fuerza Armada Nacional (FAN). De cualquier fuerza armada. En cómo se maneja en sus rutinas, en sus protocolos, en sus quehaceres desde el toque de diana, pasando por la formación de lista y parte, y toda esa cadena de toques de corneta en el patio de ejercicios llamando al rancho, a la fajina, a la revista, a las maniobras, al casino, a los distintos honores desde la guardia de prevención, hasta que el cansado músculo del recluta en el vivac oye extenuado el toque de silencio y se arropa vigilado por el imaginaria, el rondin y el ronda a lo largo de los servicios nocturnos. Eso es una parte de lo que ocurre en un cuartel venezolano. En cualquiera donde funcione una unidad militar en el globo terráqueo. Ese es un mundo generalmente desconocido para quien no haya sido sujeto de la revista en su proceso de formación profesional en la exigencia de los dos pañuelos, el peine y el cortauñas antes de salir francos de servicio en condición de permiso. Por eso y más cuando se opina en vanguardia de ignorancia hay una exposición al yerro y la pifia. Una degradación en su proceso en un patio de formación, con una agrupación de parada, una banda de guerra ejecutando los toques, con la lectura de las órdenes y los bandos de la superioridad cargados de resoluciones y con la parte que genera la mayor carga emotiva, esa donde un soldado raso, el último de la fila se acerca al profesional que va a ser degradado y después de pararse firme frente a él, saludarlo militarmente y quedar a discreción, y en condición de continuar, empieza a arrancar literalmente los grados, las condecoraciones, las divisas de la unidad donde estaba sirviendo y toda existencia de lo que remita a un uniforme, a una guerrera, a una media bota o a un quepis. Todo es parte de un ritual castrense. Esa última parte donde se le termina de desnudar militarmente, donde el sable de mando entregado por un presidente de la república en la ceremonia de graduación conjunta de alféreces y guardiamarinas en el patio de honor de cualquiera de las academias militares, se le retira de la cintura y se le quiebra con violencia, forma parte de un protocolo y de una simbología milenaria. Al oficial degradado se le desnuda de la condición de militar y se le quiebra moralmente en el honor que juró ante la bandera nacional con otra agrupación de parada que lo recibió en bienvenida y lo uniformó como esta que lo está despidiendo vestido de civil por el pasillo por donde se bota la basura, donde al final lo espera una camioneta de la policía militar para cumplir al final, la sentencia impuesta. ¿Es un culto duro? A los militares se les forma para la guerra, una actividad diametralmente opuesta a un baby shower o a un vermouth danzante. Hay que leer las duras condiciones que vivió el senador John McCain como prisionero de guerra de los vietcong desde 1967 hasta 1973 después de haber sido derribado en su avión A-4 Skyhawk, gravemente herido y enclaustrado en la prisión donde fue torturado y maltratado, para dimensionar hasta donde debe forzarse la resistencia y el potencial de un aspirante a profesionalizarse en la carrera de las armas.

¡Apunten… ¡

Esa ceremonia ocurre en la Fuerza Armada Nacional, pero también en cualquier institución armada de línea en el mundo, que funcione en lo interno de todos sus ritos ancestrales para generar espíritu de cuerpo e identificación corporativa. Como la de los ascensos, las graduaciones, la de las condecoraciones y esta de la degradación. Eso es parte de la institucionalidad castrense en Venezuela y en cualquiera de los países que tengan fuerzas armadas. Que a los efectos de la realidad son todos los formalmente reconocidos por la ONU. Y así han funcionado desde la primera batalla que se conozca o mucho antes.

Lo que se quiere resaltar es que no hay nada original o novedoso ni en su forma ni en el fondo con esto de las degradaciones, que son una suerte de fusilamiento moral que se arrastra para toda la vida.

Cuatro notas antes de comandar el pelotón

La impunidad que se arrastra ante el encubrimiento de la verdad por los eventos del 4F; antes, durante y después, muy bien pudiera haber activado en su momento pelotones de fusilamiento para muchos generales y almirantes de esa oscura década militar de los ochenta hasta el 4 de febrero de 1992 que permitieron con la cobardía, con la traición y con el espionaje a favor del enemigo el desarrollo de la actual tragedia que viven los venezolanos al propiciar el cambio por métodos violentos del sistema de vida republicano. Un pelotón de fusilamiento contra esa impunidad se calzaría en exactitud en una etapa posrevolucionaria reabriendo el expediente judicial del 4F en una potencial Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Venezuela.

Esa misma impunidad ante la evasión de las responsabilidades y la incompetencia sería pertinente en aplicación para los generales y almirantes protagonistas de los eventos del 11A que tuvieron en sus decisiones la recuperación de la democracia. No hay mucha seguridad de que se hubieran salvado del paredón o de la degradación en otro contexto político.

Hay que pensar hasta dónde llegan los escrúpulos morales de la nomenclatura del régimen para asesinar y fusilar a quien se ponga al frente de su intención de permanecer en el poder ad eternum.

Los militares tienen sus propios códigos, sus rutinas institucionales, sus procesos internos, sus rituales y sus ceremonias internas que solo ellos entienden en su proceso y capacitación para la guerra. Quien quiera ganarse sus solidaridades, sus apoyos y aliarse en la misma ruta del cambio político y la recuperación de la democracia en Venezuela, debe expresarse en afinidad con los mismos códigos de los cuarteles.

¡Fuego!

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