OPINIÓN

Antebellum: el terror secreto de la historia que se repite

por Aglaia Berlutti Aglaia Berlutti

Antebellum de los directores Gerard Bush y Christopher Renz, es una extraña fantasía de venganza, que se transforma con lentitud en una alegoría sobre la violencia, el miedo, el racismo e incluso, los terrores invisibles de nuestra época. Una combinación que pudo resultar desastrosa, a no ser por un guion sólido y su capacidad para resumir cada una de sus inquietudes, en una poderosa e inclasificable película. 

En sentido estricto, la palabra “Antebellum” significa como “lo que existía antes de la guerra”, aunque en Estados Unidos su traducción es aun más específica: hace referencia al período en que se incrementó el secesionismo por parte de los Estados Confederados de América, que derivó en la Guerra de Secesión que abarcó los años entre 1861–1865 y que involucró a yanquis y confederados. Un título semejante podría sugerir el tono y quizás, parte del argumento de la película. Pero la producción dirigida por Gerard Bush y Christopher Renz es mucho más audaz que la mera provocación y aunque comienza en el lugar más evidente  – una plantación–  ambos directores logran que el filme sea algo más que una mirada, implacable y dura, sobre los dolores culturales del país.

Esta es una historia que medita sobre el racismo y resulta inevitable que lo haga, pero también, se relaciona directamente con muchos de los miedos, los secretos inconfesables, la ruptura social y los dolores de una nación que intenta comprenderse, sin lograrlo. Antebellum, con toda su pátina de incómoda versión sobre una Norteamérica rota y retorcida, es un alegato que se nutre de la oscuridad de sus personajes. Una decisión que convierte al guion en un caleidoscopio de percepciones sobre la identidad, el peso de la historia y en especial, la forma en que un país puede asumir y racionalizar los errores.

Claro está, Antebellum no llega en el mejor momento para ser comprendida como obra independiente de su tiempo y mucho menos, en medio de un debate sobre la discriminación y el racismo que se enfrenta a una reacción casi violenta de rechazo. Pero la película evade la discusión del conservadurismo acerca de los grandes temas sociales actuales y se concentra en un recorrido por la historia estadounidense desde su reverso incómodo: Las primeras escenas intentan abarcar casi doscientos años de historia sin cometer el error de pontificar o sermonear sobre lo que muestran.

En realidad, esta especie de prólogo que Antebellum crea como primer paso hacia su verdadera narración, es solo una sucesión de imágenes que recorren desde la deshumanización de los esclavos, la marcha de los confederados como espíritu de una nación violenta y sobre todo los terrores de la esclavitud como mensaje omnipresente en cada secuencia que se muestra. Lo hace, además, con una mirada fría y corrosiva que resulta casi insoportable. Los primeros minutos de Antebellum son un agónico y trepidante recorrido por la historia invisible de Estados Unidos: las largas tomas que muestran la belleza nocturna de las plantaciones se funden con la sangre en las cosechas, los gritos, el pánico que al final de las imágenes crean un tapiz abrumador sobre lo terrorífico de las historias que no se cuentan. Para cuando la imagen de un lazo que se desliza alrededor de un cuello frágil llega, el mensaje al fondo de este rápido recorrido es uno y muy claro: esto ocurrió, esto pasó, esto se olvidó.

¿Es entonces Antebellum una película sobre el racismo y la esclavitud? ¿Una crítica histórica? ¿Un mapa de torturas y atrocidades como la incómoda Doce años de esclavitud de Steve McQueen? No lo es en absoluto, tampoco tiene el objetivo de aleccionar, enseñar o denunciar. En realidad, lo realmente intrigante en el guion de Antebellum es que no se despliega de inmediato y asume el compromiso de mostrar los horrores de la brutalidad y la violencia, sin explicar el motivo. Por fin, cuando el guion comienza a contar lo que desea, es evidente que este argumento tramposo y con la precisión de un mecanismo construido para desconcertar, tiene por única intención que el espectador se vea inmerso en la experiencia, utilizar la empatía para dirigir la atención hacia puntos desconocidos de una propuesta osada y que en manos menos hábiles habría resultado débil y confusa. Pero Antebellum es mucho más que el fantasma de la esclavitud reconvertido en espectro del presente: es una mirada temible a los espectros de la historia, envueltos y sostenidos en algo más doloroso.

Protagonizada por Janelle Monáe como la profesora Veronica Henley, este engañoso juego de espejos utiliza los parámetros formales del cine fantástico, para narrar la forma en que Norteamérica se mira en trozos de información incompletos. Desde la identidad de la mujer afroamericana hasta la rabia del hombre blanco, hasta la necesidad de entender el pasado como un cúmulo de ideas incompletas que necesitan revisión, Antebellum es un experimento afortunado que sostiene y traduce las inquietudes actuales sobre el prejuicio y la discriminación en algo por completo nuevo y en especial, que invita a un tipo de debate novedoso.

Con un brillante elenco integrado por Kiersey Clemons, Gabourey Sidibe, Jena Malone, Tongayi Chirisa y Jack Huston, la película es heredera directa de los comentarios sociales de Get Out de Jordan Peele, en la que el director logró entremezclar el cine de género para crear un discurso crítico con una singular habilidad. Antebellum, también está emparentada con todo tipo de referencias culturales que incluyen a Octavia Butler, a quien debe su mezcla de ficción especulativa y el firme trazo del guion para contar una historia enrevesada con una pulcritud asombrosa.

Pero más allá de sus interpretaciones sobre la fantasía como puente para narrar la oscuridad de la historia, Antebellum se enfrenta a una disyuntiva que logra superar con inteligencia y un brillante ritmo: la de no caer en los excesos fáciles de mostrar la violencia solo porque el tono del filme así lo requiere. En realidad, Antebellum está más interesada en utilizar el tiempo como un hilo conductor y al final, la trasposición de la historia circular para una premisa inquietante. El filme no quiere hablar sobre la Guerra de Secesión o la Guerra Civil que fragmentó Norteamérica, sino en realidad, en lo que podría ocurrir en el futuro. Una posibilidad aterradora que la película revela a medida que las piezas de su amplio rompecabezas van encajando para crear algo más elaborado, más extraño y más duro de asimilar.

¿Es entonces Antebellum un experimento afortunado? ¿Una sátira siniestra? Hay mucho de la esclavitud narrada a la manera del escritor Solomon Northup para lo que sea. Lo macabro, lo gore, lo dantesco está allí, pero el foco central del guion es convencer al espectador que lo que está viendo es una línea temporal incierta, que se extiende de atrás hacia adelante para hacerse una amenaza. El filme, con su carga inquietante de reflexión sobre el individuo actual, la violencia atemporal y al final, el miedo en todas sus formas es un recorrido angustioso por capas de información que juntas, crean un mensaje espeluznante: Nunca estamos a salvo, hagamos lo que hagamos. La historia puede repetirse y lo hará sin duda, incluso en la forma más imprevisible.