OPINIÓN

Anora de Sean Baker, una historia de amor trágica y barroca, en una Nueva York de fantasía

por Aglaia Berlutti Aglaia Berlutti

 

Anora de Sean Baker se mueve en varios escenarios a la vez y en todos, la historia celebra el amor, el desenfreno y la maravilla del deseo. Lo que la lleva también, a sus puntos más oscuros y dolorosos, en una combinación elegante y sofisticada que la convierte en una de las mejores películas del año.

En Anora, el director Sean Baker imagina un cuento de hadas con rebordes y aristas del mundo real. Pero mucho más, explora en la idea del amor desde un punto de vista mundano, angustiado y levemente trágico, que combina en una premisa dolorosa. La idea del romance destinado al fracaso, o al menos, a la idea que el mundo del sufrimiento, presiona sobre la posibilidad de la esperanza. No es una idea agradable, ni tampoco ideal, ni la película quiere que lo sea. En lugar de eso, dedica tiempo, interés y esfuerzo, en mostrar que incluso esta visión sobre el deseo y la belleza puede ser una reflexión acerca de la necesidad de ser comprendidos, en medio de una cultura vanidosa y frívola. 

De hecho, el personaje de Anora (Mikey Madison), una trabajadora sexual y bailarina en locales nocturnos, es una figura llena de matices, reconvertida en una antiheroína amable. Desde las primeras escenas, la cinta le muestra angustiada, feliz, esforzándose por sobrevivir. La combinación logra que, de inmediato, este espíritu feroz sea no solo el alma de la película  — por descontado —  sino también el hilo conductor de su cuidado contexto acerca del bien y del mal contemporáneo. No obstante, el guion  — que también escribe el director —  es lo suficientemente hábil como para lograr que esa visión de luz y oscuridad no sea romántica. Tampoco tópica. Uno de los puntos más fuertes de la cinta, es su capacidad para ser honesta y frontal.

Anora va por una Nueva York de fantasía como el rehén de todas las circunstancias que le atan al dolor. Pero, a la vez, tiene la suficiente fuerza como para no ser una víctima, sino continuar por un camino complejo, con la convicción de que podrá superarlo. A diferencia de la Vivian de Julia Roberts en Mujer Bonita (1990) con la que podría comparársele, Anora brilla en entusiasmo, pero conoce sus límites y la forma cómo el submundo en el que vive presiona sobre ella. Mucho más, la transforma lentamente en una mujer que debe endurecerse para sobrevivir. Lo que por supuesto, no hace menos radiante su capacidad para ser feliz — que lo es y por razones bastante prácticas — y hasta comprender el sentido del sufrimiento que antes o después deberá afrontar.

Un cuento de hadas pesimista 

Una vez establecido que Anora trata de sobreponerse a la frialdad inmaculada, brillante y lujosa de Nueva York como puede y le permiten las circunstancias, la película de inmediato avanza hacia su siguiente punto. Casi por accidente, irrumpe en la vida del personaje Ivan (Mark Eydelshteyn),el hijo de un oligarca ruso que desea amor pero bajo sus términos. El argumento toma la brillante decisión de evitar convertir a la posibilidad del amor, en una puerta abierta para la redención o para que Anora pueda evitar el sufrimiento. De hecho, la pareja se conoce y la cinta deja entrever que ese amor — un tanto superficial, un poco alentado por la idea del presente, vertiginoso de lujos y belleza que disfrutan ambos — alberga la posibilidad del desastre.

Pero mientras eso sucede, Ivan y Anora se aman de la mejor manera que saben hacerlo. Lo que incluye, renunciar a cierta profundidad de las emociones en beneficio de lo frenético de la necesidad compartida. Anora es profunda, inteligente y bien concebida, al narrar un amor que no pretende rescatar, salvar o brindar una segunda oportunidad a nadie. Solo se trata de una línea que une a dos personajes en un momento específico y que lleva, finalmente, a este dúo que solo quiere divertirse, a plantearse la posibilidad de seguir haciéndolo juntos. Lo que provoca que Ivan, despreocupado, violento y terco, decida que quiere contraer matrimonio con la aparente mujer de sus sueños. 

Es entonces cuando la película se vuelve un poco más oscura, sin perder su brillo de historia narrada desde un punto de vista extravagante. Paso a paso, Anora encuentra que debe luchar contra la posibilidad de ser una mujer distinta — la mejor versión — junto a Ivan o solo, volver a la vida que conoció. Baker tiene especial cuidado en que su historia no se torne cursi o irremediablemente sensiblera. En lugar de eso, Anora es sobre los puntos vulnerables en momentos poderosos. Y en especial, en cómo el amor puede ser un punto de vista preciso sobre la naturaleza humana, incluso en sus peores momentos. 

Para su final — doloroso y angustioso — la cinta explora entre sus escenarios más oscuros y densos. Lo que permite, que todo el guion madure en una vuelta de tuerca que produce angustia y desazón, de la misma manera que celebra la ternura e incluso, lo delicado de la necesidad de ser comprendido. Todo, en medio de un territorio doloroso y temible, que, finalmente, brinda a “Anora” sus mejores secuencias. Y también, lo que la convierte en una de las mejores películas del año.