Concluye el presente año, que bien puede ser catalogado entre los peores no solo para Venezuela sino para la democracia continental (“annus horribilis”, calificó la reina Isabel de Inglaterra a 1992, cuando difíciles acontecimientos de su país y su familia así lo ameritaron). Tal vez ello no sea lo que más preocupa a los estratos mayoritarios de la población cuya prioridad, y natural preocupación, es sobrevivir a las carencias que constituyen el día a día de la vida de tantos compatriotas.
En cuanto a la democracia continental, los resultados de Perú, Honduras y ahora Chile permiten abrigar serias sospechas acerca de su salud y, peor aún, su pronóstico ante las tendencias que se avizoran en Colombia y Brasil. Hemos afirmado antes que algo debemos haber hecho mal los partidarios de la democracia liberal si el resultado es el que estamos viendo. En el caso de Chile no es difícil concluir que el desarrollo económico por sí solo no resulta suficiente si no es acompañado por el desarrollo social expresado en la disminución de las desigualdades. La democracia venezolana pudo durar cuatro décadas ─entre otras razones─ porque la riqueza se tradujo en importante mejoramiento social. Otros países tendrán otras razones .
En cuanto a Venezuela la percepción que parece prevalecer en el exterior –y posiblemente también a lo interno─ es que después de la farsa del 21N y el bochornoso espectáculo de egoísmo y falta de unidad opositora, el “gobierno” (los que despachan desde Miraflores) ha logrado una mayor cuota de legitimación (que no de legitimidad), un poco de respiro en lo financiero, consolidación de alianzas con actores fundamentales del concierto internacional (Rusia, China, México, etc.), un leve repunte de la actividad económica y la insólita contradicción expresada por la exhibición de una burbuja de bodegones y restaurantes capitalinos llenos flotando sobre un país cuyo cuadro es el que sabemos que es.
Estando como estamos, en el exilio, constatamos un fenómeno creciente y preocupante en una comunidad que excede los cientos de miles de compatriotas: la decepción y la paulatina pérdida de interés por el tema Venezuela reflejadas en la muy modesta convocatoria que logran las actividades promovidas por quienes mantenemos inquietud política, intelectual, de asistencia social u otras en favor de nuestros connacionales. Las cifras hablan por sí solas reflejándose en el número decreciente de lectores de noticias, o de quienes frecuentan medios audiovisuales que enfatizan la cuestión venezolana.
En lo internacional es encomiable observar el denodado esfuerzo de los representantes designados para el exterior por la Asamblea Nacional (legítima), quienes con escaso o nulo apoyo material persisten día a día en mantener viva la solidaridad de los países y organizaciones que apoyan el esfuerzo en favor de la “normalización” de nuestra Venezuela. Esos representantes son los que desde hace semanas se encuentran en el limbo por la falta de orientación, instrucciones y coordinación motivada por las disputas intestinas del mismísimo “gobierno interino o encargado” que ellos representan. Han habido y habrán deserciones en esas filas.
En cuanto al crucial tema de la protección de los escasos y ya escuálidos activos que aún conserva la República en el exterior, lo que se observa es la persistencia de antiguos vicios (Monómeros) más la pequeñez que arropa a quienes -desde la Asamblea (legitima) tienen –e incumplen– la responsabilidad de canalizar algunos fondos –que si existen– para el pago de los importantes servicios que prestan abogados y demás profesionales en otras jurisdicciones para defender esos activos.
¿Cómo cree usted, lector, que se puede actuar con alguna posibilidad de éxito ante un tribunal o ante una administración pública extranjera si no es contratando profesionales de alta calificación?
También es claro –y muy desgraciado– el hecho de que la aún vigente protección de activos en Estados Unidos ha dependido y depende exclusivamente de las “Executive Orders” (decretos) emanados del presidente (tanto Trump como Biden) que de seis en seis meses extienden ese manto que en casi todos los casos es el único escudo que se levanta entre laudos arbitrales y sentencias judiciales desfavorables a Venezuela y nuestras empresas nacionales. Solo basta que la realidad política norteamericana aconseje al señor Biden para que no renueve el decreto ejecutivo o que retire el reconocimiento al interinato para que al día siguiente haya que enfrentar una realidad judicial que es mejor no imaginar. Tal escenario no es inmediato pero tampoco imposible a la luz de la actual y muy fluida situación política norteamericana.
Este tipo de balance anual suele finalizar con una invocación a la certeza de que vendrán tiempos mejores. Este opinador no cree que sea necesario complacerse en esos deseos ideales sino que más bien la realidad requiere saber dónde estamos parados para llegar a la única conclusión posible de que no es sino la constatación de que este entuerto de venezolanos solo tiene salida por la determinación de los venezolanos, tal vez con la ayuda de la comunidad internacional, pero sin pensar creer o confiar que esta vaya a sustituir nuestro esfuerzo. Todas las opciones están sobre la mesa, nos dijo un pintoresco expresidente de Estados Unidos abriendo la ilusión para algunos de que esas opciones pudieran ser externas. No señor: ¡deben ser venezolanas!
@apsalgueiro1