juicios de Trump
AFP

Recuerdo que la sobrina del expresidente Donald Trump, Mary Trump, hija de su hermano mayor y psicóloga clínica, escribió un libro que recibió mucha publicidad, en el cual describía, sin misericordia, los perfiles de la psicología de su tío, presidente de Estados Unidos.

Ella no recibió instrucción alguna o solicitud del Congreso de Estados Unidos. Simplemente, consideró su deber, como profesional y familiar, de compartir públicamente su evaluación del carácter de un miembro de su familia que ejercía, entonces, poderes extraordinarios en su país y en el mundo.
Al respecto escribí una columna que titulé: «Trump, ¿apropiado?».

Su diagnóstico fue feroz: Payaso; no tiene principios; irresponsable y despreciable; completamente impreparado para su cargo; debilidades e inseguridades patológicas; la disparidad entre el nivel de competencia requerido para dirigir un país. Se ha agrandado, ha creado una tormenta perfecta de catástrofes. No hay una persona menos equipada que mi tío para manejarla, etc. En la columna aludida formulé algunos interrogantes relevantes para la gobernabilidad en Estados Unidos.

Y conviene rememorar que en junio de 2016, antes de que Donald Trump fuera elegido presidente, la prestigiosa revista The Atlantic dedicó la portada y 13 páginas a describir la mente de Trump, a manera de una guía psicológica sobre su personalidad. Unas fotografías faciales adornaban el texto de Don P. Mc Adams. El suyo se anunció como un análisis desapasionado basado en la psicología contemporánea. De entrada, lo presenta como muy sociable y extrovertido. Dice que ningún otro candidato gozó tanto la campaña como Trump. Cuando le preguntaron si hubiera preferido ser nombrado presidente, respondió que no, que lo que le encantaba era esta cacería. Que Trump ha exhibido una personalidad desagradable, que llama a sus oponentes «desagradables» y los descalifica como «perdedores». Su característica es la rabia, la cual permea su retórica política. Y que cambia de posiciones fácilmente, pero que le gusta tomar decisiones riesgosas. Miente, un estudio mostró que tan solo 2% de sus afirmaciones eran ciertas, 15% verdades a medias, 15% cuasi falsas, 42% falsas. Rudo, belicoso, intimidante, explosivo.

Howard Gardner, psicólogo de Harvard, dijo que era notoriamente «narcisista». ¡En casi todo ha querido ser el número uno!

Su padre le enseñó la desconfianza hacia los demás, que hay que ser un «killer», alguien que combate a los demás y ganar. Lo enseñó a ser un guerrero, ganar a cualquier costo.

Stanley A. Renshahn escribió un libro que se volvió un referente: La evaluación psicológica de los candidatos presidenciales (New York University, 1996). Aparte de las consideraciones generales, presenta estudios de caso sobre Thomas F. Eagleton, Gary Hart, Bill Clinton, como candidato y como presidente.

En la columna arriba mencionada aludí a controversias sobre este tema en las cuales participó el propio Sigmund Freud. Y entre otros casos el de Goldwater y el de Nixon.

El tema de las enfermedades presidenciales merece otro capítulo. Muy recordadas las de Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt. Y en Francia, la de Francois Mitterrand, quien llegó a la Presidencia que duró dos períodos de 7 años, con un cáncer de próstata que logró ocultar. Los dos últimos años atendía desde su habitación. Y murió muy poco tiempo después de haber culminado su mandato.

En Estados Unidos, la enmienda XXV tiene cuatro secciones con respecto al tema de la inhabilidad presidencial. Se propuso en 1965 y se ratificó en 1967. La situación del presidente Wilson, la de Eisenhawer y la de Roosevelt hicieron necesaria esa Enmienda.

Artículo publicado en el diario El País de Colombia

 


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