Corren los tiempos de la posverdad, una suerte de memoria histórica democrática que en rigor es un artilugio para reescribir las hechos históricos a gusto y piacere ideológico del progresismo y a la medida de formatear la educación, la historia y la cultura del conocimiento, con manifiestos objetivos políticos del presente. La presencia de España en lo que hoy constituyen los Estados Unidos de Norteamérica es ocultada y cancelada por la nueva inquisición académica y mediática, no solo en el país del norte sino en la España oficial como en distintos países de Iberoamérica gobernados por la nueva izquierda de los llamados “socialismos del siglo XXI”.
Pensemos por un instante que en España, el gobierno social-comunista de Pedro Sánchez ha modificado el plan de estudios en la materia Historia, la que se enseña desde ahora solo a partir de 1808, como si antes no hubieran ocurrido hechos en la península como la Reconquista, el descubrimiento de América, la creación de aquel imperio, mestizo en su sangre y culturas, el surgimiento a consecuencia de ello de los Reinos de Indias, la Escuela de Salamanca, la primera circunnavegación del globo por Magallanes y Elcano, Lepanto, etc, etc, por citar algunos hitos de relevancia universal que hoy no integran la currícula de la educación oficial española.
Pero abocándonos al objeto de estas líneas, producida la llegada a América en 1492, la conquista y la incorporación de estos territorios al Imperio, éste llegó con los años a extenderse desde Alaska hasta el Cabo de Hornos, donde regiones como California, Nevada, Utha, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, La Florida, Alabama, Luisiana, el Misisipi, Kansas, Alaska, Idaho, Puerto Rico, Wyoming y Montana formaron en parte del virreinato de Nueva España. Es decir que una tercera parte del territorio norteamericano del presente integró el Imperio español.
Juan Ponce de León toma posesión de La Florida en 1513; García López de Cárdenas en 1540 recorre el gran Cañón del Colorado; Alvar Núñez Cabeza de Vaca, integrante de la expedición de Pánfilo de Narváez que naufraga en las costas del norte del golfo de México, sobrevivió y convivió durante nueve años con distintas tribus indígenas, caminando 8.000 kilómetros por la Florida, Texas, Arizona y California. Años después, como capitán general del río de la Plata y el Paraguay, descubrirá las cataratas del Iguazú, en las que lleva hasta hoy un salto su nombre.
Otros conquistadores como Hernando de Soto recorrerán la extensión del río Misisipi, Arkansas, Oklahoma y Texas. A fines del siglo XVII, Juan de Oñate, nacido ya en América y casado con una nieta de Moteczuma y de Hernán Cortés, conquistará Nuevo México, Arizona y la propia Texas, acompañado en su expedición por una enorme cantidad de indígenas de distintas etnias y de misioneros evangelizadores.
En este punto vale detenerse en lo actuado por órdenes religiosas como las de los dominicos, los agustinos, los mercedarios, los franciscanos y los jesuitas, que fueron pieza clave, tanto en América como en la península, para hacer valer y respetar a los pueblos indígenas en el “Derecho de Gentes”, casi una carta fundacional de lo que hoy llamamos Derechos Humanos. Y lo que más sobresale y enaltece al Imperio es que el emperador, poseedor soberano de allí donde no se ponía el sol por su extensión, acató y legisló con estos conceptos de hombres libres haciendo único este proceso de conquista en la historia de la humanidad.
Por citar solo dos ejemplos: el jesuita alemán Eusebio Kino, llamado por los indios “el cura a caballo” por las largas travesias que realizaba por las misiones, en las que enseñará a las diversos pueblos indígenas agricultura, alfarería y carpintería, armonizando la convivencia entre tribus hasta entonces hostiles entre sí. Los jesuitas llegaron a poseer nueve misiones en la actual Georgia, cercanas a Virginia y a la actual ciudad de Washington.
Similar es, en el siglo XVIII, el rol desarrollado en la Alta California por el fraile franciscano, nacido en Mallorca, Fray Junípero Serra, que fundaría nueve misiones de las treinta que alcanzará a tener la orden del Santo de Asís. La toponimia actual lo dice todo: San Francisco, Los Angeles, Santa Bárbara, Santa Mónica, San Diego, Sonora, Monterrey, San Juan Capistrano, entre otras. Serra será un protector de los indios ante los abusos de algunos funcionarios. En 1773 escribió una carta al Virrey Antonio Bucarelli que tituló “Representación de la Conquista Temporal de California” (conocida como “Carta de los Derechos de los Indios”) en la que exigió que los nativos bautizados quedaran bajo la jurisdicción de los misioneros y no del gobernador. Esta acción produjo la remoción del mandatario Pedro Fages por abuso de poder.
Recordemos que en 1593, el rey Felipe II elevó por Real Cédula el castigo a aquellos funcionarios que abusaran de los indígenas. Como dato de color, pero que da el semblante del espíritu de la presencia española en esa parte de América, es que el primer libro editado en los Estados Unidos fue realizado por el jesuita Báez en la imprenta instalada en las misiones de Georgia, en 1569.
En 1738, ya asentados los colonos anglosajones en la costa este, el primer sitio libre para esclavos africanos fue el fuerte Mosé, en la Florida española, adonde llegaban los esclavos que lograban huir de las plantaciones británicas de Carolina. Se les otorgaba la libertad con sólo dos condiciones: jurar lealtad al soberano español; y su conversión a la fe católica. Uno de ellos fue Francisco Menéndez, un negro mandinga que ingresó en la milicia y llegó a ser oficial, combatiendo en diversas ocasiones contra los vecinos británicos.
