OPINIÓN

Apoteosis electoral

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Dicen los entendidos en esos menesteres clericales que lo de los obispos ya se lo llevó el viento y que además de ser un texto reñido con el buen decir y la lógica, no era representativo de la Conferencia Episcopal, tan solo firmado por la presidencia. Los entendidos han perdido credibilidad pero esta la compro, a lo mejor por puro deleite subjetivo. Y por el hecho de que no ha habido respuestas a tantas críticas recibidas, directas e indirectas. Indirectas llamo yo, por ejemplo, el último artículo del padre Ugalde que sin nombrarlos, probablemente sin conocer el texto, es de una claridad y un arrojo teórico tal que bien pudiera hacer cesar cualquier nuevo embate en el malhadado sentido.

Henrique Capriles declaró que era incompatible un evento electoral con el aterrador crecimiento del coronavirus en esta destrozada república, así como recordó las trampajaulas electorales e invocó la unidad. Con lo cual también se cierra otro capítulo que dejaba un residuo de ambigüedad, aunque fuese por juntar sus críticas al proyecto de Juan Guaidó y sus sugerencias a buscar una nueva estrategia, que pasaba si no por votar, por los aledaños de las elecciones de diciembre. Lo del coronavirus es, además, desoladoramente cierto. Y es correcto hacerlo una prioridad. Si el ritmo de crecimiento actual continúa, es absolutamente obligante, como han hecho tantos países, postergar las elecciones. Sin ir más lejos se calcula que al menos un tercio de los votantes gringos lo hará por correo, y tienen algunas ventajas sanitarias con respecto a este barranco en que hoy tratamos de sobrevivir. Y en una elección presidencial, seguramente muy limpia, en que tanto se juega para el futuro de esa potencia y del mundo entero.

De paso no está de más el recordar, de elecciones andamos, que la política venezolana, para bien o para mal, va a sufrir un remezón ese 3 de noviembre. Yo soy de los que espero que el señor Trump desaparezca del mapa político para bien de la especie entera y también para Venezuela, que los caminos lóbregos conducen casi siempre a los abismos. Ya sé que muchos compatriotas, no se eligen, suspirarán por esa figura demencial hoy en la presidencia porque Venezuela está ante todo. Les recuerdo lo poco efectivo que ha sido su grandilocuente apoyo a la causa nacional, la de veces que él y su entorno han mentido sobre la inminente caída de nuestro sátrapa. Las mentiras flagrantes parecen ser su especialidad, el Washington Post le ha contado millares.

Pero el gobierno se empeña en hacer de estas elecciones no solo de las más tramposas de nuestra historia sino de las más extravagantes y curiosas. Lo de la mesita se las trae. Ver esos fósiles políticos tratando de acomodarse junto a sus verdugos de dos larguísimos decenios a ver si les toca algún residuo en sus años dorados es de una desoladora tristeza y a la vez un espectáculo para ser narrado por Groucho Marx. Debe ser una innovadora forma de comicidad, poco estudiada.

Pero ahora al gobierno le ha dado también por perseguir a sus aliados de izquierda, o lo que llaman tal. A los tupamaros les ha aplicado la misma medicina que a los partidos de la otra orilla. Y ahora le toca nada más y nada menos que al Partido Comunista de Venezuela, al PCV, marxista-leninista, en harapos pero con una heráldica atrás que bien quisieran estos troperos de real y medio. Y al parecer porque se han dado cuenta, ¡oh Lenin!, de que el gobierno está haciendo una política reaccionaria al servicio de la burguesía y no del sufrido pueblo y por ende van a lanzar sus propios e independientes candidatos. Ya les han enviado policías y sicarios como lo hubiese hecho José Stalin. Para acentuar la confusión.

Si se mezcla todo esto queda un plato no solo despampanantemente surrealista sino también muy peligroso. La dialéctica dicen que es la teoría de las contradicciones, pero no de tantas contradicciones. De repente todo esto les termina por explotar para mayor gloria de la decencia y la democracia.