
Foto: AFP
Lo incierto ya no es una excepción, sino la norma. La estabilidad que muchos creían tener —en lo económico, lo político, lo climático e incluso en lo personal— se ha ido resquebrajando como una vasija antigua que apenas logra contener el agua. Las noticias nos sacuden con titulares que van desde terremotos devastadores hasta conflictos geopolíticos, crisis migratorias y decisiones políticas que redibujan el mapa económico mundial de un día para otro. Y en medio de todo esto, estamos nosotros: intentando entender, adaptarnos, respirar.
La incertidumbre no es cómoda. Nos confronta con nuestra fragilidad, con la falta de control, con esa parte de la existencia que no se deja encasillar en planes de cinco años ni en pronósticos de expertos. Pero también, y aquí está la paradoja, es en la incertidumbre donde se esconde una oportunidad invaluable: la de construir una fortaleza interior que no dependa de lo externo.
He aprendido que no hay herramienta más valiosa que la calma consciente en medio del caos. No se trata de resignación ni de apatía, sino de una presencia serena que nos permite observar sin desesperar, decidir sin reaccionar impulsivamente y seguir adelante aunque el camino no esté del todo claro. En mis momentos de mayor confusión, el silencio, la meditación y el contacto con lo esencial han sido brújula. No para predecir lo que viene, sino para recordarme quién soy frente a lo que venga.
Los antiguos sabios ya lo sabían: no podemos evitar la tormenta, pero sí podemos aprender a bailar bajo la lluvia. En vez de buscar certezas externas, debemos cultivar la certeza interna, esa que nace del autoconocimiento, de la fe (en lo que cada quien crea) y del propósito. Porque cuando uno tiene claro para qué está aquí, el cómo se vuelve una búsqueda más llevadera.
Así que no, no viviremos tiempos perfectos. Pero podemos vivirlos con valentía, con compasión y con un liderazgo interior que inspire a otros a mantenerse en pie. El verdadero poder está en desarrollar una conciencia firme.
Como escribió el poeta John Donne: “Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo”.
Y quizás ese sea nuestro mayor aprendizaje: que en medio de tanta incertidumbre, el otro, el vínculo y la humanidad compartida siguen siendo nuestro único hogar seguro.
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Facebook: Ismael Cala
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