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Antes y después de Chávez

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A las vísperas de la tan esperada elección presidencial del 28 de julio de 2024, mi pareja se ha convertido en una experta de la política venezolana. Ella es española, de la Comunidad de Madrid, de Alcorcón y de Alcorcón Central, para ser preciso. Siempre nos ha unido el interés por la política. Ambos estudiamos ciencias políticas en la universidad; ella se graduó de la carrera, mientras que yo me cambié a literatura y escritura creativa después del primer curso.

En una de nuestras conversaciones, ella me dijo que en Venezuela pasa con Hugo Chávez como pasó en el mundo cristiano con Jesús de Nazareth. Las fechas, cual las conocemos, se dividen en antes y después de Cristo. De manera análoga, la historia contemporánea de Venezuela se divide en antes y después de Chávez.

Yo nací un 20 de septiembre de 1999 en la Clínica el Ávila, municipio Chacao, Distrito Metropolitano de Caracas, República de Venezuela. Menos de un año antes de mi nacimiento, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías fue electo presidente del país. Tomó posesión nueve meses y diez días antes de mi nacimiento. Cuando tenía yo casi tres meses de vida, se aprobó una nueva constitución que cambió el nombre del país en el que nací; dejó de llamarse República de Venezuela, pasando a llamarse República Bolivariana de Venezuela.

Soy de la generación que nunca ha conocido un poder político distinto al chavismo en Venezuela. No recuerdo nada antes de Chávez porque nací junto a su mandato; tan solo puedo imaginarme ese país anterior por medio de las memorias de mis familiares.

Crecí en un país que era muy diferente al resto de países porque en el mío se estaba gestando una revolución, la revolución bolivariana, de la cual yo no era parte. Dentro de la narrativa de la revolución bolivariana, yo siempre fui un escuálido, un sifrino, un pitiyanki y un gusano.

Hace unos pocos días, circa 25 años de mi nacimiento y del de la revolución bolivariana, una antigua compañera de clases de mi pareja intentó justificar su desprecio hacia mí por considerarme un “gusano venezolano”. Esta persona hizo referencia directa a la terminología de la Revolución cubana, en la que los opositores y exiliados son llamados gusanos. Acto seguido, me explicó que ella sentía mucho rechazo hacia los “gusanos venezolanos” como yo porque, según ella, éramos los culpables de los problemas de Venezuela. Según ella, desde Madrid estamos los “gusanos venezolanos” conspirando contra la revolución bolivariana. Si solo supiera ella que llevo siete años emigrado y que no me quedan casi familiares ni amigos en mi propio país; quizás, la revolución bolivariana es la que conspira contra nuestro sueño, el de millones venezolanos que queremos volver a nuestro país.

Si bien logré mantener la compostura en el momento en que me llamaron “gusano venezolano”, la rabia me carcomía por dentro porque, desde que me hice consciente de mi posición dentro de las narrativas chavistas, he intentado alejarme lo más posible del estereotipo escuálido, sifrino, pitiyanki y gusano. Contrario a lo que se esperaría de un opositor de la revolución bolivariana, no soy de derechas y no quiero vender el país a las potencias hegemónicas. No estoy de acuerdo con la privatización de los servicios públicos ni con la privatización de los sectores estratégicos de la economía. No quiero que Venezuela reciba ningún tipo de bloqueo por parte de Estados Unidos. Aborrezco a Trump, Milei, Bukele, Órban y el primer voto de mi vida, las elecciones italianas de 2022, fue en contra de Giorgia Meloni y a favor del Partito Democratico, entonces presidido por Enrico Letta. Yo me considero un socialista democrático opuesto a la revolución bolivariana.

Pero no importa lo que haga, dentro de la narrativa de la revolución bolivariana, yo siempre seré un revisionista, un escuálido, un gusano o un vendepatria. De nada vale que intente desmarcarme porque igual seré visto de la misma manera. Por consiguiente, la única manera de liberarme de la etiqueta es cambiar el relato y la única manera de cambiar el relato es que nuevos personajes lleguen al poder por medio de una avalancha de votos.

Voy a darle mi primer voto en Venezuela a Edmundo González Urrutia y seré testigo de mesa de la PUD el 28 de julio porque quiero que Venezuela pase la página. Nací en un país chavista, crecí en un país chavista, con apenas 17 años emigré de un país chavista, en el que no había lugar para mí, y llevo ya 7 años fuera de un país que sigue gobernado por el chavismo.

En este momento de la historia voto por Edmundo González Urrutia, no tanto porque él represente mi visión del mundo, sino porque quiero que Venezuela no se divida en antes y después de Chávez. En una situación distinta, no votaría por un aliado de María Corina Machado, pero actualmente es la única opción de cambio existente en Venezuela. Quiero llegar por primera vez a un país en el que no se me considere un enemigo por el hecho de no defender a quienes lideraron la revolución bolivariana. Quiero un país en el que se respeten los derechos de los chavistas y de todos los que no somos chavistas.

El país al que aspiro volver no se dividirá en chavistas y opositores. Si Edmundo González Urrutia llega a ser presidente de Venezuela, lo que antes era “la oposición” pasará a convertirse en varios espacios políticos nuevos dentro de un gobierno de la PUD, supongo que lo mismo sucedería con el chavismo. El país ya no estaría dividido en chavistas y opositores, en la cuarta y la quinta república, en antes y después de Chávez.

La revolución bolivariana concibe solo dos fuerzas, los revolucionarios y los enemigos de la revolución. Yo no quiero un país en el que se me considere enemigo por oponerme a los que llevan 25 años en el poder. Quiero un país plural, con menos polarización, en el que podamos reconocernos los unos a los otros. Yo quiero un país en el que quien se oponga al gobierno no sea considerado un enemigo. Yo quiero un país en el que no haya revancha, en el que se respeten los derechos de los chavistas cuando estos se conviertan en oposición.

Quiero un país en el que escribamos un nuevo capítulo, en el que la narrativa de la revolución bolivariana deje de dividirnos. Quiero un país en el que el tiempo de la historia no se divida en antes y después de Chávez. Un país en el que los revolucionarios y los enemigos de la revolución dejemos de existir para dar paso a un nuevo marco temporal en el que nadie sea el enemigo de nadie.

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