«His was an impenetrable darkness» (JOSEPH CONRAD)*
Mientras en la Península Ibérica empezábamos a quejarnos de la ola de calor del mes de julio, mientras tomábamos conciencia de la falta de credibilidad en el gobierno de los despropósitos y perdíamos -de momento- la fe en la eficacia de la justicia y, por otro lado, celebrábamos eufóricos la victoria de la selección española de fútbol sobre el equipo inglés en Berlín, también leíamos en los periódicos digitales cómo se veía amenazada la alternancia en el poder del régimen del régimen venezolano -ahora en manos de Nicolás Maduro- y se perseguía a los disidentes y miembros de la oposición de aquel país encarnados en María Corina Machado y Edmundo González.
Todo esto sucedía estos días en el mundo. Nos hemos acostumbrado al desorden. Esto no está bien. Estamos asumiendo como algo corriente la guerra de Ucrania, los bombardeos en la franja de Gaza, los atentados contra políticos.
La vida en el mundo moderno avanza deprisa. Las noticias caducan en semanas, o mejor dicho, en días y en horas. Sirva como ejemplo lo sucedido en un solo día: el pasado domingo 14 de julio de 2024 supimos que el candidato a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump había sufrido un atentado el día anterior, que fue sábado. Ese mismo domingo, Carlos Alcaraz ganaba la final de tenis en pista de hierba a Novak Djokovic en Wimbledon, Londres. Pero eso no fue todo. También, el día 14 fue un domingo inolvidable para la afición española, y diría también que para todos los españoles de bien, gracias al triunfo de la selección de fútbol dirigida por Luis de la Fuente que marcó 2 goles frente a 1 único gol de la selección inglesa, siendo, por tanto, el equipo masculino español el vencedor de la Eurocopa 2024.
En fin, tempus fugit. Una noticia se sube encima de otra noticia y al final lo más reciente es lo que recordamos. Éramos felices pensando que no iba a ocurrir nada malo, menos aún a nivel mundial. Nos equivocamos una vez más. No queríamos volver a pasar por una situación similar a aquella de la pandemia covid-19. Bueno, pues el viernes 19 de julio las pantallas de los programas de Microsoft en aeropuertos, entidades bancarias, centros sanitarios, medios de comunicación, etcétera, mostraban un fondo azul conocido como la pantalla de la muerte con un mensaje técnico y el icono de la clásica mueca de carita enfadada o disgustada ☹ a modo de saludo. Al parecer, el fallo tuvo lugar por culpa de la ejecución fallida de un antivirus de la empresa de ciberseguridad Crowdstrike dirigida por George Krutz (ojo, Krutz, igual que el traficante de marfil exiliado en el Congo de la obra de Joseph Conrad) que afectó a todo el planeta internetiano sostenidos en sistemas de Microsoft Windows, o dicho de otra manera, a todos aquellos usuarios de la red que manejan el sistema operativo más universal e intuitivo del mundo, o sea, Microsoft Windows. A diferencia de la pandemia covid, este virus solo duró horas. No obstante, el susto fue enorme. Me hace gracia confesar ahora que llegué a sentirme paranoico pensando que estamos atontados y ausentes por obra y gracia de la red. Ya predecía Gates -fundador de Microsoft- que la mayor amenaza mundial vendría del entorno de la tecnología y la informática. Ya hemos visto lo que pasa. Hemos visto cómo se paran los aeropuertos, cómo se vuelve caótico todo y cómo dependemos de un teclado, una pantalla y la conexión a Internet.
Con todo, me temo que hay males peores. No tenemos que dejar el gobierno de las cosas a los tipos pusilánimes, a los ignorantes. Si queremos vivir en paz, tenemos que arreglar la máquina, tenemos que encontrar la pieza que falta a la democracia para que funcione de una vez y que aquellos que no merezcamos un gobierno hipócrita plagado de escándalos e injusticias tengamos en nuestra mano deshacernos de los dirigentes pendejos. Creo en esta frase atribuida a Edmund Burke que dice: «Para que el mal triunfe solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada».
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«La suya era una oscuridad impenetrable» (sobre el personaje Kurtz, traficante de marfil en la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad)
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