Mañana Caracas, la Gran Caracas, celebra su aniversario. El régimen del terror se dedicó con mucho ahínco a teñirla, especialmente este año. Con su natural tendencia a la fealdad en materia estética, para lo cual remito a revisar realizaciones con aspiración de artes plásticas, como las que podemos encontrar en Miraflores, en la autopista Valle-Coche, o la «contribución» de la plaza El Venezolano, o el Cuartel de la Montaña. Cualquiera de esos «ejemplos» servirá acertadamente para darse una cabal apreciación de la belleza al revés, característica de la representación visual que el régimen hace de sí mismo para exponerse, de cara al mundo; ha elegido como suyos, para Caracas, dos colores: el rojo y el gris.

El primero porque no ha podido ni querido evitar su también natural tendencia asesina. Caracas se ha colmado de horror: allanamientos,  persecuciones, agresividad y violencia no solo política. El Cementerio, La Vega, Petare y la Cota 905 han sido protagonistas recientes de episodios dignos de olvidar, pero indelebles en su marcación del ciudadano. La gran ciudad ha sido invadida de balas perdidas y encontradas. El número reconocido oficialmente de víctimas criminales de los cuerpos policiales rebasa los límites de cualquier sensibilidad. Esa que el caraqueño ha extraviado con el tiempo, que le han arrebatado en el accionar de más de veinte años de los rojos crueles, sanguinarios, en el poder.

También a seres que no son siquiera caraqueños (¿casualmente?), como es el caso de mujeres uniformadas y otros elementos extraños, a quienes se les dio por la idea de gestar un negocio con un tipo particular de pintura; así, embadurnaron de gris todo a su paso, dizque para celebrar el color de las espadas de cuando la Batalla de Carabobo. Con la firme necesidad de imponernos la tristeza y la entrega como respuestas al «colorido» reflejo lumínico de la ciudad. El Metro por dentro y por fuera, aceras y brocales, muros y materos, todo al paso fue empatucado de gris. De casualidad que no llenaron también a los caraqueños en ropa, rostro y cuerpo del colorcito adormecedor.

Llama políticamente la atención que se haya prolongado la acción grisácea hasta Chacao, en la Caracas mirandina. ¿Entendimiento entre partes y pares? Nada de extrañar tiene que se conviertan en grises también las patrullas de los mustangs para un «encuentro vecinal». Hasta Paracotos fue a tener el chorro gris que regaron, que regalaron; con tal de adquirir la mezcolanza  negriblanca, le dieron color a la revolución y manifestaron su enorme desprecio por la capital, sus alrededores y la ciudadanía venezolana.

La Caracas idílica habrá de volver reconstruida, renovada, auténtica, rejuvenecida, con la libertad, multicolor, auténtica, sin teñiduras rojas ni grises. Anhelamos una Caracas de progreso y bienestar, donde lo único gris pueda ser un cielo encapotado de por estos días lluviosos. No el ciudadano. No la ciudad. Se irán con su estética de la fealdad y su maldad terrorífica a otra parte, a otros mundos, porque Caracas sobrevivirá a su poder reblandecido, para perdurar en la historia y la realidad como la gran ciudad que es, muy a pesar de ellos y su entrometimiento capitalino, no solo rojo. No solo gris.


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