«El 31 de julio de 1944 partía Antoine de Saint-Exupéry hacia las costas del sur de Francia en misión de reconocimiento. Fue su último vuelo. Su avión no regresó ni fue entonces hallado. El final de su vida rubricaba así la autenticidad de su vocación como hombre y como escritor, centrada en el valor de los humano; de lo heroico sin aspavientos; de lo que permite realizar un sentido de la vida y da su peso en nuestro viaje en el tiempo». (Rafael Tomás Caldera, 2004, La existencia abierta. Para lectores de El Principito).
Fieles a nuestra meta de ir relatando la Segunda Guerra Mundial de forma semanal y desde la perspectiva de su 80 aniversario, hoy nos toca hablar de dos grandes cuyas vidas fueran truncadas por estos días de 1944. Aunque será inevitable que al hablar de ellos respondamos algo más personal, me refiero al por qué de nuestra pasión por este conflicto militar. La respuesta no se reduce a la fascinación por el arte de lo bélico sino al intento de comprender el gran misterio del mal en la historia de la humanidad, y cómo nosotros respondemos ante él. El 4 de agosto: Ana Frank, su familia y el resto de los que se mantenían refugiados en el ático fueron descubiertos y enviados a los campos de exterminio. Los captores eran holandeses (la policía colaboracionista) aunque seguían órdenes de la Gestapo; y el que los delató fue un judío como ellos, que los usó como medio de cambio para salvar a su familia. El mejor ejemplo de cómo el mal opera en nuestras vidas y nos lleva a la tragedia.
Soy cristiano católico, demócrata y venezolano. Estos tres principios-fundantes dan, siguiendo a mi querido maestro Rafael Tomás Caldera, “un sentido de la vida” y “un peso” en la época que me ha tocado vivir. Y me obligan a ofrecer a mis lectores un análisis y una posición ante los hechos ocurridos en mi patria el domingo pasado (28 de julio de 2024: elecciones presidenciales). Considero que se comprobaron muchos aspectos de la historia nacional y la naturaleza humana, de estas rescataré dos: la hermosa pasión democrática del pueblo venezolano; pero también “el vil egoísmo que otra vez triunfó”, como dice la letra de la primera estrofa de nuestro Himno Nacional. “El mejor sistema electoral del mundo” como no los vendieron, ha sido incapaz de ofrecer transparencia; y el poder ha tomado la peor decisión. Después de ese momento todo ha sido una cadena de perversión y maldad. Si ganaste no ocultas las pruebas, y acá el tiempo es fundamental porque al demorarlo las sospechas se incrementan. Estamos ante un punto de inflexión en nuestra historia, pero no sabemos cuándo se cerrará este ciclo. Ojalá los hombres sensatos (quiero creer que existen de ese lado) se impongan, se acepte la negociación y el consenso de cara a la verdad. Por ahora solo queda repetir el mandato de san Oscar Arnulfo Romero:
«Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército (fuerzas de seguridad todas). Hermanos son de nuestro mismo pueblo. (…) Ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. (…) En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión» (Homilía del 23 de marzo de 1980).
Si todos respondiéramos de forma positiva ante nuestra conciencia, el mal no se realizaría. Lo sé, no es fácil. Pero ante el mal, ante los que asesinan a los inocentes, existen personas como Saint-Exupéry y Ana Frank; que en medio del horror asumen apoyar el bien e incluso ofrecer su vida por este noble ideal. De esa forma, Antoine no solo combatió al principio de la guerra ante la invasión de su país por el Tercer Reich en 1940, sino que escribió desde su exilio en Nueva York (1940-42) una obra (El Principito) que le dice a los adultos que deben volver a mirar el mundo como lo observan y comprenden los niños (y es imposible no pensar en otra francesa muy querida también por mí aunque no de esta época pero que ya había mostrado una perspectiva parecida: Santa Teresita del Niño Jesús, que nos invita y enseña a vivir el “caminito” de la infancia espiritual, donde no existe la prepotencia del poder, y todo es confianza, sencillez y humildad).
Saint-Exupéry después que nos regaló las aventuras del pequeño príncipe, se unió al ejército estadounidense en la liberación del Noroeste de África y luego de Italia, a pesar que no tenía las condiciones físicas y de edad para el vuelo de cazas. No se quedó encerrado como su personaje en un “asteroide” (idea tomada de Rafael Tomás Caldera) salió a donar su vida por el Bien, y de esa forma desapareció ante las costas de su Patria que tanto amaba y haciendo lo que más le gustaba: volar. Desde entonces existieron muchas hipótesis, pero en 1998 se consiguió su brazalete, y en el 2003 los restos de su avión P-38. No conozco películas sobre él, pero sí hay un docudrama del 2017 dirigido por Marie Brunet-Debaines: Antoine de Saint Exupéry, el último romántico.
Ana Frank; a quién le hemos dedicado dos reseñas (una por cada año: 1942 y 1943) sobre su Diario en otro medio digital (Meer), y esperamos que salga la tercera (año 1944) este mismo mes; sí ha sido llevada al cine en montones de películas, series y documentales; pero sigo pensando que la mejor es la de George Stevens (1959, The diary of Anne Frank). Logra resumir su vitalidad, alegría y especialmente su fe en la humanidad en medio del mayor tragedia humana. Fue la primera aproximación que tuve a su historia cuando era niño, y cada vez que la vuelvo a ver lloro con su terrible final: ¿el triunfo del mal? Ser vencidos por la violencia de sus captores y asesinos, no poder ver que finalmente el Bien se impondría sobre los tiranos. Esperar con resiliencia que tumbaran la puerta de su escondite, y luego morir a tan pocos días de la liberación.
Sí, el mal nos lleva a la tragedia, a la cruz. Pero al hacernos como niños recordamos la plena confianza en nuestros padres, de esa forma los venezolanos debemos confiar en Nuestra Padre celestial. Y no digo que nos quedemos de brazos cruzados, sino luchar por el Bien con la confianza que más temprano que tarde vencerá. Y repitamos con Ana Frank: “es un milagro que todavía no haya renunciado a todas mis esperanzas, porque parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas, pese a todo, porque sigo creyendo en la bondad innata de los hombres”.