Quienes alcanzan el equilibrio en tiempos de angustia, intranquilidad y zozobra, pueden ayudar a los demás a controlar la situación, no es fácil, todos o la mayoría vivimos momentos difíciles de incertidumbre, desesperanza. Y sobre todo en este caso de emergencia sanitaria.
La historia revela que, para la protección efectiva, el intercambio de información científica confiable y solidaria es vital. Cuando un país sufre una epidemia, está obligado a compartir de manera honesta saberes y experiencias sobre el brote sin temor a una catástrofe económica; mientras que otras naciones deben confiar plenamente, sin amague, listos a extender una mano amiga en lugar de recurrir al ostracismo.
La cooperación internacional es necesaria, valiosa, también para medidas de cuarentena seguras. El aislamiento es esencial para detener la propagación de epidemias. Pero cuando los involucrados desconfían unos de otros y cada quien siente que es mejor estar solo, los gobiernos dudan en tomar medidas y menos las drásticas.
Si algún concepto se debe aplicar en Venezuela -especialmente en los actuales momentos- es aquel que se recomendaba en tiempos de exaltación popular posgomecista: “calma y cordura”. Es cuando coinciden los que de verdad conocen, están al corriente y no buscan hacer política morbo con la epidemia.
Empezar por entender las normas básicas, comenzando con la calma para actuar y pensar con sosiego y serenidad. Lo que cuenta es no estar cerca de la minoría contagiada, a menos que sea médico o enfermera, con tapabocas y guantes, primordiales para profesionales y otros que, como bomberos y policías, eventualmente deberán acercárseles.
El virus se contagia por contacto. De allí, lo esencial, que se insista terca y obsesivamente en lavarse las manos de manera frecuente. Y lavárselas bien, como los cirujanos antes y después de operar; con jabón, mucho cuidado, antebrazo, hasta los codos, dedo a dedo, frotarse las palmas, y secárselas con un paño limpio.
El régimen hace esfuerzos en esconder, en encubrir la crisis que vive el país -es su característica, no debe extrañar-, generada desde hace años por su propia enfermedad mental e incompetencia, bajo el trance que ahora nos echa encima el coronavirus. El derrumbe de la economía, la desaparición del bolívar, la hiperinflación, la inseguridad, los elevados costos de productos de primera necesidad, la destrucción de la industria petrolera y la deficiencia en los servicios públicos, los estamos padeciendo desde antes de las sanciones y antes que siquiera imagináramos la calamidad de la peste del coronavirus. El verdadero coronavirus venezolano no es chino, es autóctono, socialista-castro-madurista.
El usurpador oficialista arma una alharaca, un escándalo, trata de parecer un gobernante digno, paciente, estratega, preocupado por proteger a su pueblo, cuando no ha sido más que una copia desvaída pero mucho más corrosiva que el propio Chávez, que ya es mucho decir.
Hay que cuidarse del coronavirus, vigilar lo que se hace, usar tapabocas siempre, si estamos en algún sitio sospechoso o tenemos un enfermo en casa, con más razón; todo eso hay que hacerlo, pero el escándalo social con complicidad militar del régimen no es más que una máscara para distraer a la ciudadanía de la verdadera desdicha, la que estamos padeciendo los venezolanos desde aquellas malhadadas elecciones de 1998.
La humanidad enfrenta una crisis aguda y con escasos líderes responsables, de verdad, estadistas, confiables, no solo por el coronavirus, sino también por la falta de confianza entre los humanos. Para vencer una epidemia, se precisa confiar en expertos y sabios científicos, los ciudadanos deben dar seguridades a las autoridades públicas; los países deben ayudarse sin complejos ni vacilaciones. En los últimos años, políticos corruptos, incultos analfabetos, faltos de instrucción, cultura y educación; politiqueros necios e irresponsables han socavado de forma deliberada la confianza en la ciencia, autoridades públicas y cooperación internacional. El resultado, afrontamos a una crisis desprovistos de inteligentes líderes mundiales.
En momento de crisis, decisivo, la lucha crucial tiene lugar dentro de la humanidad misma, en su comprensión. Si esta epidemia resulta en mayor desunión y desconfianza será la mayor victoria del virus. En la confrontación inútil, sin sentido, las toxinas se expanden, reproducen, duplican. Por el contrario, si la epidemia resulta en una cooperación global estrecha, sincera, de confianza siempre con la verdad; será una estupenda y contundente victoria no solo frente a el coronavirus, sino también contra todos los patógenos futuros.
@ArmandoMartini