La cita continental organizada por el gobierno de Estados Unidos bajo la gestión de Joe Biden ofrece el escenario para la discusión de los grandes temas que afectan al planeta, como lo señala la Agenda de la Cumbre contenida bajo los siguientes puntos: 1- Resiliencia contra la pandemia 2- Cambio climático 3- La democracia del gobierno 4- La aproximación digital 5- La recuperación económica.
Es evidente que en los debates de los jefes de Estado asistentes al evento estarán las consecuencias de la guerra en Ucrania para nuestra región, especialmente el aumento de los precios de la energía y los alimentos, como lo indica el Informe Económico publicado el pasado 6 de junio por la Cepal. La pobreza en Latinoamérica y el Caribe creció 33,7 % y la pobreza extrema 14,9 % este año, lo que se traduce en un aumento del 1,6% y 1,1% respectivamente con respecto a 2021.
Dicho informe profundiza la realidad latinoamericana al señalar que, “tras la expansión económica de 2021 (6,3%), la región alcanzará este año un crecimiento anual promedio de 1,8%, una cifra que la ubica en el lento patrón de crecimiento registrado entre 2014 y 2019”, lo cual resume un complicado escenario derivado de un decenio de crisis acumuladas, como la crisis financiera internacional, las tensiones económicas entre Estados Unidos y China, y la pandemia.
Estos indicadores económicos lapidarios han impactado de forma descomunal el caudal migratorio, el cual se ha multiplicado luego de la pandemia con la movilización de millones de migrantes que aspiran a ingresar primordialmente a Estados Unidos y a Canadá en segundo lugar, en procura del “sueño americano” cada día más limitado a alcanzar, cuya realidad deberá ser un tema obligatorio de este importante evento continental.
Por tanto, resulta irracional la decisión del presidente mexicano AMLO de promover un sabotaje al evento, cuando lo primordial para su gobierno como socio del T-MEC, debiera ser asumir el evento que abordará la terrible problemática socioeconómica de millones de mexicanos y de centroamericanos, en lugar de la caprichosa solidaridad ideológica para darle espacio a los dictadores más atroces del continente, que por añadidura han presumido de una rabiosa defensa y justificación de la criminal invasión del dictador Putin a la valiente Ucrania, y de paso han postrado en ruinas a sus economías determinando el éxodo masivo de sus habitantes.
En realidad, América Latina se encuentra en una encrucijada que le determina reconocer sus verdaderos problemas a afrontar, luego de un desarrollo destacado a mediados del siglo XX con el Modelo de Sustitución de Importaciones, sobrepasado luego por las deficiencias de las élites políticas y económicas de la región y por los avatares de la globalización, la cual impactó el desarrollo de nuestras economías reproduciendo nuevos escenarios, que conocieron en el continente americano múltiples iniciativas como la Comunidad Andina de Naciones (CAN), el Mercosur, el G-3 y el más notorio, el TLC de América del Norte.
De ellos el más exitoso ha sido el TLC conocido también como Nafta integrado por México, Canadá y Estados Unidos, bajo las siglas actuales de T-MEC, cuyo radio de acción expande el intercambio comercial y afecta positivamente a 400 millones de habitantes, ya que el Mercosur hoy en día languidece ante el decaimiento de las economías de Brasil y Argentina.
Por otra parte, la CAN y el G-3 se extinguieron paulatinamente desde 2007 por las decisiones irresponsables de Hugo Chávez, quien separó a Venezuela de ambos acuerdos por razones ideológicas, al considerarlos como propiciadores del neoliberalismo explotador, y decretar en la práctica su disolución. En el caso de Venezuela la salida de ambos acuerdos propició la pérdida de más de 400.000 empleos.
El resto es historia conocida, en lo que va del siglo XXI los gobiernos ubicados en la esfera del Foro de Sao Paulo influenciaron en América Latina la creación de organismos inocuos como la Celac, Unasur y el ALBA, orientados por su retórica “antiimperialista”, sin ninguna perspectiva de crecimiento real de las economías de la región, postradas como lo indica el actualizado informe de la Cepal.
La IX Cumbre debe significar un cambio de rumbo en las relaciones entre Estados Unidos, Canadá y Latinoamérica, que multiplique el desarrollo económico de un continente con la mayor desigualdad del planeta, donde sus habitantes prefieran producir riqueza en sus países en lugar de aventurarse a espejismos en otras latitudes.
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