En el proceso de independencia de las colonias norteamericanas de la Corona Británica, éste no se hubiera concretado sin la ayuda en hombres, pertrechos y dinero de los reinos de Francia y España, en ese momento en guerra con la “rubia Albión”.
Si bien Francia aportó efectivos, España amenazó con sus flotas el canal de la Mancha y bombardeó Gibraltar. A su vez se embarcó en acciones de guerra en apoyo a las colonias, donde descolló Bernardo de Gálvez, gobernador de Luisiana, quien personalmente dirigió los ataques contra varios fuertes ingleses en el Misisipi, tomando los de Bute y el de Natchez, además de conseguir la victoria en la batalla de Baton Rouge. Entre otros pergaminos, asimismo bloqueó con la flota española el Misisipi contra los navíos británicos, algo reconocido por el propio George Washington ya que abrió dos frentes a los ingleses.
En estos años aparece un oficial español que había arribado en la flota ibérica al mando de José Solano y Bote, partiendo de Cádiz con el regimiento de Aragón con el general Juan Manuel Cajigal, de quien era su edecán. Este hombre era el capitán caraqueño Francisco de Miranda, el que luego sería llamado “el Precursor” de la independencia de los virreinatos en Hispanoamérica.
La flota venía a combatir en todo el Caribe a los británicos. De la Habana salieron 1.600 soldados agregados que combatieron en la batalla de Pensacola venciendo a los británicos; Miranda era uno de los oficiales que combatió allí y rindieron el fuerte George, lo que le valió el ascenso a teniente coronel. Asi, Gálvez recuperó la totalidad de la Florida, que España poseyó hasta 1819. El apoyo en dinero por parte de España a los rebeldes fue considerable ya que estos debían pagar a los efectivos franceses que combatían; para eso el almirante francés De Grasse, jefe de la flota, se dirigió a La Habana y por indicación de la autoridad española de aduanas, el marqués de Salavedra, contactó al propio Miranda, quien en pocos días logró recaudar en donaciones, en particular de las damas habaneras, en joyas y diamantes, la increíble suma de 1.200.000 libras, que fue cargada en la fragata francesa Aigrette y llevada al general Washington, quien pudo solventar los gastos de la campaña de norteamericanos y franceses que enfrentaron al general británico Cornwallis, como sostiene el historiador venezolano Giovanni Meza Dorta en su estudio sobre Miranda, logrando la victoria de Yorktown, la capitulación británica y la independencia de Estados Unidos.
La participación de España fue vital para lograr consolidar de la independencia de las 13 colonias norteamericanas, un hecho absolutamente silenciado. Ahora bien, a partir del copamiento de la gran mayoría de las universidades y de las grandes cadenas de comunicación por la intelectualidad de la izquierda progresista (la Universidad de Stanford, por decisión del cuerpo académico, retiró el nombre de fray Junípero a una de las calles del campus argumentando que era un símbolo de la sumisión y conquista de los pueblos indígenas), resurgió la vetusta leyenda negra contra todo el pasado hispánico, con su cuota de ocultamiento, negacionismo y demonización, proceso similar al acontecido en Hispanoamérica y que aún continúa.
En 2020, el asesinato del ciudadano de raza negra George Floyd por parte de un brutal policía, fue la escusa esperada para una ola de vandalismo que recorrió Estados Unidos para quemar, destruir y vandalizar las estatuas de fray Junípero, Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes y Bernardo de Gálvez, pasando por los héroes confederados de la Guerra Civil y llegando hasta el propio Thomas Jefferson. En más de cien municipios gobernados por demócratas se borró el “Columbus Day”, es decir el 12 de octubre, del calendario de efemérides. Grupos de la totalitaria cultura “woke”, “Lives Black Matter”, los autodefinidos Antifas y movimientos de “neoindigenistas” dieron rienda suelta a la violencia que incluso llevó a quemar iglesias católicas y protestantes en una sinrazón de pretender borrar un pasado que es incontrastable, tratándose de hechos históricos que se intenta cancelar o suprimir para reescribir un relato que se acomode a su ideología.
Muchos historiadores y pensadores hispanoamericanos, españoles y también norteamericanos, han escrito y realizado magníficos aportes historiográficos al legado español en la vida de la nación del Norte; la Hispanidad, esa reluciente obra del mestizaje cultural y de sangre, nos legó una lengua inclusiva que hablan 600 millones de personas que hoy se pretende acallar en la propia España por el sectarismo separatista, o con neolenguajes en nuestras propias latitudes (tod@s); el ataque alcanza asimismo a una fe que nos comprende, y que recibimos como una herencia greco-latina que hace al Ser de Occidente. Todo esto quiere ser destruido con diversos discursos y formatos en un conflicto global signado por la “batalla cultural”.
Dijo Carlos Lummis, un norteamericano en su ya clásica obra Los exploradores españoles del siglo XVI. Vindicación de la acción colonizadora española en América”, en una parte del Prefacio a su obra: “Amamos la valentía, y la exploración de las Américas por los españoles, fue la más larga y la más maravillosa serie de proezas que registra la historia. En mis mocedades no le era posible a un muchacho anglosajón aprender esa verdad, aún hoy es sumamente difícil, dado que sea posible…”. Si el autor de este enaltecido libro viviera, podría observar con sumo pesimismo que hoy es mucho más difícil frente a los enemigos que pretenden borrar el pasado de nuestra historia.
* Miembro de número de la Academia Argentina de la Historia; miembro de número de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación; vocal del Instituto Cultural Argentino-Uruguayo. Licenciado en Historia por la Universidad del Salvador
Artículo publicado en el diario Gaceta Mercantil de Argentina