Continuamos con estas entregas dedicadas al teatro en Venezuela desde la segunda mitad del siglo XX y hasta parte del XXI. Son y serán algunas noticias del teatro en nuestro país que deseo dejar por aquí como las flores que son y que deseo compartir. Esas noticias y las divagaciones al respecto van dedicadas especialmente a quienes se inician en el Oficio del Teatro, así como a la creciente cantidad de docentes y otros adultos que abrazan esta disciplina artística como una manera asertiva de hacer más amplio y hondo el proceso continuo de enseñanza-aprendizaje, personas que descubren el poder de actuar.
El teatro hecho, así como el que se sigue haciendo en Venezuela, se nos parece a un bosque extraordinario. Un bosque tropical, exuberante y sensual, consistente. Un bosque genealógico de difícil frondosidad. Con esta serie de artículos, la invitación es a que fijemos nuestra atención en el teatro hecho en el país desde 1980 y hasta entrados los años 2000. Para llegar allí andaremos por el túnel del tiempo para ir y venir en nuestra historia reciente, más atrás o más adelante, según sea necesario. Para tratar de mirar el bosque y otras veces algún árbol en particular; para tratar de apreciar cómo el teatro en la Venezuela de estos años recientes dejó de ser un desierto con poca vegetación y, con el tiempo, ahora se parece mucho más a un bosque genealógico donde en cada árbol genealógico se puede encontrar una resonancia en el pasado y un pariente teatral en el presente. Es interesante descubrir de dónde proviene esta rama y cómo surgió esta otra para verificar que, en muchos casos, existe una extendida familia teatral en Venezuela, caracterizada por la afición, los quiebres y el dolor, así como por el quijotismo, el trabajo profesional, la pasión y la dignidad; con sus matices, su pluralidad, su diversidad.
La afición, entendida como lo que se hace por afecto y con afecto; entendida como pasión por lo que se hace, ha marcado y sigue marcando la pauta en el desarrollo del teatro hecho en Venezuela. Es decir, al teatro hecho acá lo sustentan el afecto y la devoción por el oficio de quienes somos sus cultoras y cultores, sus protectoras y protectores, sus seguidoras y seguidores en ejercicios permanentemente compartidos de artesanía física, intelectual y emocional, aún en las condiciones más adversas. Es menester comentar que, todavía, el teatro en Venezuela se sostiene por amor al arte y que cultoras y cultores, protectoras, seguidores han actuado individual o institucionalmente. Con lo que, a la vuelta de nuestra revisión histórica, verificaremos cómo nuestro hacer teatral ha estado signado por el trabajo en equipo, por el teatro de conjuntos de aficionados o de grupos profesionales. Grupos civiles produciendo teatro, erigiendo arte, haciendo obra, forjando historia y creando ciudadanía.
Necesaria y merecidamente hacemos mención de algunas personalidades imprescindibles, troncos, especialistas que llegaron y se enraizaron aquí para legarnos semillas indispensables en la creación de ese bosque genealógico, para la consolidación de nuestro teatro actual: Alberto de Paz y Mateos, procedente de España, en 1945; Jesús Gómez Obregón, de México, en 1947; Juana Sujo, proveniente de Argentina y Horacio Peterson, de Chile, en 1947, entre otros peregrinos del teatro.
La tradición teatral en Venezuela sigue siendo un asunto de palabra, de amor al oficio y de apegos. De boca en boca pasa el cuento y el encanto del teatro. Entran y salen en el escenario de las emociones… acciones, ejercicios, montajes, noches de insomnio, estrenos, conmociones, exaltaciones y palabras de sortilegio, producciones, ovaciones y juicios críticos, fracasos y victorias, como los narradores de las antiguas tribus que echaban sus cuentos a la luz de una fogata. Así le escuchamos decir alguna vez, ya mayor, al Maestro César Rengifo, árbol de sombra y luces.
