El piano será el instrumento aglutinador de las tenidas musicales y el predilecto de los diletantes porteños. Hubo familias como los Olavarría Maytín, cuyos miembros, todos, hombres y mujeres, tocaban piano; en casa de los Brandt Tortolero, al menos siete de sus integrantes ejecutaban el piano y tres el violín. En la calle Anzoátegui, frente a la fundición de Wittstein, se había establecido Eduardo Torres, corresponsal de las fábricas de pianos de Erard y Pleyel, Wolf & Cía. de París, además de otros fabricantes, ofreciendo sus servicios para la reparación de toda clase de pianos. Isabel Noblot, E. Braash, h., Maninat y Socorro Fuentes, Nicolás Rodríguez Brandt, Casimiro Isava, Francisco Maíz, Federico Braasch y Elisa Matilde Brandt, se cuentan entre los hijos de comerciantes que dedicaron su atención al instrumento, probablemente bajo la guía de Amalia Brandt de Rodríguez y Anita Jahn de Wittstein.
Amalia fue hija de Carlos Brandt Caramelo (1839-1896), nació en Maracaibo el 13 de abril de 1828, trasladándose al puerto, hacia 1850, junto a su familia. Anita Jahn de Wittstein, también tía del doctor Alfredo Jahn, probablemente casó con Theodor Wittstein (1867-1893), propietario de la fundición Wittstein & Cía. Don Carlos Brandt refiere de ella que fue una de las más grandes pianistas que había oído en su vida, además de ser una notable ejecutante del violín y el violoncello. Anita, quien hablaba correctamente el alemán, inglés, francés y español, había perdido a su esposo y a su único hijo, viviendo desde entonces en absoluto retiro, hasta su muerte en 1916. En la Enciclopedia de la Música en Venezuela, editado por la Fundación Bigott (Tomo I-Z, pág. 51) aparece una nota sobre la pianista, cuyo apellido erróneamente se escribe allí como Wihstein, señalándose que fue profesora de piano en Puerto Cabello durante las primeras décadas del siglo XX y que sus contemporáneos la comparaban con Teresa Carreño. Su alumno más célebre fue el compositor y violinista Augusto Brandt Tortolero, quien recibió de ella tempranas enseñanzas y su apoyo introduciéndolo en el círculo musical capitalino.
En 1867, publicará en Leipzig un libro titulado Poesías de la América Meridional, editado por la casa F. A. Brockhaus como parte de la Colección de Autores Españoles. Para la época eran escasas las antologías poéticas de autores americanos, apenas en 1846 el argentino Juan María Gutiérrez publica en Valparaíso una colección de composiciones en versos con el título de América Poética, un grueso volumen de 822 páginas. De allí lo atractivo que resultaba el trabajo de Anita, libro de 339 páginas del que, lamentablemente, más tarde se le acusaría de plagio, pues los poemas incluidos en aquél fueron mayoritariamente tomados de la América Poética de Gutiérrez, publicado dos décadas antes. Una nota aparecida en el Boletín Bibliográfico Sud-Americano, correspondiente al 15 de mayo de 1870, señala: «… Esta colección se diferencia de la conocida con el título de: América poética, en el formato, en el lugar de la impresión y en estar firmada por la señorita Wittstein. Las noticias biográficas de los autores están tomadas también de allí./ Sin embargo, la autora ha introducido una innovación que no es mala desde su punto de vista. Ella atiende á hacer un libro de especulación, mientras que el recopilador de la América poética, se propuso con ella servir á la literatura Sud-Americana, tomándola al mismo tiempo como vínculo moral entre las nacionalidades de origen español diseminadas y asiladas en este continente. Consiste esa innovación en dividir las composiciones por materias y no por el orden alfabético de autores como está en la obra que la señorita Vittstein (sic) no ha hecho mas que copiar. Ella ha barajado las páginas de la América Poética y agrupándolas, según cierta estética sentimental, de su invención, bajo las siguientes denominaciones: Religión; naturaleza; juventud, amor y amistad; dolor, desventura y muerte; romances; poesía jocosa; homenajes y cantos patrióticos./ La edición es correcta y elegante».
El volumen incluye poemas de autores como Gertrudis G. de Avellaneda, José Joaquín de Olmedo, José María Heredia y José Fernández Madrid. Entre los venezolanos están trabajos de Andrés Bello, José Antonio Maitín, Rafael María Baralt y Abigaíl Lozano, de quien publica su poema Un recuerdo de Puerto Cabello – El mangle, que inicia con delicados versos: «Cuán bellas son tus aguas azules y dormidas,/ Tus islas solitarias, tu calma perennal,/ Y tus garcelas blancas, que habitan escondidas/ Sus olvidados nidos pintados de coral!». La dedicatoria que la autora hace a Fanny Fuller está fechada en Caracas el 20 de julio de 1866, lo que sugiere una posible estancia capitalina de Anita Jahn de Wittstein antes de establecerse definitivamente en el puerto en donde fallece el año 1916.
@PepeSabatino
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional