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Añadidura a lo que dijo Einstein

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El sabio Albert Einstein dijo que había dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Por la cantidad y magnitud de las denuncias que, nacional e internacionalmente, difunden los medios de comunicación, se podría añadir -a lo que dijo el notable físico y Premio Nobel 1921- la corrupción que en los más de sus 23 años de gestión administrativa ha desplegado el régimen presidido, primero, por Hugo Chávez, y ahora, por Nicolás Maduro.

La facción usurpadora instalada en el Palacio de Miraflores no se queda atrás de quienes señala nuestra historia como protagonistas del peculado.

El peculado es una lacra que apareció desde la Colonia, cuando capitanes generales y gobernadores eran sometidos a los llamados Juicios de Residencia por la apropiación indebida de recursos en el ejercicio de su autoridad. Alcanzada la Independencia, la condenable práctica fue heredada por la República. En 1823, Simón Bolívar, siendo presidente de la Gran Colombia, hizo aplicar un decreto “de corte draconiano” en el que se establecía la pena de muerte contra los beneficiarios dolosos del Tesoro Público. Los historiadores  coinciden en sostener que, en términos generales, hubo moralidad administrativa durante el gobierno de la oligarquía conservadora (1830-1848). “Pero al naufragar la República en la dictadura y la autocracia –dice Rómulo Betancourt– se frustraron los esfuerzos ya hechos para adecentar la administración pública. El nepotismo de los Monagas inició el sistema en que el peculio privado del «Jefe» y de sus áulicos, y la Hacienda Pública, fueran una sola y misma cosa. Cuando triunfó la llamada Revolución de Marzo en 1858, contra el corrompido régimen monaguero, el ilustre repúblico Fermín Toro redactó un decreto, el cual fue promulgado, que establecía penas contra los «abusos, fraudes y latrocinios» a la cosa pública. Ese decreto nunca tuvo vigencia. Triunfó la Revolución Federal y su primer acto fue el acuerdo realizado entre el doctor Pedro José Rojas y el general Guzmán Blanco, quienes se repartieron en amigable arreglo de compadres varios centenares de miles de libras esterlinas, del empréstito que la dictadura de José Antonio Páez había negociado con una casa bancaria de Londres, la Baring Brothers. El mariscal Falcón, jefe de Estado surgido del turbión de la Guerra Federal, inició el expeditivo sistema de girar órdenes a la Tesorería Nacional en favor de sus amigos y conmilitones, escritos sumariamente sobre un pedazo de papel de estraza. Y llegó a ser más escandaloso aún esa peculiar manera de manejar los dineros públicos cuando emergió Venezuela como país petrolero. El dólar y la libra esterlina introdujeron elementos nuevos de corrupción en las prácticas administrativas del país” (Rómulo Betancourt. Venezuela, política y petróleo. Fondo de Cultura Económica. Primera edición, 1956. Pág. 225).

Después de ese rápido recorrido por la historia venezolana de la corrupción, podemos afirmar que, en la actualidad, el régimen del chavismo-madurismo es pionero, a nivel mundial, en el saqueo de los dineros públicos. Tiene razón la escritora Beatriz de Majo cuando, en artículo publicado el pasado 13 de este mes en el diario digital El Nacional, sostiene que “el residente de Miraflores no tiene otra mira que mantenerse en el poder para continuar usufructuando de los turbios negocios que se cocinan desde lo alto del poder y, al mismo tiempo, resguardándose en su cargo de las consecuencias de cada uno de los juicios que tienen pendientes él y su cohorte en diferentes instancias internacionales por crímenes de todo género”.

Esa es la verdad. Nicolás Maduro es un déspota hibridizado con ostensibles tentaciones y caracteres cleptómanos. Él y sus trovadores danzan en el fango del dinero mal habido, bajo el paraguas del poder. Zeus en el Olimpo de la corrupción.

Tenemos un gobierno dictatorial que, para que sus fechorías contra la cosa pública no se conviertan en un interminable cuento del gallo pelón, es una necesidad histórica salir de él. Así, el usurpador de Miraflores quedaría libre para hablar, como lo hacía antes, con los pajaritos y con los retratos de Chávez colgados en su mausoleo.

¡Ah, y quedaría como un recuerdo la añadidura de la tercera infinitud –la de la corrupción del llamado socialismo venezolano del siglo XXI- que no tuvo oportunidad  de conocer el sabio!

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