OPINIÓN

Analfabetas informados

por Alfredo Cedeño Alfredo Cedeño

Vivimos una era en la que la información ha dejado de ser un elemento de poder que podía hasta terminar con un mandato presidencial. No en balde se hablaba de la prensa, ama y señora de tales menesteres, como el cuarto poder. Así surgieron The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, The Economist, The Guardian, Financial Times, Nikkei, Bild, The Telegraph. Con la llegada de la televisión el turno de aparición fue para Fox News, Televisa, Caracol, O’Globo, CNN. Con estos nombres solo cito algunos de los centenares que podrían ser enumerados.

Aquella época en la que el conocimiento era un privilegio de unos pocos terminó con la llegada de Internet. Fue un tiempo muy largo, desde las tablillas y papiros, pasando por los pergaminos, estelas, imprentas y cuanto mecanismo de transmisión del saber desarrolló el ingenio humano. Hasta que Vinton Cerf y Robert Kahn, comenzando la década de los ochenta del siglo pasado, desarrollan el Protocolo de Control de Transmisión/Protocolo de Internet; lo cual remató el británico Tim Berners-Lee en 1989 al crear la World Wide Web que permitió la creación de páginas web y navegadores.  Y ahí, para decirlo en buen criollo: se acabó lo que se daba.

A partir de esos días el desarrollo de nuevas formas de comunicación y transmisión de conocimiento fueron dando pasos gigantescos, casi minuto a minuto. Así hemos llegado a estos días en los que nunca el ser humano había estado tan en contacto con el saber. Paradójicamente, semejante manejo de saberes no nos ha convertido en seres con mayor capacidad de comprensión entre nosotros mismos, y en relación con nuestro papel en el mundo.  Este festín comunicacional nos ha convertido en una horda infinita de sabios disfuncionales, donde unos cuantos bellacos se han aprovechado de la buena fe de la colectividad para manipular los hechos, y a los propios creyentes, en función de sus intereses.

Todo se ha reducido al ejercicio del poder, sea como sea, vendiéndole el alma a Mefistófeles o a Maduro, que a fin de cuentas son la misma vaina, para jugar a ser Júpiter y dispensar los favores que se les vengan en gana. Los ejemplos son inacabables. Las felonías de Pedro Sánchez en España son, para usar un refrán muy español, de mear y no echar una gota. Las altanerías del hijo ilustre de El Furrial, o los ataques histéricos del psiquiatra psicópata en plenas sesiones legislativas están cortadas con la misma tijera.

Las inocultables contradicciones entre los avances y lo que pretenden hacernos creer como realidad son para sacar de sus cabales a cualquiera. Nunca habíamos estado tan en la Edad de Piedra como ahora. Venezuela entera votó contra la tiranía, el mundo lo presenció y da fe de ello, pero Nicolast-Diosdado-Delcy-Cilia-Vladimir-y-demás-zarandajos-del-mismo-vecindario lo niegan. Lo hacen con la alevosía y altanería del que sabe que los llamados organismos internacionales no representan ningún peligro para sus desmanes. La caravana de meapilas que andan pidiendo respeto al proceso venezolano, es de la misma laya, cuando no los mismos, que bramaban contra el imperialismo que no cejaba en tratar de impedir la autodeterminación del heroico pueblo cubano.  Antes lo hacían desde todos los medios impresos y audiovisuales en los que lograban colarse, ahora es por podcasts, Instagram, Twitter y cuanta red social hayan parido unos cuantos innovadores.

Escribo aterrado ante la ola de promotores del analfabetismo de la información. El planeta es un escenario de sombras chinescas en las que nos vamos convirtiendo en marionetas de pícaros y canallas. Dios, si es que existe, nos ampare.

© Alfredo Cedeño

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