No tenía quince años cuando dos amigos extranjeros [uno británico de apellido Gibberish y otro alemán cuyo nombre fue o es Francis Citroën, ignoro si ambos viven todavía] me buscaron en la Urbanización Urdaneta del «staff» petrolero bajo dominio de la transnacional https://es.wikipedia.org/wiki/Creole_Petroleum_Corporation para invitarme consumir ácido lisérgico (LSD) empapado en hojas de papel tamaño carta que habían desprendido de un cuaderno de clases. De esa forma Andy Gibberish burlaba los controles migratorios que recién iniciaban la cacería de traficantes de drogas ilícitas. No quise acompañar a amigas y varones en sus viajes con ácido, elegí vigilar sus comportamientos: cuidarlos.

Antes de que alguien introdujera ese extraordinario componente «heroico» científicamente estudiado y difundido como https://www.euskadi.eus/informacion/lsd-dietilamida-del-acido-lisergico-adicciones/web01-a3adidro/es/, los jóvenes tanto venezolanos como extranjeros sólo consumían marihuana que abundaba y era barata. Un barril de https://fispiral.com.es/cannabis-origen-usos-riesgos-y-efectos/ podría valer sólo 100 dólares. Los grupos de rock The Beatles y Rolling Stones parecían disputarse el reinado del «metalenguaje» a favor del consumo de estupefacientes, lo cual pervertiría la percepción del mundo a casi tres generaciones consecutivas.

Las que precedieron a quienes nacimos en las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta se recrearon con alcoholes en sus múltiples presentaciones, unas más fuertes que otras y diversa calidad. Durante encuentros furtivos entre amigos, compañeros de trabajo o gente recién conocida, lo que jamás faltaba eran las expresiones siguientes: -«Continuaremos en alguna tasca o bar esa temática, el negocio que me ofreces, los asuntos relacionados con tus aspiraciones laborales, mis anotaciones críticas sobre tu tesis de grado, et.»

En actividades diplomáticas no faltaban licores, tabacos y hasta la cocaína en países donde se lanzaban pústulas contra drogas ocasionalmente infaltables. La hipocresía siempre ha estigmatizado episodios mundiales de distinta índole: bélicos, por ejemplo. En la Guerra de Vietnam proveían a los soldados norteamericanos de dos fundamentales: https://www.elsevier.es/es-revista-offarm-4-articulo-marihuana-hachis-13063520. El generalato-almirantazgo de Estados Unidos dio importancia al uso de las mencionadas por parte de tropas comprensiblemente acobardadas ante masacres que presenciaban. Tuve amigos que murieron dopados en combates, y otros que -tras sobrevivir y quedar traumatizados- me contarían respecto a provisiones insólitas como LSD. Nadie bajo los efectos del ácido podría sino alucinar situaciones extrañas que los convertían en parias por inservibles. Al cabo se enfocarían en la https://medlineplus.gov/spanish/cocaine.html porque mantenía despiertos y alertas a los soldados.

Antes de la popularización del éxtasis, peyote, hongos alucinógenos, escopolamina, metanfetamina o burundanga, fentanilo-zombi u otras sin partida de nacimiento registradas, una enloqueció a muchos entre mis amigos de pubertad y adolescencia: el https://es.wikipedia.org/wiki/Cyclanthera_pedata («pepino de monte»).

Incluyo entre las drogas heroicas a todo aquello que enerva y altera los sentidos de los seres humanos, en algunos de los casos no son sustancias psicotrópicas naturales, cual la adrenalina que segregamos todos en instantes de peligro, sino la praxis del «activismo social» que difiere notablemente de la Ciencia Política de la cual soy estudioso. Tengo suficientes años de edad –juro- pero sin mayoría en adhesiones a favor de la lucidez extrema capaz de doparnos de forma positiva a favor de la humanidad.

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