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Aniversarios

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Varios aniversarios se cumplen en las semanas que van del 25 de diciembre al 8 de enero. No creo que  se pueda hablar de que se festejan o se celebran.Ya veremos  por qué.

A saber, el pasado sábado 25 fue el 30 aniversario de la disolución de la URSS, el mayor Estado socialista y totalitario de la historia de la humanidad. ¿Fue bueno? En principio sí; según se creyó era el fin de la revolución comunista al fracasar estruendosamente como sistema político y económico tras casi tres cuartos de siglos de experiencia. Pero quedó Rusia. Tres décadas después lo ocurrido encaja más en el proceso dialéctico de destruir para construir. Aquello de que lo peor es lo mejor. En el caso, llover sobre mojado. Otra vez de vuelta: “da capo”, como dirían los italianos.

El 1 de enero se cumplieron 63 años -¡63 años!- del triunfo de la “Revolución cubana” y una semana después de la instalación de la más vieja dictadura del continente. Un régimen marxista-leninista ortodoxo, y totalmente totalitario, valga la redundancia. Fidel y su secuela, el castrismo, la han hecho bien. No precisamente para la gran mayoría de los cubanos aún presos en la isla, pero sí para ellos, para los burócratas miembros del partido y las fuerzas armadas. Estos la pasan “bomba” -comen quesos franceses, que son su debilidad- y juegan al golf en “campos privados”, privilegio que también alcanza a los turistas e inversores extranjeros cuyo aporte, no obstante, ni de cerca empata lo que fueron los 25 años de subsidio ruso o los 10 del chavismo.

Los cubanos de a pie están mal y la economía no funciona, pero igual la permanencia del castrismo alienta a los Maduro y los Ortega. Así que pasen sesenta y más años, pensarán. Que a la gente le vaya mal, es meramente un detalle: el resorte es no aflojarles.

También con ello deben soñar los Fernández de Argentina o el presidente peruano o el reciente electo de Chile. Sin embargo, para lograr lo de Cuba, lo de Venezuela o lo de Nicaragua, es preciso asociarse con los militares: se trata de regímenes militares castriprogresistas. Por el sur eso no parece tan fácil.

Mientras tanto, Vladimir Putin seguramente sí como celebración y homenaje a esas fechas resolvió cerrar a Memorial, la ONG que investigaba el pasado de la URSS, quizás el mayor Estado terrorista de la historia, y al tiempo era la voz de las víctimas de la represión de la antigua URSS y al mismo tiempo un canal de protesta y un freno para los atropellos y crímenes de la actual Rusia.

Putin, fiel a si mismo, como ruso ultranacionalista y hombre de la KGB, quien nunca disimuló su disgusto por la disolución de la URSS, retomó la política más ortodoxa, la de que nadie sepa nada, ni pueda discutir nada ni pueda preguntar  nada. Se ha dicho y escrito que la diferencia entre los nazis y los rusos es que sobre lo que aquellos hicieron contra la humanidad existen testimonios, hay filmes y documentales. Lenin y Stalin, que fueron los verdaderos pioneros en materia de  campos de concentración, práctica que compartieron con los nazis, entonces amigos y aliados, no filmaron nada y si alguien lo hizo quemaron todas las cintas. Lo mismo hace Putin.

En sus feudos ellos y nada más que ellos son los encargados de hacer el relato, mientras que afuera son sus socios y seguidores y muchas ONG al servicio que por cierto no salen a defender a Memorial, los que crean el nuevo relato.

Y esta es la realidad; los aniversarios entre otras cosas deberían servir, por lo menos, para abrir los ojos.

 

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