Sound of Freedom lleva 85 millones de dólares recaudados, solo en Estados Unidos, siendo uno de los fenómenos de la temporada, desbancando a películas de mayor presupuesto en el ranking y compitiendo con blockbusters, al punto de opacarlos.
Puede marcar una de las vías que tomará el cine, después del estallido del 2023, cuando una fila de tanques han arrojado pérdidas, por una serie de motivos, entre el streaming, la pospandemia y el agotamiento de ciertos esquemas replicantes, bajo la camisa de fuerza de la inclusividad woke.
Ante ello, surgen un conjunto de títulos que orientan un futuro para la industria, en un tiempo de cambios.
Sound of Freedom costó apenas 16 millones de dólares y los grandes estudios prefirieron engavetarla.
Consiguió una distribución alternativa que hackeó al mercadeo.
Ello suscita innumerables suspicacias y despierta innumerables teorías de la conspiración, algunas ciertas, otras jaladas por los cabellos a favor de grupos radicales.
De cualquier modo, Sound of Freedom ha llegado a las salas, como un suceso del mercadeo alternativo, contando con el apoyo de grupos religiosos, cuyas redes la impulsan por la web y en campañas de micromecenazgo.
De paso, cuenta con el respaldo de Mel Gibson, en las antípodas del mainstream de Hollywood.
No en balde, la protagoniza el mismo actor de La Pasión de Cristo, Jim Caviezel, quien con su rostro nos recuerda su ángel mesiánico.
La película cumple con el loable cometido de denunciar a las mafias del tráfico infantil, exponiendo la punta del iceberg del problema, según un clásico molde de buenos patriotas contra malos extranjeros, dando pie a críticas que señalan su racismo y xenofobia, su escasa gama de matices para representar a los personajes latinoamericanos, unificándolos a todos en una casilla de explotadores envilecidos.
Un lastre del filme es su estereotipada forma de mostrar a la cultura de los países suramericanos, cayendo en una serie de tropos neocoloniales, que tienden a aplanarnos como lugares de un exotismo decadente y peligroso.
Con todo, Sound of Freedom envía un mensaje necesario de ventilar, para sembrar conciencia sobre la necesidad de combatir y erradicar la esclavitud infantil en el mundo.
De un ritmo reposado, el largometraje confirma que el público quiere conocer historias complejas, basadas en hechos reales, con una estética noir más propia de la televisión contemporánea, que del cine escapista y cotufero.
En efecto, Sound of Freedom depara un par de sorpresas para el crítico: su vuelta al thriller oscuro de la década del New Hollywood y su parentesco con la obra realista de Clint Eastwood, narrando las desventuras de Mavericks veteranos que hacen justicia por propia mano, agotados por la lentitud y la complicidad tácita de los entes oficiales.
De ahí que sorprenda ver cómo la cinta recrea, con métodos documentales, la vida y lucha de Tim Ballard por rescatar a chicos abusados, en una operación suicida de vigilante salvador, al margen de las trabas del sistema, cuestionando indirectamente a las élites que lo permiten.
Pero no es cierto que sea únicamente el vehículo del alt right y del grupo Qanon, frente a la Agenda 2030.
Capaz tiene algo de ello, pero siento que es más de las lecturas interesadas que imponen los sectores políticos, con el fin de instrumentar al cine.
Por eso, Sound of Freedom corre el riesgo de ser ciegamente glorificada o condenada, según el bando en que se esté.
Por mi lado, como experto del análisis, decir que la película merece verse y divulgarse, confiar en que la meca tome nota de su impacto en los nichos que son desatendidos.
De pronto, Hollywood regresó a la etapa de los sesenta, cuando la pesadez y la excentricidad de sus juguetes caros comenzaron a resultar un fiasco, permitiendo el nacimiento de una generación de autores que querían contar sus propias historias.
Por el precio de un mastodonte de efectos especiales, pueden hacerse ocho Sound of Freedom, apuntando a diferentes targets abandonados.
De la propuesta se rescata su oportuno llamado a la acción, a través de la mirada de un personaje sí redondo en su arco, buscando redención y superar su complejo de culpa.
Más propio de un debate es su doble estándar, para reforzar lo que critica, al explotar la imagen de niños delante de la cámara.
Preferible es narrar con técnicas como el fuera de campo, que inspiraron a obras maestras como “M”, destinada al mismo objetivo de exponer el abuso infantil.
Cuestión de proteger la identidad de los menores.
Sound of Freedom nos invita a reflexionar acerca de cómo mostrar un caso de abuso, sin necesidad de afectar la imagen de niños, sin necesidad de convertirlos en víctimas de miradas cosificadoras y sexistas.
En última instancia, Sound of Freedom habla de un asunto serio, que requiere conversación y respuesta.