Es una anomalía democrática de España y de toda Europa Occidental, esta de los que se proclaman antifascistas mientras defienden con entusiasmo el comunismo. O lo legitiman más o menos abiertamente. Como el PSOE, que sigue cantando La Internacional en sus congresos, un himno que lo fue de la dictadura soviética entre 1922 y 1944, es decir, en la mayor parte de la brutal represión de Stalin. Y lo hacen porque aceptan la diferenciación entre totalitarismos. Porque condenan el nazismo y los fascismos, pero no el comunismo. Como se volvió a poner de manifiesto en 2021 en una iniciativa del PP en el Congreso para condenar todos los totalitarismos, cuando el PSOE se negó a apoyarlo, porque, decía, no se puede equiparar el comunismo con el fascismo y el nazismo.
Y la anomalía democrática no es solo esa. Lo es aún más la normalidad con la que se acepta esta legitimación del comunismo en la sociedad y entre los círculos periodísticos e intelectuales, que son los primeros en sostener al comunismo, mientras alertan de una supuesta amenaza fascista en Europa. Ha sido inquietante ver el fanatismo con el que los activistas de izquierdas han vuelto a defender La Internacional, porque, dicen, es un himno de los obreros y se compuso antes de la dictadura soviética.
Nadie puede imaginar semejante defensa de un himno de la dictadura nazi o de las fascistas, porque se hubiera compuesto antes y con otras finalidades. Y es que no es esa la sustancia de la defensa de La Internacional; la defensa se basa en la simpatía por el comunismo, que la izquierda sigue justificando como una utopía que no salió del todo bien. ¿Que provocó 100 millones de víctimas? Un «detallito» que la izquierda ha borrado de la memoria, de esa memoria, como la ley del Gobierno que condena el fascismo, pero no dice una sola palabra del comunismo.
Los autores del Libro negro del comunismo cifraron en 100 millones sus víctimas, frente a los 20 millones del nazismo. Cifras terroríficas con lecturas igualmente terroríficas desde el presente de los que quieren borrar a una parte de esas víctimas. En ese libro, el historiador Nicolas Werth dedica un largo capítulo a la dictadura soviética, con un apartado para el llamado período del Gran Terror entre 1936 y 1938 y dirigido por Stalin, una represión masiva que se calcula supuso al menos 6 millones de detenciones, 3 millones de ejecuciones y 2 millones de muertos en los campos de concentración. Mientras Stalin asesinaba en masa, el himno de esa dictadura era La Internacional, que lo fue hasta que el propio Stalin decidió cambiarlo por otro en 1944.
Pero los llamados antifascistas lo siguen defendiendo de la misma manera que se siguen negando a condenar el totalitarismo comunista. De nuevo hay que recordar a Revel, «los negacionistas pro-nazis no son más que un puñado, los negacionistas pro-comunistas son legión». Y mientras no seamos capaces de acabar con esta anomalía histórica y democrática, no habrá manera de instaurar en Europa un debate puramente democrático en el que todas las fuerzas políticas, también la izquierda, hayan condenado claramente las dictaduras de uno y otro signo. La izquierda española en primer término, líder destacada de esa anomalía.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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