OPINIÓN

Animales a cada paso

por Carlos Sánchez Torrealba Carlos Sánchez Torrealba

Mi animal de costumbre, por Oswaldo Vigas. 1977. Óleo sobre tela. 201 x 152 cm. Colección Fundación Museos Nacionales: Museo de Arte Contemporáneo. Foto: Morella Muñoz-Tebar.

Cuando nuestro amigo, mejor dicho, cuando nuestro conocido Franz nació en Machiques, nunca se imaginó que su obra literaria llegaría tan lejos como hasta para que su nacionalidad se la disputaran en el futuro nuestro gobierno y la municipalidad de Praga.

Como nunca se supo, a ciencia cierta, si uno de sus escritos más famosos es reseña autobiográfica, si Gregor fue un seudónimo y realmente amaneció convertido en insecto aquella mañana inolvidable o si era, efectivamente, una biografía de algún vecino, de los Samsa de la cuadra o si esa metamorfosis era una metáfora, simplemente o si realmente es posible ese tipo de conversión.

Sigue siendo un enigma si es posible amanecer o atardecer -según la hora en la que se levante el sujeto- convertido en pereza, en morsa, en mato de agua, en delfín, en pájaro, en hormiga colorada, en bachaco culón, en ratón o en cucaracha de panadería; si son figuras literarias, si se está hablando en sentido figurado o si, verdaderamente, son misterios que ocurren al morir o no y en las que el individuo transmuta en bicho y no se ha dado cuenta.

Hay bichos que parecieran ser bichos incluso desde otras vidas ¡bichos con todo y ropa! Una condición originaria de salvaje que aparece en estado de concordia o también en momentos-pico, en situaciones-límite o en lo que contemporánea y extendidamente se le reconoce como situación-país o situación-región, según sea la dimensión geográfica.

Hay tiempos y lugares en los que la variopinta fauna se “luce”. Momentos en los que el animal se sube a la batea, o va y se pea sobre quien más le quiere. Noches en las que salen en camada y se deslizan silenciosamente por el suelo y los muebles de la cocina como convidadas a un banquete de migajas sin que ninguna chancleta les preocupe. Contextos donde el animal cambia de colores y en su camuflaje va cambiando y engañando, engañando y mutando hasta alcanzar la invisibilidad y, en menos que canta un gallo, se le encuentra de lo mejor en la orilla de enfrente. Lugares donde, habiendo varios animales enjaulados, unas jaulas sobre otras, los de arriba picotean y se cagan en los de abajo. Períodos en los cuales, el animal va y le grita enérgicamente a otro ¡pero sin ton ni son! hasta tragárselo o darle un tiro. Situaciones en las que el animal puede lucir inofensivo, pero va y pica cuando menos se le espera. Pasajes donde el animal, fiel a su naturaleza y aunque se le favorezca va y mata con su ponzoña sin pestañear. Ocasiones cuando el animal, agobiado de lo exterior, va y se enconcha en su caparazón hasta que le asomen un cambur o una hoja de lechuga. Espacios líquidos donde el animal se va quedando dormido hasta tocar el fondo y despertarse con el golpe hasta volver a subir y retornar al sueño. Lugares anegados donde el animal se confunde entre el ramaje, cierra los ojos haciéndose el dormido hasta que tiene cerca la presa y con sus mandíbulas repletas de grandes dientes lo parte en dos, incólume. Momentos en los que el animal ni se inmuta ante la mediocridad, ante la toxicidad, ante la medianía, ante la putrefacción y entonces, indolente, muere callado y solo. Y no podemos olvidar a seres imaginarios que, como el centauro, pululan todavía en nuestra región, como lo recuerda el maestro Jaime López-Sanz de cuando en cuando.

En su absurdo, la fauna a la que pertenecemos da para todo y sigue sorprendiendo, sobre todo en su capacidad letal. Sobran los ejemplos contemporáneos. Asombran de una manera tan rotunda y contundente que Samaniego, Esopo, La Fontaine y hasta los propios poetas venezolanos Antonio Arráiz, Rafael Rivero Oramas o Aquiles Nazoa, quedan cándidos, como niños de pecho, con sus afamadas y populares fábulas o sus cuentos fantásticos.

La incongruencia con la naturaleza y con lo humano que somos es así como cuando nuestro amigo, mejor dicho, cuando nuestro conocido Franz Kafka nació en Machiques, un pueblo perdido en la ribera de un lago que se está secando.