Contó alguna vez nuestro Maestro chileno Orlando Rodríguez: La apertura política permitió que las manifestaciones artísticas empezaran a realizarse sin trabas. Venezuela intentaría recuperar el tiempo perdido y superar el retraso en relación con otros países del continente. Comenzó entonces la entrada del país en la moderna realidad escénica del siglo XX. Para ello, la llegada de valores originarios de España, México, Argentina y Chile entre 1945 y 1950 hizo posible que la formación de los actores en las nuevas generaciones fuera hecha con estudios sistemáticos.
La presencia de Alberto de Paz y Mateos, Jesús Gómez Obregón, Juana Sujo, Horacio Peterson y Francisco Petrone constituirá el impulso definitivo hacia un nuevo teatro nacional. En el campo de la enseñanza, Gómez Obregón y la Escuela de Capacitación Teatral, que dio a conocer las líneas de trabajo de Stanislavsky; Juana Sujo y la Escuela que hasta hoy lleva su nombre o la tarea de Horacio Peterson en el Ateneo de Caracas durante veinte años y luego en el Laboratorio Ana Julia Rojas -ponderando talentos desde 1975- , conforman las acciones más influyentes y las tareas de mayor continuidad en el campo de la formación actoral. Estos Maestros igualmente hicieron importantes aportes en cuanto al trabajo artístico que desarrollaron como actores, como directores y como promotores del teatro en Venezuela. Sus semillas dieron como resultado la creación de nuevos grupos teatrales y la capacitación de muchos artistas, jóvenes para entonces, que pasaron a convertirse en los nuevos Maestros. Es el caso del llamado Zar del Teatro: Nicolás Curiel, futuro director estrella del TU -el Teatro Universitario de la UCV- desde 1957, o el de Román Chalbaud, quien ya venía haciendo teatro y produciendo sus propias piezas desde 1950. Ambos fueron discípulos de Alberto de Paz y Mateos.
De los alumnos de Jesús Gómez Obregón se formó el Grupo Máscaras, con Humberto Orsini, Pedro Marthán y Gilberto Pinto entre algunos de sus integrantes. Los artistas que trabajaban con Luis Peraza, director entonces del Teatro del Pueblo y amigo de Gómez Obregón, también pudieron aprender del Maestro Gómez Obregón. Es el caso de Bertha Moncayo, Fernando Gómez, Rafael Briceño, Enrique Benshimol, Carlos Pons, Carmen Géyer, Tomás Henríquez, Carmen Antillano, Luis Salazar, Paul Antillano, entre otros. Nombres que todavía resuenan en la memoria nacional por lo que también supo dar cada quien al teatro en su momento y por su legado a nuestra historia espiritual.
Juana Sujo tuvo como alumnos a personalidades como Maritza Caballero, Esteban Herrera, Orángel Delfín, América Alonso y Carlos Márquez, por mencionar a varios de los artistas quienes conformaron luego varios árboles genealógicos más de nuestro bosque teatral.
Es justo mencionar también a Inés Laredo, proveniente de Chile, quien se residenció en Maracaibo en 1948, donde tuvo una muy intensa, destacada y longeva actividad artística y pedagógica desde su juventud y hasta hace pocos años. Como actriz y como directora teatral entregó su vida al teatro en Maracaibo y es considerada como precursora del teatro en el Zulia. Junto a Josefina Urdaneta, fundó la Escuela de Teatro Sábados en la Universidad del Zulia, de allí en adelante no paró de hacer montajes de autores nuestros y también de afuera, de formar grupos y público, de formar a jóvenes y adultos. Es por ello que uno de los principales teatros de Maracaibo se llama Inés Laredo.
En 1959, fuimos capaces de producir el Primer Festival Nacional de Teatro: se reafirmaba la renovación del teatro moderno venezolano. En buena manera, esta fecha y ese evento, auspiciado por Pro-Venezuela y el Ateneo de Caracas modelaron nuestro porvenir teatral. En ese Primer Festival Nacional de Teatro confluyeron directores, actores y grupos de renombre, así como dramaturgos recientes mostrando más de una docena de piezas de dramaturgos venezolanos. A este primer Festival le siguieron un segundo en 1961 y un tercero entre el 66 y el 67, como parte de las celebraciones del Cuatricentenario de Caracas.
En la próxima entrega: El Ateneo de Caracas, la historia de un corazón que sigue latiendo.
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