La sensibilidad ecológica lleva a mirar con afecto el ambiente que Dios ha dado al ser humano para convivir y desarrollarse hacia la plenitud. El papa Francisco en su encíclica Laudato Si´ utiliza una categoría para designar la unidad global cósmica: comunión universal (LS 220); esta, en la línea del Poverello de Asís, subraya el íntimo tejido interrelacional que constituye el universo con sus diversos reinos, mineral, vegetal, animal, y en el cual el hombre, ser para la comunión humano-divina e interhumana debe integrarse. Es una visión bien positiva y animadora de la realidad global, que corrige la interpretación del ser humano como egoísta explotador de la naturaleza y alimenta otra, de socio y amigo de la realidad creada según aparece en los dos primeros capítulos del Génesis.
Esto lleva a revisar conceptos como el de animalización, para calificar actitudes y comportamientos censurables de los humanos como son torturas, opresiones y genocidios. Cuando uno abre la Política de Aristóteles, encuentra, justo al comienzo, algo concerniente a nuestro tema. El Estagirita, luego de afirmar que “el hombre es por naturaleza un animal político o social” y “el único (animal) que tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo e injusto y de las demás cualidades morales”, expresa: “De aquí que, cuando está desprovisto de virtud, el hombre es el menos escrupuloso y el más salvaje de los animales y el peor en el aspecto de la indulgencia sexual y la gula”.
El instinto constituye para el simple animal lo que pudiéramos llamar su regla de conducta regular, previsible, natural, con respecto a un conglomerado de necesidades, lo cual le lleva a una convivencia favorable a su conservación individual y al bien de la especie, exenta de sorpresas y “abusos”. El animal, bueno por naturaleza, no entabla guerras ni conquista colonias o edifica campos de exterminio; no acumula bienes a expensas de los vecinos, ni guarda resentimientos a los fines de vengarse. No se le puede acusar de “pecados capitales”, que tanto daño social producen (tiranías y totalitarismos de soberbios, explotaciones y monopolios de avariciosos).
La expresión “se comporta como un animal” endilgada a un humano, no hace justicia a los simples animales. Identifica más bien, una actuación a- o in-humana o escuetamente salvaje. Dejemos en paz a los pobres y buenos animales y no les achaquemos torpezas y vicios que no les corresponden.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Dios es amor, comunión, en cuanto tejido interpersonal, familia divina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y Dios amor (1Jn 4, 8) creó al ser humano para amar; en esta perspectiva se entiende lo de la referida “comunión universal”, cósmica. Ahora bien, gran problema, que constituye el lado oscuro de la historia, es la condición pecadora del hombre, al cual se refiere ya el capítulo tercero del Génesis. Allí aparece el libre albedrío como don excelente y definitorio de la persona, capacidad de autodecisión y fuente de responsabilidad; pero también emerge el pecado como como mal y nocivo uso de la libertad.
Dios creó al hombre como animal político. Esta condición social es dimensión connatural de su ser personal, racional y libre. Pero el animal político debe ser buen animal político. Y lo será en la medida en que asuma su libertad en una línea de servicio y solidaridad. La política, condición necesaria y obligante del ser humano, es también ciencia, arte, técnica, herramienta de socialidad; pues bien, en este sentido exige ser asumida, formada y practicada, como contribución al bien-ser de la convivencia, hacia la construcción de una nueva sociedad, civilización del amor.
Cuando los obispos hablan de una refundación del país, un aspecto fundamental de esta es la recuperación ética y religiosa del compromiso político de todos los venezolanos. Asumiendo la política como praxis del mandamiento máximo (el amor), como medio de liberación y desarrollo integrales. Y la condición de animal político como vocación personal y existencia auténtica.